martes, 18 de mayo de 2021

TEATRO REAL DE MADRID, RECUPERA UNA ÓPERA DE VALENTÍN DE ZUBIAURRE, DON FERNANDO, EL EMPLAZADO

 DON FERNANDO, EL EMPLAZADO. VALENTIN DE ZUBIAURRE (1837-1914). Ópera española en tres actos. Libreto de Riccardo Castelvecchio y Ernesto Palermi. Teatro Real, 17 de mayo de 2021. En versión concierto y en italiano.

Estrenada en el Teatro Alhambra de Madrid el 12 de mayo de 1871

Estrenada en el Teatro Real el 5 de abril de 1874

Director musical, José Miguel Pérez-Sierra

Director del coro, Andrés Máspero

Asistente del director musical, Alberto Cubero

Asistente de la revisión de la partitura, Ruhama Santorsa

Asesor científico Francesco, Izzo

Reparto

Estrella, Miren Urbieta-Vega

Violante, Cristina Faus

Fernando IV, Damián del Castillo

Don Pedro de Carvajal, José Bros

Don Juan de Carvajal, Fernando Radó

Don Rodrigo, Gerardo López

Paje, Vicenç Esteve

Pregonero, Gerardo Bullón

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

Edición musical Edición crítica de Francesco Izzo publicada por el ICCMU


FICHA ARTÍSTICA

La recuperación de Don Fernando el Emplazado ha sido posible gracias a una investigación liderada por Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU) en el marco de los proyectos I+D: MadMusic-CM «Espacios, géneros y públicos de la música en Madrid, ss. XVII-XX» (ref. H2019 /HUM-5731) de la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo, y MuTe «Música teatral en España: géneros, continuidades e interacciones (1680-1914)», del Ministerio de Ciencia e Innovación, dirigidos ambos por Álvaro Torrente.

Según explica exhaustivamente en el programa de mano, en el artículo ad hoc LA BELLEZA DE LA TEMPESTAD, Álvaro Torrente, “Fernando IV tuvo una vida breve pero intensa. A los nueve años heredó la corona de Castilla de su padre Sancho IV y su reinado se caracterizó por un permanente enfrentamiento con parte de la nobleza castellana, una verdadera guerra civil en la que su principal valedora fue su madre, María de Molina, que le ayudo a defenderse de los nobles castellanos y evitó en numerosas ocasiones que fuera destronado, incluso tras su mayoría de edad”.

Falleció de improviso en septiembre de 1312, casi a los veintisiete años. Según cuentan las crónicas,  pocos días antes había mandado matar a dos hermanos nobles de apellido Carvajal, de una manera atroz y sanguinaria. Historia de historias muy repetidas en la tradición de gobierno española. En este caso la figura del soberano medieval habría que espejearla en el momento del corto reinado de Amadeo de Saboya y la Primera República Española, en la segunda mitad del siglo XIX.

Estos y otros acontecimientos afines, hicieron germinar el interés por este tema, durante el Romanticismo y así,  Bretón de los Herreros estrenó en 1837 un drama histórico en cinco actos, mientras que en el cuadro Los últimos momentos de Fernando IV el Emplazado, pintado en Roma en 1856 por José Casado del Alisal y comprado en 1860 por el gobierno para el Museo del Prado, representa los últimos instantes del monarca ante la presencia de los fantasmas de los dos hermanos ajusticiados previamente.

Este es el argumento que llevará a Valentín de Zubiaurre (Garay, Vizcaya, 1837-Madrid, 1914) a ejecutar su segunda ópera, con un libreto que convierte la leyenda medieval en la lucha del pueblo castellano contra la tiranía de su monarca. Una letanía histórica, como decíamos antes que vuelve a menudo a las páginas de la historia de la Península Ibérica y de Castilla (ver y leer el libreto de Don Fernando…).

Por su parte, Zubiaurre se inició como tiple en la colegiata de Santiago en Bilbao, donde aprendió de Nicolás Ledesma las bases de la música como oficio. Como a tantos otros, la escasez económica le llevó a buscar fortuna en América, y de esta forma pasó ocho años en Venezuela, trabajando como profesor de piano y concertista. No se hizo rico, pero fue toda una experiencia. En 1861 regresó a España y siguió estudiando con Hilarión Eslava, famoso talento de la Real Capilla.

Llegó su primera ópera, Luis Camoens (1864), que nunca se estrenó. Su segunda ópera fue Don Fernando el Emplazado, con la que consiguió un reconocido éxito. Hubo una tercera, Ledia, escrita en 1873 y estrenada cuatro años más tarde en el Teatro Real. Entre 1873 a 1875 fue nombrado académico de Bellas Artes y destinado a la Academia de España en Roma, con una beca, empezando lo que para otros países significaba “el gran tour”. Disfrutó y aprendió de Italia y pudo visitar Viena y París. A partir de su regreso a España, se dedicará completamente a la música religiosa. De hecho, las referencias a Dios, el “Cielo”, los fantasmas, la muerte como hito, impregnan todo el texto de la ópera de una religiosidad evidente y marcada, muy católica y muy española.

