ALMUDENA GRANDES
Concentración en
Valencia en protesta contra de la puesta en libertad de los miembros de La
Manada. MÓNICA TORRES / EL PAÍS
María Antonieta
preguntó qué ocurría al escuchar los furiosos gritos de la plebe. “El pueblo
protesta, majestad, porque no tiene pan”, le informaron. “¡Ah!”, replicó la
reina, “pues si no tienen pan, que coman bollos”. Supongo que es una leyenda,
pero se parece mucho a la correspondencia que se conserva del último zar de
Rusia. El tiempo es bueno, muy frío, pero ideal para la caza, era todo lo que
Nicolás II escribía a la zarina mientras las mujeres de sus soldados tomaban
las calles para pedir pan y, además, bollos. La presunta respuesta de María
Antonieta y la probada indiferencia de Nicolás comparten la misma sensatez. Son
la expresión del sentido común de sus respectivas épocas, reacciones basadas en
la lógica del poder frente a una amenaza de magnitud desconocida. Ambos creían
que se hallaban ante una rebelión, de las que habían conocido muchas, y
cometieron el mismo error. Estaban, por primera vez, ante una revolución,
porque a los oprimidos se les había ocurrido contarse, porque habían
descubierto que eran más y que su número les hacía invencibles. Esa es también
la situación del tribunal que ha puesto en libertad bajo fianza a los miembros
de La Manada. Sus argumentos pueden ser jurídicamente impecables, pero se
ajustan a una ley que ha perdido su vigencia social, a una realidad que ha
caducado ya. Da lo mismo que aún no se hayan reformado los tipos delictivos,
este o aquel artículo del Código Penal, porque lo que pasa en la calle no es
una simple revuelta. Las revoluciones arrasan con todo, y ante todo, con la
sensatez preexistente, con la lógica del poder que pretenden destruir. Ese es
ahora mismo el horizonte de un movimiento que no persigue un auto distinto,
sino el fin del patriarcado. Es decir, una revolución.
https://elpais.com/elpais/2018/06/22/opinion/1529681252_740686.html
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