DON FERNANDO, EL EMPLAZADO. VALENTIN DE ZUBIAURRE (1837-1914). Ópera española en tres actos. Libreto de Riccardo Castelvecchio y Ernesto Palermi. Teatro Real, 17 de mayo de 2021. En versión concierto y en italiano.
Estrenada en el
Teatro Alhambra de Madrid el 12 de mayo de 1871
Estrenada en el
Teatro Real el 5 de abril de 1874
Director musical,
José Miguel Pérez-Sierra
Director del coro,
Andrés Máspero
Asistente del
director musical, Alberto Cubero
Asistente de la
revisión de la partitura, Ruhama Santorsa
Asesor científico
Francesco, Izzo
Reparto
Estrella, Miren
Urbieta-Vega
Violante, Cristina
Faus
Fernando IV, Damián
del Castillo
Don Pedro de
Carvajal, José Bros
Don Juan de
Carvajal, Fernando Radó
Don Rodrigo, Gerardo
López
Paje, Vicenç Esteve
Pregonero, Gerardo
Bullón
Coro y Orquesta
Titulares del Teatro Real
Edición musical Edición crítica de Francesco Izzo publicada por el ICCMU
FICHA ARTÍSTICA
La recuperación de Don Fernando el Emplazado ha sido posible
gracias a una investigación liderada por Instituto Complutense de Ciencias
Musicales (ICCMU) en el marco de los proyectos I+D: MadMusic-CM «Espacios,
géneros y públicos de la música en Madrid, ss. XVII-XX» (ref. H2019 /HUM-5731)
de la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo, y MuTe «Música teatral en
España: géneros, continuidades e interacciones (1680-1914)», del Ministerio de
Ciencia e Innovación, dirigidos ambos por Álvaro
Torrente.
Según explica exhaustivamente en el programa de mano, en el
artículo ad hoc LA BELLEZA DE LA TEMPESTAD, Álvaro Torrente, “Fernando IV tuvo
una vida breve pero intensa. A los nueve años heredó la corona de Castilla de
su padre Sancho IV y su reinado se caracterizó por un permanente enfrentamiento
con parte de la nobleza castellana, una verdadera guerra civil en la que su
principal valedora fue su madre, María de Molina, que le ayudo a defenderse de
los nobles castellanos y evitó en numerosas ocasiones que fuera destronado,
incluso tras su mayoría de edad”.
Falleció de improviso en septiembre de 1312, casi a los veintisiete
años. Según cuentan las crónicas, pocos
días antes había mandado matar a dos hermanos nobles de apellido Carvajal, de
una manera atroz y sanguinaria. Historia de historias muy repetidas en la
tradición de gobierno española. En este caso la figura del soberano medieval
habría que espejearla en el momento del corto reinado de Amadeo de Saboya y la
Primera República Española, en la segunda mitad del siglo XIX.
Estos y otros acontecimientos afines, hicieron germinar el interés
por este tema, durante el Romanticismo y así,
Bretón de los Herreros estrenó en 1837 un drama histórico en cinco
actos, mientras que en el cuadro Los últimos momentos de Fernando IV el
Emplazado, pintado en Roma en 1856 por José Casado del Alisal y comprado en
1860 por el gobierno para el Museo del Prado, representa los últimos instantes del
monarca ante la presencia de los fantasmas de los dos hermanos ajusticiados
previamente.
Este es el argumento que llevará a Valentín de Zubiaurre (Garay, Vizcaya, 1837-Madrid, 1914) a
ejecutar su segunda ópera, con un libreto que convierte la leyenda medieval en
la lucha del pueblo castellano contra la tiranía de su monarca. Una letanía
histórica, como decíamos antes que vuelve a menudo a las páginas de la historia
de la Península Ibérica y de Castilla (ver y leer el libreto de Don Fernando…).
Por su parte, Zubiaurre se inició como tiple en la colegiata de
Santiago en Bilbao, donde aprendió de Nicolás
Ledesma las bases de la música como oficio. Como a tantos otros, la escasez
económica le llevó a buscar fortuna en América, y de esta forma pasó ocho años
en Venezuela, trabajando como profesor de piano y concertista. No se hizo rico,
pero fue toda una experiencia. En 1861 regresó a España y siguió estudiando con
Hilarión Eslava, famoso talento de
la Real Capilla.
Llegó su primera ópera, Luis Camoens (1864), que nunca se estrenó.
Su segunda ópera fue Don Fernando el Emplazado, con la que consiguió un
reconocido éxito. Hubo una tercera, Ledia, escrita en 1873 y estrenada cuatro
años más tarde en el Teatro Real. Entre 1873 a 1875 fue nombrado académico de
Bellas Artes y destinado a la Academia de España en Roma, con una beca,
empezando lo que para otros países significaba “el gran tour”. Disfrutó y
aprendió de Italia y pudo visitar Viena y París. A partir de su regreso a
España, se dedicará completamente a la música religiosa. De hecho, las
referencias a Dios, el “Cielo”, los fantasmas, la muerte como hito, impregnan
todo el texto de la ópera de una religiosidad evidente y marcada, muy católica
y muy española.
