El guionista Dalton Trumbo.
La película, que lleva por título su nombre y que se estrena mañana,
recupera la vida del más descatado de los 10 de Hollywood
El autor de 'Johnny cogió su fusil' fue incluido junto a sus compañeros en
la lista negra por negarse a delatar nadie
LUIS MARTÍNEZ
"A veces, pienso en qué horrible situación estamos cuando un hombre
puede ser considerado honorable simplemente porque no es un mierda". Con
esta frase de Dalton Trumbo (1905-1976), Bruce Cook cierra la biografía
publicada por Navona de, sin duda, el más eficaz (y tal vez el mejor) de
cuantos guionistas han pisado Hollywood. El libro, que ya lleva unos meses en
las librerías y que traduce por fin un texto imprescindible editado en 1977, es
básicamente el punto de partida de la película de Jay Roach y protagonizada por
Bryan Craston, Trumbo: la lista negra de Hollywood, que mañana
llega a los cines. La sentencia, a su manera, resume a la perfección no tanto
la posición moral de un hombre como la
penuria y degradación también moral de un tiempo: el suyo y, con toda
seguridad, el nuestro.
La historia es conocida. En 1947, 19 cineastas fueron citados para declarar frente al comité de Actividades
Antiamericanas del Congreso. Se consumaba así el último y más
vergonzoso de los capítulos de una oscura y siempre presente amenaza. La
existencia de listas negras era una evidencia desde finales de la década
anterior. La Segunda Guerra Mundial y la coyuntural alianza entre Estados
Unidos y la Unión Soviética detuvieron las persecuciones de forma temporal.
"Cualquiera podía ver", escribe Cook, "que el día del juicio
final solo había sido pospuesto. Cuando se presentase la ocasión, la derecha
golpearía, y Hollywood, debido a su prominencia y dada la vulnerable
dependencia de la publicidad por parte de la industria, era ciertamente un
excelente blanco".
Pues bien, diez de los llamados no tanto a declarar como a confesar y
delatar a sus compañeros se convertirían en los tristemente célebres Diez de
Hollywood.Se limitaron a acogerse a la
Primera Enmienda a la Constitución que garantiza la libertad de
expresión. Es decir, se negaron a abrir la boca. Es decir, y en palabras del
propio Trumbo, "evitaron ser unos mierdas".
Por entonces, el guionista de El demonio de las armas no
solo gozaba de una reputación impecable, sino que, en calidad del escritor
mejor pagado (Trumbo, que empezó como panadero a razón de 75 dólares a la
semana, acabó como guionista con
un sueldo de 4.000 dólares a la semana), disfrutaba de una mansión a la
que tuvo que renunciar necesariamente. Pasado el tiempo, es a Orson Welles al
que se le atribuye la frase de que la izquierda americana cuando se vio en la
disyuntiva de elegir entre su
honor y su piscina, se quedó con la segunda. Trumbo, y nueve compañeros
con él, renunció a bañarse.
Lo que le quedó fue primero la prisión y luego el exilio. Primero hacia
fuera y luego hacia dentro. En México, donde se fue con su familia a vivir una existencia de lujo tan disparatada como
propia de sus maneras excesivas, estaba convencido de poder trabajar en
la industria de cine local. No fue así, aunque conoció a Buñuel. Y no le quedó
más remedio que regresar para convertirse en el negro más brillante de la
historia.
El no poder firmar sus guiones no le impidió ganar dos Oscar ocultos porVacaciones
en Roma y El bravo. Robert Rich, autor del segundo de los
libretos, pasaría a la historia como el más célebre de los no-guionistas. De
alguna forma, ésta era su manera no solo de vengarse sino de ser coherente
consigo mismo y sus ideas. Como relata Cook, Trumbo siempre se mostró
convencido de que "el problema" lo debían solucionar los propios
marginados "pero desde dentro
de la industria".
Y eso, sin duda y más que cualquier otra consideración sobre su notoriedad,
su honestidad o su don de gentes, es lo que hace del caso de Trumbo tan
especial. No solo escribió docenas de guiones a un ritmo casi desesperado bajo
los pseudónimos más frenéticos, sino que se movió y utilizó todas sus
influencias para facilitar trabajo a sus compañeros. Y no lo hacía únicamente
por compañerismo. Su modo de actuar, sin descanso, obedecía a un plan. Cuando gente como Kirk Douglas u Otto
Preminger le respaldaran públicamente, la famosa lista negra se desvanecería.
Por la insistencia del director, su nombre fue incluido en los créditos de Éxodo y,
ya rehabilitado, firmó Espartaco, de Kubrick. Pero él fue, de algún
modo, un privilegiado. Él, de alguna manera, consiguió, pese a todo, salir airoso. Por el camino, muchos,
la mayoría, se quedaron con la vida demediada.
Digamos que la biografía se diferencia de la película en la profundidad de
la herida que presenta. En la primera, Cook, sin ocultar su admiración por el
autor de Johnny cogió su fusil, no duda en dibujar con precisión y detalle
todos los claroscuros. Incluidos los más turbios. Cosa que, detenida en la
anécdota, evita la segunda. Trumbo era un personaje inabarcable. Y lo era con
todas las consecuencias. Y aquí merece una mención especial su polémica intervención cuando en 1970 fue
galardonado por el sindicato de guionistas con el Laurel de Oro. Allí se
destapó con la siguiente afirmación: "...no deben buscar villanos o héroes
o santos o demonios, porque no los hay: solo hay víctimas. Unos sufrieron menos
que otros, algunos crecieron y otros se apagaron, pero en el cómputo final
todos fuimos víctimas, porque, casi sin excepción, cada uno de nosotros se vio
obligado a decir cosas que no quería decir, a hacer cosas que no quería hacer,
a asestar y recibir heridas que no se querían asestar ni recibir".
Sus palabras cayeron como una bomba. ¿Traición? La más dura de las réplicas la recibió de
Albert Maltz, el dramaturgo y guionista de La ciudad desnuda que
declaró al New York Times su rabia: "Si un chivato de la
resistencia francesa que envió a un amigo a las cámaras de tortura de la
Gestapo fue igualmente una víctima, entonces no comprendo la diferencia entre el bien y el mal". Y, sin
duda, en las dos declaraciones enfrentadas descansa en toda su complejidad el
drama de un siglo.
"Lo más destacable de su personalidad era su teatralidad. Hablaba como si labrara las palabras en
mármol y siempre, incluso en las peores circunstancias, haciendo
gala de un espíritu de superación y un humor fuera de lugar", declaró en
la presentación de la película en Toronto Bryan Cranston. Y, en efecto, la
cinta, lejos de la quiebra moral que escenifica a la perfección la vida y carne
de Trumbo, recorre la historia de un hombre excéntrico, combativo y siempre
pendiente de su origen.
"Nací en un pueblo de Colorado y aún recuerdo el primer coche que pasó
por mi calle. Hoy acabo de volar en un 747. Para una sola vida, no está
mal", se escucha. Sea como sea, lo que queda claro es el tamaño de un hombre entregado a la labor de
reivindicarse como tal, como hombre.
"Demostró", tal y como escribe su biógrafo, "que lo que hace
un hombre importa. Incluso en eso cumplió son su deber, no pronunciando
discursos u organizando protestas, sino manteniendo silencio cuando debía y
trabajando en su oficio lo mejor que sabía". O, como él mismo dijo, cumplió con su deber "no siendo un
mierda".
http://www.elmundo.es/cultura/2016/04/28/5721024de2704e6e278b4638.html