Al compositor vasco le gusta sobre todo volverse hacia la ópera italiana pero admira además lo que él llama «el estilo franco-alemán» y sus reservas hacia Wagner no le impidieron reconocer su interés y su valía.

Desde el punto de vista lírico, se vive el auge de la zarzuela, el espectáculo de mayor popularidad desde la fundación del teatro homónimo en 1856, donde acudían todas las clases sociales y también la consolidación de la ópera italiana, más elitista, con la inauguración del Teatro Real en 1850 –rebautizado como Teatro Nacional de Ópera tras la Gloriosa–, con un repertorio semejante a lo que se podía escuchar en muchas salas europeas, como Rossini, Bellini, Donizetti, Verdi o Meyerbeer, en lengua italiana.

Don Fernando se dio en el Teatro Real, lo hicieron en la versión italiana primigenia, con un fulgurante cast como Tamberlick, el alabado tenor europeo como don Pedro. Los temas son familiares en el universo operístico: el enfrentamiento contra el tirano, las vendettas, los amores contrariados y perseguidos, la pureza representada por la virginidad de la mujer, los elementos religiosos como ya se apuntó y sobrenaturales, declinados por unos personajes y roles muy bien dibujados.

“Hay música para todos, escribe el experto, romanzas del tenor, cavatinas de la prima donna, varios duetos, entre ellos uno de los enamorados que se encuentran en la cárcel, además de un brillante terceto y dos grandiosos números corales que cierran el primer y el segundo acto, junto a preludios e interludios que anticipan o rememoran muchos de los temas melódicos de los números principales, todo vestido con una rica orquestación y una planificación armónica excepcionalmente rica para lo que se solía escuchar en España.

El Teatro Real explora con esta obra su propia historia, su propio pasado, a partir no solo del gran repertorio europeo sino también de apuestas singulares como esta ópera que, por diversos motivos, no precisamente estéticos, han permanecido en el olvido desde entonces”.

El profesor Francesco Izzo trabajó la partitura completa en italiano de Don Fernando y es el editor general de Le Opere di Giuseppe Verdi (Ricordi/Chicago), estudiando y comparando diferentes fuentes musicales, entre ellas la partitura completa de Zubiaurre en castellano.

Zubiaurre consigue una propuesta satisfactoria y redonda, llena de posibilidades, concretadas a partir de su experiencia musical entretejida en numerosos años de viajes, exploraciones y estudio. El Teatro Real de Madrid, que acaba de obtener el International Opera Awards 2021, el reconocimiento de una revista como Forbes para su director general, Ignacio García-Belenguer y la medalla del Ayuntamiento para Gregorio Marañón (nieto del gran escritor y médico español) despliega también la seducción de una apuesta como esta composición nacional, “en el mismo lugar donde triunfó hace exactamente 147 años, un mes y diez días”. (Álvaro Torrente dixit).

La función

Fue una noche algo extraña: la función se prolongó casi media hora más de lo previsto y al final, por mail, Prensa y Comunicación del Real anunció que “esta noche, entre el segundo y el tercer acto de Don Fernando El Emplazado, el barítono Damián del Castillo, que interpretaba el papel de Fernando IV, tuvo una indisposición y fue sustituido por Gerardo Bullón, que además de cover, cantaba el papel de pregonero. La sustitución fue tan rápida que el anuncio solamente se hizo al final”.

Gerardo Bullón, que apareció en el tercer acto luego de una pausa rara, cumplió como cover, mucho más que como simple pregonero. Una pena que solo tuviera a priori, el encargo de dos frases, porque quiere y puede sobradamente y lo demostró con soltura. Generosa e inesperada interpretación e intervención. “Solo ante el peligro”, único cantante efectivamente en el escenario, durante un instante muy largo, como un Gary Cooper esperando a los cuatreros en la calle del pueblo…

Del Castillo realizó una buena actuación hasta su malestar antes del final, igual que Cristina Faus, en una breve intervención como Violante, ya que el único rol femenino recae en la responsabilidad de una soprano, Estrella en la ficción, rodeada de voces masculinas.

José Bros firmó un Don Pedro más regio que el soberano, como aristócrata consciente de sus derechos, también sobre la enamorada, que cumple con una personalidad muy alejada de los requerimientos éticos de las Metoo de la actualidad. De instrumento cálido, regaló momentos muy agradables, con alguna tensión ocasional en el territorio agudo, para cerrar un final apropiado y más cómodo.

Miren Urbieta-Vega, la soprano donostiarra posee una voz fresca, dúctil en lo teatral, a pesar de la cortedad de medios para representar una ópera tan caudalosa y pasional como esta en versión concierto. Excelente técnica, buen fiato,  mucho que contar y cantar en el futuro inmediato. Una presencia escénica bonita, con un pulposo vestido de gasa verde y lentejuelas, con capa, que manejaba con gracia. Y está prácticamente todo el tiempo en escena, un esfuerzo y mucha resiliencia...

