La Casa del Lector exhibe objetos personales y
manuscritos de Giussepe Tomasi di Lampedusa, autor de 'El Gatopardo'
ANTONIO
LUCAS
Giuseppe Tomasi di Lampedusa aprendió a estar
mejor con las cosas que con las personas. Entregó la vida a leer también como
destello estético. Vivía entre las
ruinas de una inteligencia que pasó por algunos laberintos mentales de carácter
indescifrable. Tan sólo fue escritor cuatro años, pero dejó algunos
relatos memorables y una de las novelas más luminosas del siglo XX, El
Gatopardo. Pasó la infancia en palacios, los del padre en Palermo y el de
Santa Margherita di Belice, rodeado de libros, dispensando silencios muy
hondos, acumulando unafinezza intelectual de muchas horas al amparo
de una lámpara de gas. Murió en Roma, en 1957 y aún sigue siendo un secreto
guardado por las horas.
Al final de su vida, el príncipe pastoreó una
bandada de jóvenes listísimos que se convirtieron en su tribu y su bujía.
Impartió para ellos unas clases magistrales de literatura francesa, inglesa y
española. Y entre aquel grupo de pimpollos destacó un primo lejano, el
musicólogo Gioacchino Lanza (hijo de la aristócrata española María Conchita
Ramírez de Villa Urrutia). Fue el artífice de la publicación de El
Gatopardo. Discípulo predilecto en los últimos años de Lampedusa, su hijo
adoptivo. Lanza es el vigía del
legado de Lampedusa y por primera vez abre ese ajuar al público. La Casa
del Lector de Madrid (Paseo de la Chopera, 10) es el espacio escogido para
mostrar la intimidad inédita del príncipe alrededor de sus objetos personales: el secreter estilo imperio donde guardaba las
fichas de su biblioteca, fotos familiares, una pitillera, mapas
antiguos, cuadros de casa, el manuscrito de El Gatopardo abierto
por su frase más célebre (y adulterada): «Si queremos que todo siga igual, es
necesario que todo cambie»...
Gioachinno Lanza recuerda a su maestro junto a la
comisaria de la exposición, Mercedes Monmany, dejando no sólo rastros para
averiguar la clave de aquel hombre concentrado y extraño, sino también dando
cuenta de su proceso de escritura: «Trabajaba
de un modo muy concienzudo. Era un ser fascinado por la literatura,
capaz de verlo todo tras el cristal de una realidad a la que le adosaba su
propia imaginación. Su voz es muy contemporánea. Sigue estando ahí, llena de
emociones y repleta de hallazgos», sostiene.
Dos páginas manuscritas de la novela
Un mediodía, a la hora del vermut, trazó las
primeras letras de El Gatopardorevisitando de otro modo la figura
de su abuelo, el príncipe Salina. Y ahí comenzó a forjarse una de las cumbres
de la narrativa europea del último siglo. De algún modo, después de tantos años
de exhibir por las calles de Palermo el contorno de un alma trapense, se echó a
la escritura como quien se dispone por un rato a conjurar sus fantasmas. Estaba atravesado de lecturas fastuosas:
de Góngora a Virginia Woolf; de san Juan de la Cruz a Rabelais, de Stendhal a
James Joyce; de Ezra Pound a T.S. Eliot. «Estas eran algunas de sus
admiraciones contemporáneas», apunta Lanza. Y el psicoanálisis: «En Londres
conoció a su mujer, célebre psicoanalista e hija de una familia noble de
Letonia criada en San Petersburgo. Lampedusa decía que para entender a su mujer
había que leer losEjercicios espirituales de san Ignacio mezclados
con la obra de Lenin, porque al final eran lo mismo: una sola forma de entender la vida».
La ironía también formaba parte de su genética
distante. Al final de su vida ocupaba uno de los palacios de la familia,
completamente devastado, menos el espacio de la biblioteca, única estancia
rehabilitada. «Yo diría que esta es una casa mágica donde el agua cae
generosamente por el techo, aunque nunca por los grifos». Pero más allá de las
vetas de humor se respiraba un hondo aroma de derrota, una desmadejada memoria de ayer, de
esplendores que no serán, de tardes que no existen.
El manuscrito de El Gatopardo fue
rechazado por los editores de Einaudi y Mondadori mientras el príncipe ya
agonizaba. No entendieron el arsenal que escondían aquellas páginas. No se
trataba de un recuelo de memoria estetizante sobre el pasado con volutas del
autor, sino la espeleología de un hombre que entra a saco en las penumbras del
paso del tiempo, descerrajando esa idea atroz de que por muchas capas que tenga
el alma, el hombre sigue siendo el mismo desde el hombre.
Gioacchino Lanza impulsó al padre inesperado hasta
la literatura española (los folios certeros de esas clases furtivas de
literatura las publicará en España la editorial Acantilado). «Era un tipo
extraordinario, pero al que el desconocimiento le ha volcado encima una serie
de falsedades. Ni él era impotente
ni su mujer era homosexual».
Aquella Sicilia extrema dio de sí otra extensión
más de alucinaciones: un grupo de escritores fastuosos como Pirandello,
Quasimodo o Buffalino. Y como el más extravagante, Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
El príncipe que se abatió sobre el tiempo.
http://www.elmundo.es/cultura/2015/10/23/5629dad6e2704e07768b4570.html
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