domingo, 25 de septiembre de 2016

HERGÉ, EL HÉROE HIGIENIZADO

ENRIC GONZÁLEZ
Georges Remi, alias Hergé, en su estudio de Bruselas en 1969. Georges Remi, alias Hergé, en su estudio de Bruselas en 1969. © Vagn Hansen - Collection Studios Hergé
Gráfico: El proceso creativo de Hergé
La huida de la realidad del 'padre' de Tintín
Georges Remi, llamado Hergé, es un gran artista del siglo XX. Sobre esa premisa se ha construido una gran exposición en el Grand Palais de París, que abrirá sus puertas a partir del 28 de septiembre. El objetivo consiste en vincular las obras más célebres de Hergé, muy especialmente la serie de aventuras de Tintín, con su tímida obra pictórica y con los cuadros de arte moderno que, de acuerdo con sus preferencias, compró para su colección particular. Resultaría ocioso discutir a estas alturas la condición de artista de Hergé y la gran calidad de su trabajo. Más pertinente es preguntarse, por enésima vez, qué es el arte. O, por ser más precisos, de qué hablamos cuando hablamos de arte.

La muestra del Grand Palais discurre sobre el raíl de la estética. Las obras de Hergé, las obras que le influyeron, las obras que le gustaban y la curiosa conexión entre el trazo clarísimo y vigorosamente realista de sus historietas y la pintura abstracta que le atraía. Se trata de material interesante. Se soslaya, sin embargo, la engorrosa cuestión del artista. Esa omisión parcial constituye en este caso una omisión notable, porque Hergé trabajó bajo la constante influencia de su vida personal y sus ideas (como casi todo el mundo) y nunca dejó de preocuparse por el público al que se dirigía. No era un artista que hiciera sus cosas por pura necesidad de arte, como, pongamos, Baudelaire o Van Gogh. Era más bien lo contrario. En Hergé, el arte es siempre el arte y su circunstancia.

Hay que tener en cuenta bastantes cosas. La primera, esencial, relacionada con el sentimiento de fracaso que embargó a Hergé cuando se puso a pintar lo que le gustaba realmente. La llamada Composición sin título (1960) que se expone en el Grand Palais ejemplifica el problema del Hergé pintor: se trata de un cuadro en el que imita a Joan Miró, uno de sus ídolos; para desgracia de Hergé, a Miró, los cuadros de Miró le salen mejor que a Hergé. Y Paul Klee es más auténtico que Hergé cuando imita a Paul Klee. El artista belga sólo dispuso de una forma de expresión genuina, y esa expresión se plasmaba en sus historietas. Por más que se realce su faceta pictórica, sus obras maestras, las cumbres de su arte, se encuentran en los álbumes de Tintín.


'Les Aventures de Tintin et Milou'. Ilustración para la portada del 'Petit Vingtième'.Collection Studios Hergé

Lo cual conduce a una segunda consideración: las historietas son, hasta cierto punto, un trabajo colectivo. Las aventuras gráficas de Tintín alcanzan su máximo nivel cuando Hergé contrata la ayuda de su amigo Edgar P. Jacobs, maravilloso dibujante y personaje estrafalario, barítono de vocación, exagerado, teatral, tronante y, sin embargo, más consciente que el propio Hergé de que la famosa línea clara tiene sus servidumbres. Hasta la llegada de Jacobs, en 1944, Tintín contenía un enorme dinamismo pero permanecía sometido a la estética Disney: escenarios simples, fondos semivacíos, coches que parecen juguetes... Jacobs aportó un realismo meticuloso. Desde la cooperación de Hergé y Jacobs en El tesoro de Rackham el Rojo, seguida por la reelaboración de aventuras anteriores (Tintín en el Congo, Tintín en América, El loto azul, El cetro de Ottokar), las viñetas de Tintín adquieren su característica riqueza.

LA HUMANIDAD DE JACOBS

Edgar P. Jacobs aportó otra cosa muy importante, de la que Hergé no iba sobrado: humanidad. Jacobs, propenso a los ataques de ira (¡cleptómano! ¡anacoluto! ¡bachi-buzuk! ¡ectoplasma!) aportó gran parte de la personalidad del capitán Haddock, un personaje secundario en El cangrejo de las pinzas de oro que rápidamente, en las obras posteriores, sustituyó a Milú como pareja de Tintín. Haddock tiene todo lo que no tiene Tintín: un pasado, una amplia serie de emociones, debilidades, carácter.

