Desde la izquierda, Raphael Zagury-Orly, Robert Maggiori, Joseph
Cohen, Jean-Sébastien Gérondeau, Marie Garrau —ganadora del premio 2019 de los
Encuentros Filosóficos de Mónaco— y Carlota Casiraghi, en Mónaco. STEPHANE
DANNA
Anochece sobre la
extraña ciudad encaramada en las rocas. El Mediterráneo es una inmensa mancha
oscura bajo el acantilado. En la terraza del Museo Oceanográfico la banda toca
una versión instrumental de la canción Comandante Che Guevara. Los invitados
forman corrillos y beben.
Esto es Mónaco, un
principado más asociado al lujo, los oligarcas, las carreras de bólidos y la familia
principesca, que a la intelectualidad. Pero en algunas conversaciones de esta
fiesta, este viernes, se hablaba de Nietzsche, Schopenhauer o Heidegger. O de
María Zambrano, autora de referencia para Carlota Casiraghi, hija de la
princesa Carolina, sobrina del jefe de Estado, Alberto II, nieta de Rainiero y
Grace Kelly, y bisnieta del príncipe Pedro que fue amigo de Marcel Proust. “Su
libro De la Aurora es un tesoro”, dice Casiraghi sobre la española.
Casiraghi, de 32
años, no ostenta ningún título aristocrático —el apelativo correcto para
dirigirse a ella es madame—, aunque a menudo se le ha descrito como “la
princesa filósofa”. Se licenció en Filosofía y ha publicado Archipel des
passions (Archipiélago de las pasiones) junto a su profesor, el pensador Robert
Maggiori, además de prólogos de textos de autores como la psicoanalista Julia
Kristeva sobre erotismo y maternidad. Y preside los Encuentros filosóficos de
Mónaco, que durante todo el año organizan talleres y, cada junio, un pequeño Davos
del pensamiento. El coloquio congrega a mentes brillantes del momento y premia
al mejor libro filosófico del año. La vencedora de esta edición fue Marie
Garrau con Politiques de la vulnérabilité (Políticas de la vulnerabilidad).
Esta faceta pública
de Casiraghi encaja mal con la imagen del mundo en el que se mueve. Es más
habitual verla en las revistas del corazón. Su boda con el productor Dimitri
Rassam, una semana antes de las jornadas filosóficas, ocupa la última portada
de Paris Match. Pocas familias han tenido una vida privada tan pública, mezcla
de glamur y alegría, y de tragedia, por la muerte en accidente de automóvil de
su abuela, la princesa Gracia, en 1982, o de su padre, Stefano Casiraghi, en un
accidente acuático en 1990.
El viernes y el sábado,
en medio de los rascacielos y las autopistas, parecía como si un grupo de
excéntricos se hubiese conjurado para dialogar sobre lo más abstracto y
esencial. En la audiencia, además de Casiraghi, se encontraba su madre,
Carolina de Mónaco. Como un eco de los salones filosóficos del siglo XVIII o de
las tertulias de finales del XIX y principios del XX que frecuentaba Proust.
En la Villa Sauber,
los asistentes se distribuyeron el sábado por varias salas del museo que
alberga este espacio, y escucharon a especialistas hablando en petit comité de
Simone Veil, Walter Benjamin, Merleau-Ponty, Lacan, Lévi-Strauss o Husserl.
Entre los ponentes se encontraban el profesor François Dosse y el ensayista
Olivier Mongin, dos mentores de otro príncipe filósofo, el presidente Emmanuel
Macron.
El viernes, en el
Museo Oceanográfico, se habló de la fenomenología de la confesión, de la
sumisión de las mujeres, de los límites de la neurociencia y de la
vulnerabilidad en el pensamiento político. Se citaron conceptos como el Weltreichweitenvergrösserung
acuñado por el alemán Hartmut Rosa, 25 letras que su traductor al francés,
Sacha Zilberfarb, explica como “el crecimiento de la parte del mundo que está a
nuestro alcance”. Un fenómeno contemporáneo que topa con un mundo golpeado por
una triple crisis —ecológica, democrática y psíquica— que puede volverlo
“estéril, frío, mudo”.
“No nos interesan
los dominantes, los seguros de sí mismos, sino los que son como la vida, con
incertidumbres”, comenta Maggiori, durante el cóctel nocturno en el tejado del
Museo Oceanográfico. Casiraghi, frente a él, habla en términos similares del
“sentimiento de estar siempre expuestos a esta fragilidad”.
“Si tuviese que
definir una cierta sensibilidad de principio, diría que me atraían los
filósofos que hablaban de la melancolía”, responde sobre la corriente que
sentía más cercana. “Pienso, aunque es una banalidad, que vivir es forzosamente
afrontar la cuestión del tiempo y de la muerte”.
Cuando le se
pregunta si se siente filósofa, zanja: “No”.
Robert, el maestro,
interviene: “Lo será”. Y, escéptica, ella replica: “No lo sé”.
EL MAESTRO MAGGIORI
La pasión por la
filosofía le viene a Carlota Casiraghi de la infancia. Fue Robert Maggiori,
profesor suyo en terminale, el último curso de bachillerato en el Liceo de
Fontainebleau, cerca de París, el que despertó la vocación. “No ocurrió de un
día para otro. Son muchas las cosas que me llevaron a apasionarme. De alguna
manera siempre tuve la sensación de afrontar la gran fragilidad existencial que
todos afrontamos”, explica Casiraghi, que se considera privilegiada por haber
crecido rodeada de libros y cultura. “Leí mucha poesía. Baudelaire y Rimbaud,
que me acompañaron. Pero, una vez ahí, ¿qué haces? Es entonces cuando la
filosofía nos ayuda a lidiar con esta intensidad de la vida y esta sensación de
fragilidad. Y el encuentro con Robert me animó enormemente para continuar los
estudios de Filosofía”.
https://elpais.com/cultura/2019/06/08/actualidad/1560001324_486108.html
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