Pablo Gianera
Recital de Jonas
Kaufmann / Intérpretes: Jonas Kaufmann (tenor), Helmut
Deutsch (piano). piezas de: Franz Schubert, Robert Schumann, Henri Duparc,
Franz Liszt, Richard Strauss / En el Teatro Colón / Nuestra opinión: excelente
¿Quién podría reunir lo mejor de todos los mundos
posibles de la canción de cámara? Casi nadie. Anteayer, en el Teatro Colón,
Jonas Kaufmann logró semejante milagro. Para decirlo sin vueltas: Kaufmann hizo
todo lo que es posible hacer en la canción de cámara y todo eso que es posible
hacer lo hizo mejor que nadie.
A diferencia de su actuación la semana pasada con Daniel
Barenboim, cuando cantó los Lieder
eines fahrenden Gesellen, de Gustav Mahler, el enorme tenor alemán no
presentó esta vez un ciclo completo de canciones, pero organizó las piezas al
modo de "miniciclos". El primero estuvo dedicado a Schubert. Fue aquí
fascinante el modo en que Kaufmann introdujo en medio del heroísmo goetheano de
"Der Musensohn" un rubato delicioso, muy sensible a las inflexiones
del texto. "Die Forelle", por su lado, se escuchó con la naturalidad
de quien le cuenta a otro una historia, y en "Der Lindenbaum",
Kaufmann consiguió cargar esa sola canción con el pasado de la historia del Viaje de invierno, y también
con su futuro.
El tenor alemán
brilló en el Colón. Foto: Arnaldo Colombaroli / Teatro Colón
Pasar del Wald, del bosque alemán, al boudoir francés no parece sencillo. Esos
mundos son sin duda diferentes, aunque, a la vez, continuos. Esto es algo que
para la literatura (y la canción participa por supuesto de ella) dejó en claro
Albert Béguin en su estudio El
alma romántica y el sueño, en el que desnudaba esa continuidad entre el
romanticismo alemán y el simbolismo francés. Kaufmann consiguió que las cuatro
piezas de Henri Duparc respiraran esa misma atmósfera. "Chanson
Triste" no tiene secretos para él, y ésa es justamente la razón por la
cual nos la presentó de un modo tan misterioso. "L'Invitation au
Voyage" fue un ejemplo de delicadeza decadente, pleno de utopía ilusoria y
demediada.
Pero el verdadero centro de gravedad del recital fueron los Tres sonetos de Petrarca, de
Liszt. "Pace non trovo", en particular, fue estremecedora: nunca, ni
siquiera en boca del propio Petrarca, habrán sonado las palabras
"donna" y "Laura" tan dulces como las cantó Kaufmann. Sus pianissimos son ínfimos, pasmosos, y esto no asombra
menos que la microscopía de sus grados dinámicos. Pero aquí, como en todo el
resto, el mérito no fue sólo del tenor. Helmut Deutsch, a años luz de ser un
mero "acompañante", es un pianista finísimo, un verdadero par que
sabe cuándo envolver y cuándo provocar fricción.
Tras el "ciclo Richard Strauss", coronado por una
maravillosa "Cäcilie", empezó otro recital dentro del recital, no
menos significativo que el primero, pero bastante diferente, de cuño bien
operístico. Hubo siete bises, desde "La fleur que tu m'avais jetée",
de Carmen (que Kaufmann cantó con una rosa que
le dieron puesta en el bolsillo superior del frac), hasta "Dein ist mein
ganzes Herz", de Das Land
des Lächelns, de Lehár, pasando por "Ombra di nube" y "Core
n'grato". Cuando llegó "Nessun Dorma", largamente pedida, el
público mismo hizo bocca
chiusa el coro: algo más que
sería difícil de olvidar en un recital inolvidable de punta a punta. Habían
pasado casi tres horas desde el principio. Kaufmann y el Colón tuvieron una
tarde de gloria, de esas que dejan huella en la historia del teatro.
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