Jacobs es sólo el primero en una lista de colaboradores que contribuyeron a hacer de las aventuras de Tintín una auténtica obra de arte; Jacques van Melkebeke y Bob de Moor tuvieron casi tanta influencia como Jacobs en el trabajo de Hergé. Su papel en la muestra es tangencial.

Un tercer factor relevante es la política. Hergé era católico, nacionalista, muy conservador, mantuvo amistad con gente como Leon Degrelle (más tarde líder del nazismo belga y jerarca de las SS) y se sintió bastante cómodo durante la ocupación alemana. Tras la liberación de Europa, Hergé tuvo algunos problemas (se depuraba a quienes cooperaron con los nazis) y ahí también le echó una mano el aliadófilo Jacobs. Hergé nunca cambió sus ideas. En una entrevista concedida en 1970, se escandalizaba por la concesión del Premio Nobel de la Paz a Willy Brandt, primer ministro alemán y luchador antinazi bajo uniforme noruego: Brandt, decía, había disparado contra sus compatriotas alemanes vestido con uniforme extranjero, y eso era intolerable. También le parecía intolerable que Brandt se hubiera arrodillado y hubiera pedido perdón por las víctimas del nazismo en el gueto de Varsovia. Alguien con buen criterio logró que esos pasajes de la entrevista no llegaran a publicarse.

¿Cómo comprender la evolución de la obra de Hergé sin tener en cuenta sus opiniones? El anticomunismo de Tintín en el país de los Soviets, el colonialismo de Tintín en el Congo (en el que sin embargo se permite la ironía de aquella viñeta en que Tintín da una lección a unos niños africanos sobre "nuestros antepasados los galos"), el antisemitismo reflejado en el malvado judío Blumenstein de La estrella misteriosa), fueron matizados o borrados en sucesivas reelaboraciones, pero permanecieron en el subtexto de las historias.

La exposición del Grand Palais imprime una higienización adicional sobre Hergé y su principal personaje. Resulta lógico que la Fundación que posee los derechos del autor intente protegerle de manipulaciones, pero las condiciones que se imponen a quienes reproduzcan dibujos de Hergé (se prohíbe "estrictamente" utilizarlos para ilustrar "temas relacionados "con el dinero, la política, el mundo médico o paramédico, el sexo, las armas, el alcohol, las drogas y el tabaco") cercenan la amplitud de la obra. Ya no se trata de que Hergé fumara como un cosaco y fuera muy aficionado al vino (en especial el Haut-Médoc) y los licores, sino de los temas de sus álbumes: la droga en El cangrejo de las pinzas de oro, el alcoholismo de Haddock, la política en obras tan diversas como Tintín en el país de los Soviets, El cetro de Ottokar o Tintín y los pícaros.

En la hagiografía del Palais Royal parisino no cabe el menor enfoque crítico. Cabe el retrato de Hergé realizado por Andy Warhol, pero sin reflexionar demasiado sobre el instinto comercial que animaba a ambos artistas; cabe una parte de la obra pictórica de Hergé, pero no un análisis de por qué el artista se convenció de que carecía del talento necesario para trabajar en el arte abstracto que tanto le fascinaba y de que carecía, sobre todo, de mensajes que transmitir.

En último extremo, son cuestiones de una importancia relativa. Los entusiastas de Hergé, como este cronista, seguiremos fascinándonos ante la estatuilla chimu que sirvió como modelo para el fetiche arumbaya de La oreja rota; ante la maqueta, con unos interiores muy precisos, del cohete del doble álbum sobre el viaje a la Luna; ante las páginas originales sin colorear o ya coloreadas (han llegado a pagarse millones de dólares por esos originales) de Las aventuras de Tintín; ante las portadas que se descartaron o sólo se utilizaron muy brevemente... La muestra obtendrá, seguramente, un gran éxito. Habría sido mejor si profundizara en ese hombre mezquino, creativo y aplastado por el complejo de culpa que fue Georges Remi, Hergé, y en Tintín, ese chico inquietante, sin atributos, sin pasado y sin familia, que fue su principal personaje.

http://www.elmundo.es/cultura/2016/09/24/57e550dee2704e223b8b4658.html

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