Fue el cuñado de Virginia Woolf,
Clive Bell, quien la avisó de que una aristócrata bien conocida en todo Londres
por sus sonadas aventuras homosexuales, Vita Sackville-West -escritora también,
había puesto los ojos en ella y quería conocerla, para lo cual se organizó una
cena de ringorrango. "Vita
es una lesbiana declarada, ten cuidado", le dijo Clive, a lo que la mordaz Virginia
repuso: "Pues con lo esnob que soy, no sabré resistirme".
Pese a los displicentes comentarios iniciales de la
novelista, parece que el encuentro surtió el efecto deseado por Vita: despertar
el interés, primero, y el deseo luego de la gran Virginia Woolf. En algún punto
intermedio hizo acto de presencia además el amor, cuyo testimonio ha quedado
por escrito a través de lasmuchas cartas que se cruzaron las dos
protagonistas. A partir de ese intercambio epistolar, la
periodista y escritora Pilar Bellver ha creado la novela de lo que también se
pudieron haber dicho, A
Virginia le gustaba Vita, publicada por la editorial Dos Bigotes.
Virginia Woolf no
tenía problema alguno en plantearse una relación homosexual. Se había criado en
un ambiente de absoluta libertad, a su alrededor eran comunes tanto los escarceos
extramatrimoniales como
las relaciones entre personas del mismo sexo -a pesar de la rígida moral
victoriana que parecía imperar-, y el grupo de Bloomsbury en el que reinaban
ella y su hermana Vanessa venía a ser una saturnal continua donde todos se
acostaban con todos. Oficialmente, era una mujer frígida, incapaz de sentir
deseo sexual por su marido, Leonard, con quien por lo demás formaba un
matrimonio muy bien avenido.En cuanto a Vita, su conducta en cuestión de amor rayaba en
la promiscuidad, y estaba igualmente casada. Su
esposo, Harold Nicolson, era abiertamente homosexual y aceptaba
de buen grado las andanzas de ella por mucho escándalo que causaran. No todo el
mundo era igual de tolerante. El marido de una de sus amantes, el poeta
sudafricano Roy Campbell, persiguió
a Vita por medio Londres con una pistola cuando
se enteró de la infidelidad de que era víctima.
Como señala Pilar
Bellver, había sintonía y complicidad no sólo en el seno de ambas parejas sino
también entre los matrimonios mismos, que mantuvieron su amistad hasta el
final. "No había celos entre los Woolf y los Nicolson, pues habían
llegado, independientemente, a la misma definición de confianza", escribe.
Quizá Leonard fuera el menos contento con la situación, pero no por miedo a que
Virginia se alejara de él sino a que las emociones en juego "pudieran volver
a perturbarle la mente". La
escritora padecía depresiones (trastorno
bipolar según el diagnóstico de hoy) desde los 13 años, cuando murió su madre,
y -como es sabido- acabaría suicidándose en el río Ouse.
Vita y ella, a pesar
de estar separadas por 10 años, inician una relación de alta intensidad. Se
acuestan por primera vez la noche del 17 al 18 de diciembre de 1925, según
sabemos por una carta de Vita a su marido y por su diario. Virginia se recata
un poco en el suyo, sabedora de que Leonard tiene la costumbre de leerlo,
mientras que su libérrima amante ni se molesta en poner sordina a sus
aventuras.
Muy pronto se
convencen las amantes de que lo ideal es continuar con su statu quo como hasta
entonces. Nada de pensar en cambios de vida: "El amor nos basta para querernos,
no necesitamos añadirle la rutina de una convivencia que bien podría ser
desastrosa", imagina Bellver que dice Vita.
Si a la aristócrata y escritora -que por cierto
goza de mucho mayor éxito en el momento que su amiga- le molesta algo de
Virginia es que parece no entregarse por completo, como si su naturaleza de
narradora le hiciera estar siempre, de algún modo, tomando nota de lo vivido,
la autora de Una
habitación propiano puede digerir bien los constantes affaires de su amante.
De camino a Teherán, donde su marido es encargado de
negocios de la embajada inglesa, Vita siente tal deseo de estar con Virginia
que fantasea con raptarla. "Ella no estaba acostumbrada a desear sin
conseguir", tercia aquí Pilar Bellver. A su vuelta de Persia, afloran sin
embargo los primeros indicios de alejamiento entre la pareja. Virginia Woolf
anota en su diario: "Iba más descuidada [Vita], pues había venido
directamente con su ropa de viaje; y no tan bella como otras veces (...). Así
que las dos sufrimos cierta desilusión (...). Es muy posible que esto sea más
duradero que la primera rapsodia".
A pesar de todo, las
amantes se las arreglan para, pasado lo más bullente del amor, construir lo que
Vita define como "una
amistad respetable, cierta, durable, casta y tibia". Algo
menos intenso pero más duradero que aquellos primeros encuentros ardientes en
la gran mansión de Vita, Knole, tan grande que nadie podía precisar cuántas
habitaciones tenía.
La inmensa hacienda de
los Sackville-West, que sigue siendo una de las cinco mayores de Inglaterra
-más grande que Buckingham Palace, por ejemplo-, desempeña un papel importante
en la presente historia. Después de haber escrito La señora Dalloway y Al faro, Virginia Woolf pide permiso
a Vita, que se halla en plena vorágine de traiciones, para escribir sobre ella,
y Vita acepta. El resultado es otra obra superlativa, Orlando, que trata sobre
un personaje que vive cinco siglos, primero como hombre y luego como mujer.
Orlando comienza con
una famosa escena en la que el protagonista observa desde lo alto de una colina
los movimientos de personas a las puertas y dentro de una casa gigantesca, como
Knole, ante la llegada de la reina y de su cortejo.Tiene que bajar a la carrera al
valle, vestirse de forma adecuada, recorrer incontables corredores y
tomar varios atajos para llegar a tiempo de recibir al visitante.
Pilar Bellver sostiene
que, más allá de las consecuencias emocionales, la relación tempestuosa de
Virginia Woolf con Vita, "todo ese caldo de seducción primero y luego de
amor, de deseo, de alegría y de frustración al mismo tiempo, dieron como
resultado el entusiasmo y la intensidad con que Virginia escribió en esos años
sus mejores novelas: La señora Dalloway, Orlando y Las olas. Las mejores con
diferencia".
Irene Chikiar, en su biografía
de la autora inglesa, sentenció algo que no deja lugar a dudas: "Si bien
Virginia sentía que en un plano pasional o sexual no podía competir con
esas otras mujeres que atraían a Vita, era evidente que ninguna de ella podía
escribir Orlando". No sabemos si ser consciente de esto habría servido de
consuelo a Virginia Woolf.
http://www.elmundo.es/cultura/2016/09/27/57e95f7ee2704e577d8b4659.html
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