domingo, 25 de septiembre de 2016

LA ISLA QUE MUTÓ EN ARTE


'Pumpkin', la escultura de Yayoi Kusama símbolo de Naoshima en Benesse House. / SHIGEO ANZAI

Ana Alfageme
Naoshima, en Japón, es un enclave onírico donde Tadao Ando y algunos de los creadores más influyentes del mundo han dibujado una realidad paralela que conjuga descubrimiento, naturaleza, arquitectura y un futuro para sus habitantes.
CADA ATARDECER, el último ferri deja el puerto de Naoshima cargado de viajeros y visiones. La diminuta isla del Mar Interior de Japón se queda en una penumbra de callejas desiertas que evocan su pasado de pescadores, salinas y basurero industrial.

Se trata de un trampantojo. Porque una colina esconde los nenúfares de Claude Monet y entierra entre el hormigón pulido del arquitecto Tadao Ando luces de otro mundo y una esfera gigante que refleja el cielo. La estatua de la Libertad se yergue empotrada en la clínica de un dentista, y en un museo en el que uno puede quedarse a dormir hay quien se pasea entre un cuadro de Jasper Johns y cien rótulos de neón que se iluminan aleatoriamente, obra de Bruce Nauman.
Naoshima posee evocadoras vistas al archipiélago de Seto. Pero resultaría olvidable si no fuera porque, en poco más de ocho kilómetros cuadrados de colinas, playas y verdor, la inspiración de medio centenar de artistas –entre ellos, varios de los más influyentes o cotizados del mundo, como Gerhard Richter, Frank Stella, Yayoi Kusama, Basquiat o Keith Haring, que se suman a los ya citados– crea una realidad paralela.


LA EXPERIENCIA EN ESTA ISLA ES UN INOLVIDABLE MARIDAJE QUE NO SE PARECE A NADA
El impulsor de esta seductora comunión entre naturaleza, arquitectura y arte es un empresario de 70 años llamado Soichiro Fukutake, que lo mismo huye de las urbes como busca a creadores para intervenir en el paisaje. En 1986 promovió un campamento internacional –supervisado por el premiado Tadao Ando– en el extremo sur de una isla rodeada de aguas contaminadas que buscaba escapar de su suerte. Luego, el dueño de Benesse, una gran corporación especializada en la enseñanza, encargó al Pritzker que levantara su mirada minimalista en lo alto de una loma. Así surgió Benesse House, un hotel museo en el que el huésped dispuesto a desembolsar alrededor de 300 euros la noche duerme entre obras de Sol LeWitt o Richard Long, solo para abrir la puerta y desayunar frente a un Warhol o tumbarse sobre dos enormes medallones de mármol dispuestos en un patio.

PORDesde hace casi 25 años no ha dejado de fluir el dinero y las ideas. Y también la creciente marea de visitantes, casi medio millón al año, según las últimas cifras. Ando, el boxeador que se formó como arquitecto imitando los dibujos de Le Corbusier, ha construido ocho edificios. El proyecto se ha expandido a dos islas cercanas y este año una docena de ellas viven la Trienal de Setouchi, un festival que traslada el espíritu de Naoshima al bello archipiélago víctima de la industrialización.

La experiencia del visitante es un inolvidable maridaje que no se parece a nada. El viaje –más bien la peregrinación, la isla está a seis horas de Tokio entre trenes bala, convencionales y ferri– depara la primera sorpresa al desembarcar. Una enorme calabaza roja moteada en negro de la artista Yayoi Kusama da la bienvenida en un espigón del puerto. La obra de la anciana japonesa autoingresada en un psiquiátrico (ha instalado otra –Pumpkin, 1994– en tonos amarillentos junto a una playa) se ha convertido en el símbolo de Naoshima.
Ana Alfageme
Durante un tiempo se dedicó a la medicina y desde 1988 es reportera en EL PAÍS. Eso le ha permitido cubrir desde sucesos a temas sociales, pasando por cultura o tendencias. Ha sido redactora jefa de Madrid, responsable de Redes Sociales y de ELPAIS.com. Ahora trabaja en Proyectos Especiales y Branded Content.


http://elpaissemanal.elpais.com/placeres/naoshima/?por=mosaico#!/foto/1

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