Al compositor vasco le gusta sobre todo volverse hacia la ópera
italiana pero admira además lo que él llama «el estilo franco-alemán» y sus
reservas hacia Wagner no le impidieron reconocer su interés y su valía.
Desde el punto de vista lírico, se vive el auge de la zarzuela, el
espectáculo de mayor popularidad desde la fundación del teatro homónimo en
1856, donde acudían todas las clases sociales y también la consolidación de la ópera
italiana, más elitista, con la inauguración del Teatro Real en 1850
–rebautizado como Teatro Nacional de Ópera tras la Gloriosa–, con un repertorio
semejante a lo que se podía escuchar en muchas salas europeas, como Rossini,
Bellini, Donizetti, Verdi o Meyerbeer, en lengua italiana.
Don Fernando se dio en el Teatro Real, lo hicieron en la versión italiana
primigenia, con un fulgurante cast como Tamberlick, el alabado tenor europeo
como don Pedro. Los temas son familiares en el universo operístico: el
enfrentamiento contra el tirano, las vendettas, los amores contrariados y
perseguidos, la pureza representada por la virginidad de la mujer, los
elementos religiosos como ya se apuntó y sobrenaturales, declinados por unos
personajes y roles muy bien dibujados.
“Hay música para todos, escribe el experto, romanzas del tenor,
cavatinas de la prima donna, varios duetos, entre ellos uno de los enamorados
que se encuentran en la cárcel, además de un brillante terceto y dos grandiosos
números corales que cierran el primer y el segundo acto, junto a preludios e
interludios que anticipan o rememoran muchos de los temas melódicos de los
números principales, todo vestido con una rica orquestación y una planificación
armónica excepcionalmente rica para lo que se solía escuchar en España.
El Teatro Real explora con esta obra su propia historia, su propio
pasado, a partir no solo del gran repertorio europeo sino también de apuestas
singulares como esta ópera que, por diversos motivos, no precisamente estéticos,
han permanecido en el olvido desde entonces”.
El profesor Francesco Izzo trabajó la partitura completa en
italiano de Don Fernando y es el editor general de Le Opere di Giuseppe Verdi
(Ricordi/Chicago), estudiando y comparando diferentes fuentes musicales, entre
ellas la partitura completa de Zubiaurre en castellano.
Zubiaurre consigue una propuesta satisfactoria y redonda, llena de posibilidades, concretadas a partir de su experiencia musical entretejida en numerosos años de viajes, exploraciones y estudio. El Teatro Real de Madrid, que acaba de obtener el International Opera Awards 2021, el reconocimiento de una revista como Forbes para su director general, Ignacio García-Belenguer y la medalla del Ayuntamiento para Gregorio Marañón (nieto del gran escritor y médico español) despliega también la seducción de una apuesta como esta composición nacional, “en el mismo lugar donde triunfó hace exactamente 147 años, un mes y diez días”. (Álvaro Torrente dixit).
La función
Fue una noche algo extraña: la función se prolongó casi media hora más de lo previsto y al final, por mail, Prensa y Comunicación del Real anunció que “esta noche, entre el segundo y el tercer acto de Don Fernando El Emplazado, el barítono Damián del Castillo, que interpretaba el papel de Fernando IV, tuvo una indisposición y fue sustituido por Gerardo Bullón, que además de cover, cantaba el papel de pregonero. La sustitución fue tan rápida que el anuncio solamente se hizo al final”.Gerardo Bullón, que apareció en el tercer acto luego de una pausa
rara, cumplió como cover, mucho más que como simple pregonero. Una pena que
solo tuviera a priori, el encargo de dos frases, porque quiere y puede
sobradamente y lo demostró con soltura. Generosa e inesperada interpretación e
intervención. “Solo ante el peligro”, único cantante efectivamente en el
escenario, durante un instante muy largo, como un Gary Cooper esperando a los
cuatreros en la calle del pueblo…
Del Castillo realizó una buena actuación hasta su malestar antes
del final, igual que Cristina Faus,
en una breve intervención como Violante, ya que el único rol femenino recae en
la responsabilidad de una soprano, Estrella en la ficción, rodeada de voces
masculinas.
José Bros firmó un Don Pedro más regio que el soberano, como aristócrata consciente de sus derechos, también sobre la enamorada, que cumple con una personalidad muy alejada de los requerimientos éticos de las Metoo de la actualidad. De instrumento cálido, regaló momentos muy agradables, con alguna tensión ocasional en el territorio agudo, para cerrar un final apropiado y más cómodo.
Miren Urbieta-Vega, la soprano
donostiarra posee una voz fresca, dúctil en lo teatral, a pesar de la cortedad
de medios para representar una ópera tan caudalosa y pasional como esta en
versión concierto. Excelente técnica, buen fiato, mucho que contar y cantar
en el futuro inmediato. Una presencia escénica bonita, con un pulposo vestido
de gasa verde y lentejuelas, con capa, que manejaba con gracia. Y está prácticamente todo el tiempo en escena, un esfuerzo y mucha resiliencia...
