LUIS MARTÍNEZ
El filósofo coreano
Byung-Chul Han. FOTOGRAFÍAS: JULIEN MIGNOT | GETTY | ISABELLA GRESSER
Nacido en Corea del
Sur y formado en Alemania, es el pensador de referencia del nuevo milenio y el
que critica con mayor dureza los vicios de la sociedad digital: de la
dependencia de las redes al atracón de series. Ahora publica 'Buen
entretenimiento'
Cuenta Byung-Chul
Han (Seúl, 1959) que empezó a interesarse por la Filosofía por un problema de
exceso de atención. Leía demasiado despacio. Su incapacidad para adecuar su
ritmo de lectura al que, según él, exige la literatura, le llevó a interesarse
por la primera de las ciencias. Y fue ahí, en la lenta descripción de cada
palabra alemana donde empezó a familiarizarse con la revolución del sentido de
Husserl y los laberintos etimológicos y polisémicos de Heidegger. Y ahí sigue.
Han sigue leyéndolo todo, realidad incluida, según su particular sentido de la
cadencia; consciente de que lo que importa antes que nada es el propio tiempo.
Cada uno de sus libros, todos publicados en español por Herder, ha servido para
dibujar con precisión los contornos de la sociedad digital que nos habita. La
explotación ha devenido autoexplotación (La sociedad del cansancio), el
infierno de lo igual ha aniquilado el verdadero sentido del otro (La agonía del
Eros), la represión ha sido sustituida por el exceso de información y de placer
(La expulsión de lo distinto), y el entretenimiento ha sido absorbido por la
imperiosa necesidad de producir (aquí, su último y fulgurante ensayo Buen
entretenimiento). Y así. Byung Chul-Han se toma su tiempo hasta para responder
un cuestionario que solicita por escrito y en alemán. De las 17 preguntas que
le enviamos responde 10. O mejor, funde las respuestas de unas en otras y descarta
las, quizá, demasiado genéricas (sobre el sentido de la cultura) o demasiado
concretas (sobre su serie favorita). El resultado es una entrevista tallada en
la precisión misma del tiempo. Y, en efecto, de eso se trata. Como él mismo
dice lo que cuenta es devolver no tanto el sentido, que también, como "la
fragancia" al tiempo.
Su último libro,
'Buen entretenimiento', recuerda al trabajo de Neil Postman 'Divertirse hasta
morir. El discurso público en la era del show business'. Pero Postman tiene una
visión mucho más apocalíptica que la de usted y supone que la necesidad que
tenemos de entretenernos ha destruido nuestra capacidad de reflexionar. ¿Se
muestra dispuesto a compartir la misma tesis?
Mi libro Buen
entretenimiento no es apocalíptico. En él me refiero al juego. Bajo la presión
de tener que trabajar hoy nos hemos olvidado de cómo se juega. El ocio sólo
sirve hoy para descansar del trabajo. Para muchos el tiempo libre no es más que
un tiempo vacío, un horror vacui. Tratamos de matar el tiempo a base de
entretenimientos cutres que aún nos entontecen más. El estrés, que cada vez es
mayor, ni siquiera hace posible un descanso reparador. Por eso sucede que mucha
gente se pone enferma justamente durante su tiempo libre. Esta enfermedad se
llama leisure sickness, enfermedad del ocio. El ocio se ha convertido en un
insufrible no hacer nada, en una insoportable forma vacía del trabajo. Incluso
el juego ha sido absorbido hoy por el trabajo y el rendimiento. El trabajo se
ludifica. Es decir, las ganas que todos tenemos de jugar se ponen al servicio
del trabajo, que las explota y saca partido de ellas. Suponiendo que aún quede
un entretenimiento al margen del trabajo, se ha degradado a una mera
desconexión mental, que es cualquier cosa menos buen entretenimiento. Tenemos
la tarea de liberar el juego del trabajo. La sociedad futura será una sociedad
del juego.
Si nos acabamos
convirtiendo en una sociedad del entretenimiento, o del juego, sin trabajo, ¿no
habría que reinterpretar entonces el mismo concepto de tiempo?
El tiempo laboral se
ha totalizado hoy convirtiéndose en el tiempo absoluto. Realmente deberíamos
inventar una nueva forma de tiempo. Si resulta que nuestro tiempo vital o la
duración de nuestra vida coincide por completo con el tiempo laboral, como en parte
está sucediendo ya hoy, entonces la propia vida se vuelve radicalmente fugaz.
Yo contrapongo al tiempo laboral el tiempo festivo. El tiempo festivo es un
tiempo de ociosidad, que hace posible recrearse y permite una experiencia de la
duración. El tiempo festivo es un tiempo en el que la vida se refiere a sí
misma, en lugar de someterse a un objetivo externo. Deberíamos liberar la vida
de la presión del trabajo y de la necesidad de rendimiento. De lo contrario la
vida no merece la pena vivirla.
¿Lo contrario de la
sociedad del entretenimiento sería una sociedad del 'sano' aburrimiento? ¿Puede
el aburrimiento ser sano?
