Legendarias figuras de la Rusia comunista y musas
de los poetas Vladímir Maiakovski y Louis Aragon, las dos hermanas vivieron una
existencia tan fascinante como convulsa
Lili
Brik retratada por Rodchenko en un fotomontaje propagandístico de la Rusia
soviética. El cartel es una de las obras más célebres del constructivismo.
Neruda las llamaba “la
indomable Lili” y “una espada de ojos azules”. Las palabras del poeta apenas
reflejan todo lo que Lili Brik y Elsa Triolet aportaron a la intelectualidad
del siglo XX, pero sí resumen el carácter explosivo de dos de las figuras más
singulares de la mitología vanguardista. Las hermanas Lilia (1891-1978) y Elsa
Kagan (1896-1970) nacieron en una acomodada familia judía del Moscú de los
últimos zares. De padre abogado y madre profesora de música, desde bien
pequeñas se labraron un porvenir cosmopolita, con una sensibilidad exquisita
para las artes. Pero también eran seres indomables. Juntas formaban dos partes
de un todo, dos fuerzas de la naturaleza que se complementaban entre sí. El
periodista y escritor Jean Noël Liaut aborda su historia en Lili Brik. Elsa Triolet. Las hermanas insumisas, que
ahora se publica en castellano, un año después de su edición original.
Vivieron una infancia
acomodada. Lili tenía 19 años y Elsa 15 cuando su padre falleció súbitamente;
al mismo tiempo, la menor se enfrentó a la intensidad del primer amor tras
cruzarse con el hombre que marcaría la existencia de ambas, el poeta Vladímir
Maiakovski, quien años más tarde se convertiría en una de las voces más
relevantes de la poesía de las vanguardias soviéticas.
El encuentro se
produjo cuando la familia todavía guardaba luto por el padre. La mayor de las
hermanas ya se había casado con el escritor Ósip Brik, un matrimonio que distaba
mucho de los convencionalismos. Al principio, Lili no mostró el menor interés
por conocer al enamorado de su hermana, pero le escuchó recitar sus versos y el
embrujo surgió entre ambos.
Elsa pasó a un
segundo plano. La lealtad fraternal era algo inconcebible para Lili, creyente
en los preceptos de los nuevos tiempos del comunismo, que consideraba aquella
actitud un invento burgués. De igual forma, entre el marido de Lili y su amante
surgió una admiración mutua instantánea, carente de cualquier rivalidad. Brik
consintió la relación de su esposa con el poeta e incluso llegaron a convivir
los tres durante más de una década en armonía.
Solo los celos
de Maiakovski rompían de vez en cuando el hechizo. Lili, convertida en musa
indiscutible de la obra de Maiakovski y en uno de los referentes de las
vanguardias rusas, toleraba los escarceos de su amante, pero al revés no
sucedía lo mismo. La inagotable sucesión de hombres en la vida de la mayor de
las Kagan atormentaron durante muchos años al escritor futurista. Lili
coleccionó una lista de genios como amantes: Pasternak, Ródchenko, Malévich, Shostakóvich, Eisenstein o
Maya Plisétskaya
Empeñada en
convertirse en escritora, marchó a París en 1918. Un año después se casó con el
oficial francés André Triolet, matrimonio que apenas duró un suspiro. Se
separaron de forma amistosa y ella recibió una pensión que la ayudó a subsistir
y le permitió frecuentar los centros clave del arte y la intelectualidad de la
ciudad francesa, entonces la capital artística del mundo.
A mediados de
los años veinte, comienza su prolífica carrera como escritora. Publica de forma
consecutiva sus cuatro primeros libros, que edita en ruso y tuvieron una
acogida nefasta. En un café literario conoce, a finales de esa misma década, a
quien se convertiría en su segundo esposo, el poeta y novelista Louis Aragon.
En 1938, publica su primer libro en francés, Bonsoir Thérèse.
Tras la
ocupación francesa por los nazis en 1940, ambos entraron juntos en la
Resistencia y se convirtieron en parte fundamental de la propaganda literaria y
la prensa clandestina. Uno de los volúmenes que escribió durante la guerra, Le Cheval blanc, le valió el
Premio Goncourt en 1944. Fue la primera mujer que ganaba el galardón más
prestigioso de las letras francesas.
En la otra punta
de Europa, la vida de su hermana no resultó menos tumultuosa. Maiakovski se
suicidó de un tiro en el corazón en abril de 1930 tras romper con su última
amante. En cierta forma, se responsabilizó a Lili de haber causado el desamor
del poeta y su final. Desde entonces, una de sus empresas más obsesivas fue la conservación y la difusión del legado literario del hombre con
el que había compartido más de 15 años.
Ese mismo año,
tras divorciarse de Brik, se casaba con el general soviético Vitaly Primakov,
una de las víctimas, en 1937, de las purgas estalinistas de los juicios de
Moscú. Al año siguiente, contraería su último matrimonio con el también
escritor Vasykly Katanyan, biógrafo de Maiakovski, con quien permanecería hasta
su muerte.
Unidas hasta el final
Ambas hermanas
siguieron unidas hasta el final de sus vidas por medio de la correspondencia.
Su relación mutua no se resintió nunca, aunque las circunstancias de una y de
otra habían dado un radical giro que las llevaba al lado opuesto del punto de
salida. Lili, quien fuese musa irresistible, pasó sus últimos años empobrecida
y sola en un modesto apartamento. Postrada en una cama, pero decidida a morir
como había vivido, se pegaba un tiro en Peredélkino, una pequeña ciudad cercana
a Moscú que fue hogar de muchos relevantes escritores soviéticos.
Después de
publicar La Mise en mots (1969) y Le Rossignol se tait à l'aube (1970), sus dos
últimos trabajos, Elsa Triolet murió de una dolencia cardíaca convertida en lo
que en todo momento había querido ser, una reconocida escritora.
Yace enterrada junto a su marido cerca de París.
Una frase en su lápida resume a la perfección lo que fue la vida de estas dos
fascinantes mujeres. “Cuando estemos al fin lado a lado, yacentes, la alianza
de nuestros libros nos unirá para bien y para mal en ese porvenir que era el
mayor de nuestros sueños y de nuestros desvelos”
CONSTRUCTIVISMO, EL ARTE DE LA
REVOLUCIÓN
Lili Brik solo fue una pieza
(primordial, es cierto) de todo un engranaje que la intelectualidad puso al
servicio de la Revolución Rusa: el constructivismo. De esa vanguardia, vorágine
de arte, experimentación, propaganda y creatividad, surgió uno de los iconos
que aúna lo que construyeron. Se trata del cartel que Aleksandr Ródchenko
diseñó en 1924 a partir de una imagen de Brik. Con pañuelo de obrera en la
cabeza, aparece gritando en ruso: “¡Libros!”.
Ródchenko convirtió aquella
instantánea en blanco y negro en un fotomontaje propagandístico de los valores
soviéticos para publicitar la Imprenta Estatal de Leningrado. El acrónimo de la
institución aparece en el cartel, que perduraría como símbolo revolucionario y
daría lugar a un sinfín de reproducciones y copias.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/11/actualidad/1468250862_088763.html
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