Singspiel en dos actos. Música de Wolfgang Amadeus Mozart
(1756-1791). 30 de enero, 2020
Andrea Mastroni, un bajo italiano joven con gran trayectoria, realiza una excelente exhibición vocal, igual que el guapo y seductor Tamino de Stanislas de Barbeyrac, cantante francés fogueado en muchas batallas y también en las mozartianas.
Libreto de Emanuel Schikaneder
Estrenado en el Theater Auf Der Wieden de Viena el 30 de septiembre
de 1791
Estrenada en el Teatro Real el 11 de enero de 2001
Producción de la Komische Oper de Berlín. Edición musical Alkor
Editions Kassel GmbH
“… Porque, como escribía Rousseau en “Émile” (1762), “la tendencia
del instinto es indeterminada. Un sexo se siente atraído por el otro: este es
el movimiento de la naturaleza. La elección, las preferencias, el lazo
personal, son obra de las luces”. Joan Matabosch, Director Artístico del Teatro
Real.
Equipo Artístico
Director musical, Ivor Bolton
Director de Escena, Suzanne Andrade, Barrie Kosky
Concepto 1927 (Suzanne Andrade & Paul Barritt) y Barrie Kosky
Animador, Paul Barritt
Escenógrafa y Figurinista, Esther Bialas
Director del Coro, Andrés Máspero
Directora del Coro de Niños, Ana González
Reparto
Sarastro/ Orador, Andrea Mastroni
Tamino, Stanislas de
Barbeyrac
La Reina de la Noche, Aleksandra Olczyk
Tres Damas, Elena Copons, Gemma Coma-Alabert, Marie-Luise Dreßen
Papagena, Ruth Rosique
Papageno, Andreas Wolf
Monostatos, Mikeldi Atxalandabaso
Dos hombres con armadura, Antonio Lozano, Felipe Bou
Además, tres muchachos y actores
La producción de la Flauta Mágica, que ahora repone en su versión
de hace 4 años, inspirada en el cine mudo, del director de escena Barrie
Kosky, vuelve al Teatro Real con un
cuento inquietante para niños y adultos (releed a Bruno Bettelheim, como
siempre y su “Psicoanálisis de los cuentos de Hadas”).
Concebido a primera vista sobre la fraternidad, rebosante de
simbología y guiños masónicos, es posiblemente uno de los testamentos musicales
de Mozart.
En origen creado en la Komische Oper, es evidente la referencia al cine
alemán de la República de Weimar y al Berlín de los años 1920, epicentro proteico
de la cultura, el cabaret, el cine mudo y el cine de animación.
Dicen los glosadores del foro, que Papageno recuerda al Buster
Keaton de “El colegial” y al Chaplin de “Tiempos modernos”, Monostatos es un
poco el Nosferatu de Murnau, Pamina es vecina
de Louise Brooks y Sarastro parece una alianza entre Abraham Lincoln y el
Doctor Caligari, entre reminiscencias del Harold Lloyd de “El hombre mosca”,
los dibujos animados, el cómic de los años 1930 y el “pop art” a lo
Lichenstein.
No están ausentes las figuras y dibujos tan especiales a la manera de
creadores de la “bande dessinée” francesa como Joan Sfar (El gato del rabino o
Vampiro) o la María Antonieta de también galo artista Benjamin Lacombe. Y con total evidencia, Betty Boop, natürlich!
Ubicación complicada del rol de los cantantes en esta versión, muy
exigidos en la precisión gestual y corporal, ya que deben acoplarse a las
imágenes que juegan inesperadamente con o sobre ellos porque es fundamental y
manda en todo el universo mozartiano con reminiscencias del Gran Arquitecto y
su Proyecto para la Humanidad.
Aquí se incorporan todos los códigos inherentes al cine mudo: el
gesto sobredimensionado, el piano de acompañamiento (fragmentos del propio
Mozart incluidos en este instrumento) y los subtítulos entre las escenas,
siempre con una especie de frenesí muy vigoroso cercano al horror vacui.
