El compositor siciliano cambió la música en Italia con discos como ‘La voce del Padrone’, rompiendo las las costuras que unían hasta entonces la alta y la baja cultura
DANIEL VERDÚ
El compositor Franco
Battiato ha fallecido en su casa de Milo, un pequeño pueblo de Sicilia, a los
76 años. Músico, escritor, guionista de documentales y también pintor bajo el
seudónimo de Suphan Barzani, el artista llevaba años desaparecido de la escena pública
aquejado de una enfermedad que su entorno nunca quiso desvelar. Se había ganado
el derecho a vivir en silencio los últimos años de su vida, rodeado de sus
libros y amigos, a despedirse tranquilamente en su casa, en un paisaje de lava
volcánica en la falda del Etna, tras una carrera musical que cambió los
patrones de la música italiana y que rompió esas molestas costuras que se
empeñan en separar la alta y la baja cultura. Después de una vida buscando un
centro de gravedad permanente, ese será ahora el único consuelo de su legión de
seguidores, puede que al fin lo haya encontrado.
Battiato hizo de
todo en la música y siempre de manera distinta a los demás. Triunfó en el pop,
cantó en Eurovisión en 1984 y creó un sonido (30 discos de estudio) que venía
de la música experimental y la improvisación a base de sintetizadores y toda
suerte de cacharrería electrónica que hasta entonces solo se había visto en la
música de vanguardia. Nacido el 23 de marzo de 1945 en Riposto, en la provincia
de Catania, Battiato se trasladó a Milán en la primera mitad de la década de
1960 para intentar una carrera como profesional en el mundo en los escenarios.
Después de sus primeros trabajos con Giorgio Gaber y Ombretta Colli, debutó
como solista de Pino Massara con los álbumes Fetus y Pollution, hitos de esa
pulsión revolucionaria que le acompañó siempre en mayor o menor medida.
Su música surgía de
las profundidades del sonido experimental y el rock progresivo. Tocado por el
magnetismo de Karlheinz Stockhausen —ganó el premio del compositor en 1977 con
el disco L’Egitto prima delle sabbie— y las influencias del sonido
dodecafónico, nacieron álbumes como Fetus (1971), Pollution (1972) o Sulle
corde di Aries (1973), tres piezas recientemente reeditadas que suelen pasar
desapercibidas entre los hits de los ochenta y los noventa y que hoy son
codiciadas piezas en las estanterías de coleccionistas. Músico instintivo, ese
fue un periodo en el que aprendió armonía y a tocar el violín por recomendación
del propio Stockhausen; un tiempo en el que se obsesionó con la tecnología y
metió siempre más en su maleta el viejo VCS 3, un sintetizador analógico que
solo usaba en aquella época David Gilmour en Pink Floyd.
Battiato, sin
embargo, no se conformó con habitar el patio trasero de la vanguardia musical.
Fue el primer artista italiano —antes que gigantes como Vasco Rossi o Lucio
Dalla— que vendió un millón de copias con La voce del Padrone (1981). Desde
entonces, se convirtió en un cuerpo extraño de la música capaz arreglar una
sobremesa familiar que terminaba con el salón de casa convertido en una pista
de baile: “È gira tutto intorno alla stanza mentre si danza”, pedía en Voglio
vederti danzare (L’arca di Noe, 1982). O de unir en un mismo concierto a padres
e hijos que normalmente no tenían nada que decirse, a viejos arqueólogos de la
vanguardia musical y a niños bien que se desgañitaban coreando letras de
canciones que nunca llegaron a comprender del todo. Algo que, bien mirado,
quizá tampoco tuviese ninguna importancia.
Stefano Senardi, presidente de PolyGram, que arrebató al músico a EMI después de 30 años y grabar con él tres discos (L’Imboscata, Gommalacca y Fleurs), resumía así en un reportaje en EL PAÍS en 2020, las esencias de la visión artística de su amigo: “No le gusta explicar las cosas. Prefiere que se entiendan a través de los discos. El acercamiento a su arte se puede hacer a muchos niveles: instintivo, epidérmico, intelectual, religioso, de estudio del sonido, de la manera de cantar como en el álbum de versioines Fleurs (1999). Eso sin hablar de sus textos. En L’Era del cinghiale bianco cita la invasión de Afganistán, las migraciones, las mutaciones sociales. Es muy raro encontrar a un artista que pueda ser saboreado, entendido y consumido a tantos niveles”.
Battiato contaba
poco de sí mismo. Pero dejó escrito en sus letras que prefiere las uvas pasas a
Vivaldi, la ensalada a Beethoven y a Sinatra; también que buscaba
desesperadamente ese centro de gravedad permanente del místico armenio George
Gurdjieff y que sus deseos y los nuestros, por más que pasen los años, jamás
envejecerán. Gracias a La voce del padrone alcanzamos a comprender que la
paloma de Caetano Veloso cantaba también para invocar “la ira funesta de los
refugiados afganos que se trasladaron a los confines de Irán” y descubrieron
ese extraño “deseo mítico de las prostitutas libias”.
El 17 de septiembre de 2017 el teatro romano de Catania asistió al concierto final de Battiato. Dos años antes, durante una actuación en Bari, sufrió una rotura de fémur de la que le costó recuperarse. Ahí empezaron a circular rumores sobre su estado de salud. A aquella actuación debían acompañarla otras cuatro. Nadie sabe si fue casualidad que esa despedida a la francesa tuviese lugar en la ciudad que le vio dar los primeros pasos. Pero no se supo nada más de él hasta que el año pasado lanzó al mercado Toreneremo ancora, grabado con la Royal Philharmonic y construido a base de viejas canciones y un solo nuevo tema que parecía anunciar algo. “La vida no termina. Es como el sueño. El nacimiento como el despertar. Hasta que no seamos libres, regresaremos otra vez”.
Esta vez su mánager aseguró que sería su último baile. Pero como cantaba en Mondi Lontanissimi (1985), es posible que en su música no exista ya el tiempo ni el espacio. “Nada me calma como internarme en el desierto, sentirme habitante de una casa universal, el mejor refugio para el alma”, aseguraba en una entrevista en EL PAÍS en 2013, en uno de sus múltiples pasos por España. “Lo único que me falta es un buen pasaje. Una buena muerte”, añadía para cerrar la conversación. Pero Battiato creía fervientemente en la reencarnación. “Es de idiotas pensar que venimos del mono”, aseguró en una ocasión“. De modo que si ven a una paloma, a un jabalí blanco o a cualquiera de sus extraordinarios personajes, seguro que encontrarán ahí una parte de él.
https://elpais.com/elpais/2021/05/18/album/1621320297_638197.html-5?rel=mas
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