'Pumpkin', la escultura de
Yayoi Kusama símbolo de Naoshima en Benesse House. / SHIGEO ANZAI
Ana Alfageme
Naoshima, en Japón, es un
enclave onírico donde Tadao Ando y algunos de los creadores más influyentes del
mundo han dibujado una realidad paralela que conjuga descubrimiento,
naturaleza, arquitectura y un futuro para sus habitantes.
CADA ATARDECER, el último
ferri deja el puerto de Naoshima cargado de viajeros y visiones. La diminuta
isla del Mar Interior de Japón se queda en una penumbra de callejas desiertas
que evocan su pasado de pescadores, salinas y basurero industrial.
Se trata de un trampantojo.
Porque una colina esconde los nenúfares de Claude Monet y entierra entre el
hormigón pulido del arquitecto Tadao Ando luces de otro mundo y una esfera
gigante que refleja el cielo. La estatua de la Libertad se yergue empotrada en
la clínica de un dentista, y en un museo en el que uno puede quedarse a dormir
hay quien se pasea entre un cuadro de Jasper Johns y cien rótulos de neón que
se iluminan aleatoriamente, obra de Bruce Nauman.
Naoshima posee evocadoras
vistas al archipiélago de Seto. Pero resultaría olvidable si no fuera porque,
en poco más de ocho kilómetros cuadrados de colinas, playas y verdor, la
inspiración de medio centenar de artistas –entre ellos, varios de los más
influyentes o cotizados del mundo, como Gerhard Richter, Frank Stella, Yayoi
Kusama, Basquiat o Keith Haring, que se suman a los ya citados– crea una
realidad paralela.
LA EXPERIENCIA EN ESTA ISLA
ES UN INOLVIDABLE MARIDAJE QUE NO SE PARECE A NADA
El impulsor de esta
seductora comunión entre naturaleza, arquitectura y arte es un empresario de 70
años llamado Soichiro Fukutake, que lo mismo huye de las urbes como busca a
creadores para intervenir en el paisaje. En 1986 promovió un campamento internacional
–supervisado por el premiado Tadao Ando– en el extremo sur de una isla rodeada
de aguas contaminadas que buscaba escapar de su suerte. Luego, el dueño de
Benesse, una gran corporación especializada en la enseñanza, encargó al
Pritzker que levantara su mirada minimalista en lo alto de una loma. Así surgió
Benesse House, un hotel museo en el que el huésped dispuesto a desembolsar
alrededor de 300 euros la noche duerme entre obras de Sol LeWitt o Richard
Long, solo para abrir la puerta y desayunar frente a un Warhol o tumbarse sobre
dos enormes medallones de mármol dispuestos en un patio.
PORDesde hace casi 25 años no
ha dejado de fluir el dinero y las ideas. Y también la creciente marea de
visitantes, casi medio millón al año, según las últimas cifras. Ando, el
boxeador que se formó como arquitecto imitando los dibujos de Le Corbusier, ha
construido ocho edificios. El proyecto se ha expandido a dos islas cercanas y
este año una docena de ellas viven la Trienal de Setouchi, un festival que
traslada el espíritu de Naoshima al bello archipiélago víctima de la
industrialización.
La experiencia del
visitante es un inolvidable maridaje que no se parece a nada. El viaje –más
bien la peregrinación, la isla está a seis horas de Tokio entre trenes bala,
convencionales y ferri– depara la primera sorpresa al desembarcar. Una enorme
calabaza roja moteada en negro de la artista Yayoi Kusama da la bienvenida en
un espigón del puerto. La obra de la anciana japonesa autoingresada en un
psiquiátrico (ha instalado otra –Pumpkin, 1994– en tonos amarillentos junto a
una playa) se ha convertido en el símbolo de Naoshima.
Ana Alfageme
Durante un tiempo se dedicó
a la medicina y desde 1988 es reportera en EL PAÍS. Eso le ha permitido cubrir
desde sucesos a temas sociales, pasando por cultura o tendencias. Ha sido
redactora jefa de Madrid, responsable de Redes Sociales y de ELPAIS.com. Ahora
trabaja en Proyectos Especiales y Branded Content.
http://elpaissemanal.elpais.com/placeres/naoshima/?por=mosaico#!/foto/1
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