Noble la voz y la actuación del argentino Fernando Radó, como el hermano mesurado del protagonista ajusticiado. El suyo es un rol de constancia y saber convencer. Olvida sus obligaciones de compasión sacerdotal, sin embargo,  cuando, a las puertas del brutal ajusticiamiento, maldice al rey que lo condena, Don Fernando, que verá cómo se apaga su vida en los “próximos treinta días”. Una maldición que recuerda la del gran maestre templario, Jacques de Molay, ésta documentada y verdadera.

Desde la pira del sacrificio de Molay maldijo al rey de Francia y al papa de turno que lo condenaron por hereje y les advirtió que morirían dentro del mismo año de su sacrificio. Circunstancia que se cumplió puntualmente. Radó fue de los más estables en la actuación a lo largo de tres actos durante los cuales se lo oyó bastante. Sin sobresaltos vocales ni otros, se lo escuchó seguro y aplomado, agradable la voz de bajo, ancha y resuelta.

Gerardo López, el Yago de esta producción, el traidor que urde todo el nudo que lleva a la muerte a los hermanos, cantó su parte con un mohín de enfado y mala espina, que se le agradece, en la intención de dotar, además de voz, de algo de teatralidad a un personaje poco agradable y nada agradecido. No utilizó mascarilla.

Un idioma italiano poco reconocible en la ópera italiana este de la composición de Valentín de Zubiaurre (se lee “germano” en vez de “fratello”, más usado conocido, o “libertade” en vez de “libertà” y otros ejemplos). El coro moduló muy bien, comentando, azuzando, dulcificando, a mitad de camino entre el oficio del clásico de la tragedia griega y la turbamulta romana organizada que acudía a ver en la arena los espectáculos sanguinarios de los gladiadores.

Su director, el Maestro Andrés Máspero, realiza una labor discreta, a menudo callada, con una eficiencia apolínea, calibrando las voces, los volúmenes sonoros, los silencios. Y eso que cantan con mascarilla durante toda la velada.  Esta vez su grupo tuvo una presencia reiterada y fundamental como protagonista del pueblo y comentarista de la H(h)istoria y tal vez por eso, salió a saludar, en su estilo, escueto, contenido, breve pero galante.

El director madrileño José Miguel Pérez-Sierra, fogueado en muchos teatros extranjeros también, tuvo una labor ímproba con esta partitura, agotadora, a mitad de camino entre las efusiones verdianas y la delicadeza y sofisticación de algunos pasajes más líricos, donizettianos.

Muchos instrumentos, pobladísimas las voces del coro y los solistas, que a veces lo desbordan, parapetado como está, por razones sanitarias, detrás de una mascarilla de quita y pon y una cubierta de metacrilato, porque todavía, el virus acecha, aunque parecen evidentes las muestras de relajación social observadas dentro y fuera del teatro (a menudo, algunos se bajan la mascarilla debajo de la nariz y en la oscuridad, “todos los gatos son pardos”, salvo para los vecinos de asiento, claro).


Debería ser más activa la actuación de los acomodadores, que desaparecen al apagarse las luces. Una lección para todos: la de los/as del Teatro la Fenice de Venecia, verdadero ballet móvil, que ya antes de la pandemia, no cesaba de subir y bajar por los pasillos, en un silencio total, para descubrir y corregir actitudes distópicas.

“Last but no least”, Vicenç Esteve, el tenor barcelonés en su papel de paje, cerró un elenco esforzado y entregado, que lo dio todo en una noche donde la climatología de Madrid, desértica, subió mucho y con rapidez en temperatura y sequedad, generando una enorme amplitud térmica, lo cual probablemente influyó en la salud y el estado de las voces de los cantantes, que a menudo hicieron uso de las botellas de agua depositadas a sus pies.

Muchos aplausos y reconocimiento para todos. Cada función – lo saben los creadores que trabajan fuera y dentro del escenario de la sala capitalina y también la audiencia- es un triunfo contra la enfermedad, la parálisis y el aletargamiento que podrían ser obligados por la salud, como opción más fácil y cómoda, pero no es el caso. El Teatro Real sigue, cumple, avanza o como dirían los latinos, "festina lente” *.

Alicia Perris 

Fotos 1,3 y 4, Javier del Real. Julio Serrano, fotos 2 y 5

*«Festina lente» es una locución latina proveniente del oxímoron griego «σπεδε βραδέως» (speûde bradéōs), cuya traducción literal es: «Apresúrate despacio». Esta locución la usó supuestamente el emperador romano Augusto al lamentarse por la irreflexión de uno de sus comandantes, y, según el historiador romano Suetonio, era una de sus frases favoritas (Augusto, 25): «Caminad despacio si queréis llegar antes a un trabajo bien hecho».

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