El teatro completo, sin una butaca libre, a pesar de las numerosas
funciones ofrecidas, asume el desafío de mantener el interés por el repertorio
lírico clásico, sin que decaigan las emociones y la capacidad de sorpresa del
espectador. Si estas cualidades fueran necesarias o no estuvieran presentes, a
tenor de la atención prestados por dos niños de cinco o seis años en la primera
fila del coliseo madrileño, la velada del 30 de enero.
Como siempre, Ivor Bolton
llevó a cabo una labor menos apasionada en esta ocasión que otras veces en la dirección de la orquesta, de
formato más reducido como es habitual en la época, atento a todo lo que volaba
y sobrevolaba el escenario: personajes humanos cantando, que suben y bajan del
palcoscenico. Todo tipo de recreaciones fantásticas de dibujos de libélulas,
arañas amenazantes, gatos, mariposas, florecitas de colores, en blanco y negro,
perros fieros enlutados, pelucones empolvados aunque ajenos a la estética del
XVIII, textos sobreimpresos y un etcétera interminable que impedía a la
audiencia, abandonar por un momento el seguimiento auditivo y especialmente
visual. Siempre con un componente de gran seducción y demanda por parte de los
creadores a una audiencia hipnotizada y absolutamente disponible. Y por
supuesto, imágenes de compases, escuadras, reglas y otros artilugios fácilmente
reconocibles como inherentes al imaginario masónico.
Muy en su línea de excelencia el Coro dirigido por Andrés Máspero, impecable siempre la
prestación de los pequeños Cantores de la Jorcam dirigidos por Ana González.
Andrea Mastroni, un bajo italiano joven con gran trayectoria, realiza una excelente exhibición vocal, igual que el guapo y seductor Tamino de Stanislas de Barbeyrac, cantante francés fogueado en muchas batallas y también en las mozartianas.
Cumplió con holgura en las agilidades siempre esperadas por el
público, la reina de la Noche de Aleksandra
Olczyk, sabia y apropiada. La
Pamina de Olga Peretyatko es tierna
y transmite muy bien las emociones, con su voz y su también excelente presencia
escénica, que comparte con el resto del elenco. Adecuadas y sugerentes las Tres
damas de Elena Copons, Gemma
Coma-Alabert y Marie-Luise Dressen. El Papageno de Andreas Wolf convenció y encantó, con soltura, y a la vez una
solvencia natural, perfectamente encarnada en la puesta. La voz de Mikeldi Atxalandabaso suena varonil y
redonda y tenga el rol que tenga, esta vez también, lo deja bien resuelto.
Todos o casi casi, envuelto en un alemán de libro.
Perfectamente integrados en el corpus, los tres muchachos, los dos
hombres con armadura y los actores Magdalena
Aizpurúa, Andrés Bernal y José Ruiz.
Mozart, en su corta trayectoria vital, dejó una presencia
probablemente nunca igualada en la música y en las ideas de su tiempo.
Verdadero maestro de la mayéutica socrática ilustrada, contribuyó a
experimentar y alentar en el ser humano y sus andanzas vitales, lo más noble,
lo más genuino y también lo que más se acerca a lo lúdico, a un sentimiento de
goce y despreocupación frente a los avatares de la vida. Nihil obstat, carpe
diem sed etiam…
Todavía se visiona y se comenta la inefable y antológica Amadeus de Shaffer/Milos Forman, tan premiada y evocadora. Con un Tom Hulce refrescante y jovial, en estado de gracia. Mozart habita
ya lejos de su imagen de niño perfeccionista y superdotado a la sombra de un
padre psicoanalíticamente alarmante y desalmado. En Don Giovanni lo sufrió y lo
contó, pero de todo su hermoso legado, probablemente quede y se recuerde y
celebre, lo más importante: su irrenunciable vocación por la Verdad y la Belleza.
Alicia Perris