Noble la voz y la actuación del argentino Fernando Radó, como el hermano mesurado del protagonista
ajusticiado. El suyo es un rol de constancia y saber convencer. Olvida sus
obligaciones de compasión sacerdotal, sin embargo, cuando, a las puertas del brutal
ajusticiamiento, maldice al rey que lo condena, Don Fernando, que verá cómo se
apaga su vida en los “próximos treinta días”. Una maldición que recuerda la del
gran maestre templario, Jacques de Molay, ésta documentada y verdadera.
Desde la pira del sacrificio de Molay maldijo al rey de Francia y
al papa de turno que lo condenaron por hereje y les advirtió que morirían
dentro del mismo año de su sacrificio. Circunstancia que se cumplió
puntualmente. Radó fue de los más estables en la actuación a lo largo de tres
actos durante los cuales se lo oyó bastante. Sin sobresaltos vocales ni otros,
se lo escuchó seguro y aplomado, agradable la voz de bajo, ancha y resuelta.
Gerardo López, el Yago de esta
producción, el traidor que urde todo el nudo que lleva a la muerte a los
hermanos, cantó su parte con un mohín de enfado y mala espina, que se le
agradece, en la intención de dotar, además de voz, de algo de teatralidad a un
personaje poco agradable y nada agradecido. No utilizó mascarilla.
Un idioma italiano poco reconocible en la ópera italiana este de la
composición de Valentín de Zubiaurre (se lee “germano” en vez de “fratello”,
más usado conocido, o “libertade” en vez de “libertà” y otros ejemplos). El
coro moduló muy bien, comentando, azuzando, dulcificando, a mitad de camino
entre el oficio del clásico de la tragedia griega y la turbamulta romana
organizada que acudía a ver en la arena los espectáculos sanguinarios de los
gladiadores.
Su director, el Maestro Andrés
Máspero, realiza una labor discreta, a menudo callada, con una eficiencia
apolínea, calibrando las voces, los volúmenes sonoros, los silencios. Y eso que
cantan con mascarilla durante toda la velada. Esta vez su grupo tuvo una presencia reiterada
y fundamental como protagonista del pueblo y comentarista de la H(h)istoria y
tal vez por eso, salió a saludar, en su estilo, escueto, contenido, breve pero
galante.
El director madrileño José
Miguel Pérez-Sierra, fogueado en muchos teatros extranjeros también, tuvo
una labor ímproba con esta partitura, agotadora, a mitad de camino entre las
efusiones verdianas y la delicadeza y sofisticación de algunos pasajes más
líricos, donizettianos.
Muchos instrumentos, pobladísimas las voces del coro y los solistas, que a veces lo desbordan, parapetado como está, por razones sanitarias, detrás de una mascarilla de quita y pon y una cubierta de metacrilato, porque todavía, el virus acecha, aunque parecen evidentes las muestras de relajación social observadas dentro y fuera del teatro (a menudo, algunos se bajan la mascarilla debajo de la nariz y en la oscuridad, “todos los gatos son pardos”, salvo para los vecinos de asiento, claro).
Debería ser más activa la actuación de los acomodadores, que desaparecen al apagarse las luces. Una lección para todos: la de los/as del Teatro la Fenice de Venecia, verdadero ballet móvil, que ya antes de la pandemia, no cesaba de subir y bajar por los pasillos, en un silencio total, para descubrir y corregir actitudes distópicas.
“Last but no least”, Vicenç
Esteve, el tenor barcelonés en su papel de paje, cerró un elenco esforzado
y entregado, que lo dio todo en una noche donde la climatología de Madrid,
desértica, subió mucho y con rapidez en temperatura y sequedad, generando una
enorme amplitud térmica, lo cual probablemente influyó en la salud y el estado
de las voces de los cantantes, que a menudo hicieron uso de las botellas de
agua depositadas a sus pies.
Muchos aplausos y reconocimiento para todos. Cada función – lo
saben los creadores que trabajan fuera y dentro del escenario de la sala
capitalina y también la audiencia- es un triunfo contra la enfermedad, la
parálisis y el aletargamiento que podrían ser obligados por la salud, como
opción más fácil y cómoda, pero no es el caso. El Teatro Real sigue, cumple,
avanza o como dirían los latinos, "festina
lente” *.
Alicia Perris
Fotos 1,3 y 4, Javier del Real. Julio Serrano, fotos 2 y 5
*«Festina lente» es
una locución latina proveniente del oxímoron griego «σπεῦδε βραδέως» (speûde
bradéōs), cuya traducción literal es: «Apresúrate despacio». Esta locución la
usó supuestamente el emperador romano Augusto al lamentarse por la irreflexión
de uno de sus comandantes, y, según el historiador romano Suetonio, era una de
sus frases favoritas (Augusto, 25): «Caminad despacio si queréis llegar antes a
un trabajo bien hecho».
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