viernes, 23 de octubre de 2015

EL PRÍNCIPE DE LA DECADENCIA. 'EL GATOPARDO'


Una imagen de Lampedusa, autor de 'El Gatopardo', la novela que protagonizó en el cine Burt Lancaster 

La Casa del Lector exhibe objetos personales y manuscritos de Giussepe Tomasi di Lampedusa, autor de 'El Gatopardo'

ANTONIO LUCAS
Giuseppe Tomasi di Lampedusa aprendió a estar mejor con las cosas que con las personas. Entregó la vida a leer también como destello estético. Vivía entre las ruinas de una inteligencia que pasó por algunos laberintos mentales de carácter indescifrable. Tan sólo fue escritor cuatro años, pero dejó algunos relatos memorables y una de las novelas más luminosas del siglo XX, El Gatopardo. Pasó la infancia en palacios, los del padre en Palermo y el de Santa Margherita di Belice, rodeado de libros, dispensando silencios muy hondos, acumulando unafinezza intelectual de muchas horas al amparo de una lámpara de gas. Murió en Roma, en 1957 y aún sigue siendo un secreto guardado por las horas.
Al final de su vida, el príncipe pastoreó una bandada de jóvenes listísimos que se convirtieron en su tribu y su bujía. Impartió para ellos unas clases magistrales de literatura francesa, inglesa y española. Y entre aquel grupo de pimpollos destacó un primo lejano, el musicólogo Gioacchino Lanza (hijo de la aristócrata española María Conchita Ramírez de Villa Urrutia). Fue el artífice de la publicación de El Gatopardo. Discípulo predilecto en los últimos años de Lampedusa, su hijo adoptivo. Lanza es el vigía del legado de Lampedusa y por primera vez abre ese ajuar al público. La Casa del Lector de Madrid (Paseo de la Chopera, 10) es el espacio escogido para mostrar la intimidad inédita del príncipe alrededor de sus objetos personales: el secreter estilo imperio donde guardaba las fichas de su biblioteca, fotos familiares, una pitillera, mapas antiguos, cuadros de casa, el manuscrito de El Gatopardo abierto por su frase más célebre (y adulterada): «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie»...
Gioachinno Lanza recuerda a su maestro junto a la comisaria de la exposición, Mercedes Monmany, dejando no sólo rastros para averiguar la clave de aquel hombre concentrado y extraño, sino también dando cuenta de su proceso de escritura: «Trabajaba de un modo muy concienzudo. Era un ser fascinado por la literatura, capaz de verlo todo tras el cristal de una realidad a la que le adosaba su propia imaginación. Su voz es muy contemporánea. Sigue estando ahí, llena de emociones y repleta de hallazgos», sostiene.

Dos páginas manuscritas de la novela

Un mediodía, a la hora del vermut, trazó las primeras letras de El Gatopardorevisitando de otro modo la figura de su abuelo, el príncipe Salina. Y ahí comenzó a forjarse una de las cumbres de la narrativa europea del último siglo. De algún modo, después de tantos años de exhibir por las calles de Palermo el contorno de un alma trapense, se echó a la escritura como quien se dispone por un rato a conjurar sus fantasmas. Estaba atravesado de lecturas fastuosas: de Góngora a Virginia Woolf; de san Juan de la Cruz a Rabelais, de Stendhal a James Joyce; de Ezra Pound a T.S. Eliot. «Estas eran algunas de sus admiraciones contemporáneas», apunta Lanza. Y el psicoanálisis: «En Londres conoció a su mujer, célebre psicoanalista e hija de una familia noble de Letonia criada en San Petersburgo. Lampedusa decía que para entender a su mujer había que leer losEjercicios espirituales de san Ignacio mezclados con la obra de Lenin, porque al final eran lo mismo: una sola forma de entender la vida».
 La ironía también formaba parte de su genética distante. Al final de su vida ocupaba uno de los palacios de la familia, completamente devastado, menos el espacio de la biblioteca, única estancia rehabilitada. «Yo diría que esta es una casa mágica donde el agua cae generosamente por el techo, aunque nunca por los grifos». Pero más allá de las vetas de humor se respiraba un hondo aroma de derrota, una desmadejada memoria de ayer, de esplendores que no serán, de tardes que no existen.
El manuscrito de El Gatopardo fue rechazado por los editores de Einaudi y Mondadori mientras el príncipe ya agonizaba. No entendieron el arsenal que escondían aquellas páginas. No se trataba de un recuelo de memoria estetizante sobre el pasado con volutas del autor, sino la espeleología de un hombre que entra a saco en las penumbras del paso del tiempo, descerrajando esa idea atroz de que por muchas capas que tenga el alma, el hombre sigue siendo el mismo desde el hombre.
Gioacchino Lanza impulsó al padre inesperado hasta la literatura española (los folios certeros de esas clases furtivas de literatura las publicará en España la editorial Acantilado). «Era un tipo extraordinario, pero al que el desconocimiento le ha volcado encima una serie de falsedades. Ni él era impotente ni su mujer era homosexual».
Aquella Sicilia extrema dio de sí otra extensión más de alucinaciones: un grupo de escritores fastuosos como Pirandello, Quasimodo o Buffalino. Y como el más extravagante, Giuseppe Tomasi di Lampedusa. El príncipe que se abatió sobre el tiempo.


http://www.elmundo.es/cultura/2015/10/23/5629dad6e2704e07768b4570.html

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