Lo contrario de la
sociedad del juego es nuestra sociedad del rendimiento, nuestra sociedad del
cansancio, en la que cada uno se explota voluntariamente a sí mismo creyendo
que así se está autorrealizando. Nos matamos a base de autorrealizarnos. Nos
matamos a base de optimizarnos. Pero el hombre no es un homo laborans, sino un
homo ludens. El hombre ha nacido para jugar, no para trabajar.
Aunque sea volver a
argumentos ya analizados en sus obras, ¿cómo explica usted el éxito actual de
lo más entretenido del mundo del entretenimiento: las series de televisión?
Esa es una cuestión
interesante. Me gustaría explicarla filosóficamente. Nuestra capacidad
perceptiva ha perdido hoy la capacidad de demorarse en algo. Nuestra percepción
asume una forma serial. Se apresura de una información a la siguiente, de una
sensación a la siguiente, sin llegar nunca a un final. Se produce un consumo
sin fin. Las series gustan tanto hoy porque responden a nuestros hábitos
seriales. En el nivel del consumo mediático eso conduce al binge watching o
atracón de televisión, al visionado bulímico. El visionado bulímico se ha
convertido hoy en el modo de percepción generalizado. El régimen neoliberal
intensifica los hábitos seriales para hacernos producir más, para forzarnos a
un consumo mayor.
MATAMOS EL TIEMPO CON ENTRETENIMIENTO CUTRE QUE NOS ENTONTECE. EL
OCIO ES UNA FORMA VACÍA DEL TRABAJO
¿Qué opinión le
merecen los movimientos hedonistas que reivindican el placer de lo lento como
'slow-food' frente a 'fast-food'? ¿Son realmente revolucionarios?
La actual crisis del
tiempo no radica en la aceleración, que podría solucionarse con estrategias de
desaceleración, como por ejemplo slow food o yoga. A la actual crisis del
tiempo yo la llamo "discronía". El tiempo carece de un ritmo que
ponga orden, carece de una narración que cree sentido. El tiempo se desintegra
en una mera sucesión de presentes puntuales. Ya no es narrativo, sino meramente
aditivo. El tiempo se atomiza. En un tiempo atomizado tampoco es posible una
experiencia de la duración. Hoy cada vez hay menos cosas que duren y que con su
duración den estabilidad a la vida. El tiempo ha perdido hoy su fragancia. A la
civilización actual le falta sobre todo vida contemplativa. Por eso desarrolla
una hiperactividad, que le quita a la vida la capacidad de demorarse y
recrearse. Ya no es posible experimentar un tiempo pleno. A causa de esta falta
de tranquilidad nuestra civilización se está tornando una barbarie.
Me intriga cuál es
su relación personal con el mundo digital que usted tanto critica. ¿Utiliza
usted Facebook, Twitter o Instagram?
No es cierto que yo
demonice el medio digital. Como todos los medios, también el digital tiene un
potencial emancipador. Da más libertad. Pero lo que sí me parece muy
problemático es que esta libertad se torne hoy de muchas maneras una coerción.
Hay una coerción de comunicación a la que estamos sometidos. Y los medios
sociales han influido muy negativamente en la comunicación. La comunicación
digital es a menudo muy emocional. Twitter ha resultado ser un medio emocional.
Permite descargar inmediatamente las emociones. La política que se basa en él
es una política emocional, que ya no es política en sentido propio. Trump no
gobierna: tuitea. Es el primer presidente tuitero de la historia. Utiliza este
medio para presentarse como directo, cercano al pueblo y auténtico. Pero la
política es mediación y razón, que requieren mucho tiempo. Por eso Kant
proscribió los impulsos emocionales de la esfera moral. La moral es, como la
política, cosa de la razón, que se opone a las emociones. No se puede enseñar
moral por Twitter. Si yo critico los medios digitales es sobre todo porque
generan una ilusión de libertad. En los años 80 todo el mundo se echó a la
calle a protestar contra la elaboración del censo de población. Incluso
pusieron una bomba en una oficina de empadronamiento. La gente pensaba que tras
la elaboración de un censo de población había un Estado policial que les
coartaba la libertad y les sonsacaba informaciones contra su voluntad. Sin
embargo, el cuestionario para el censo de población sólo contenía datos muy
inocuos, como el nivel de estudios o la profesión. Por Facebook o Instagram revelamos
hoy voluntariamente una enorme cantidad de informaciones personales, incluso
detalles íntimos. Y al hacer eso nos sentimos libres, aunque en realidad
estamos totalmente controlados. ¿Quién pondría hoy una bomba en Facebook o en
Google en nombre de la libertad? Lo que sucede es que gracias a Google o a
Facebook nos sentimos libres. La dominación se ha consumado en el momento en el
que se hace pasar por libertad. Nos explotamos voluntariamente a nosotros
mismos. También nos desnudamos voluntariamente. Esto es muy desasosegante.
¿Puede haber una
forma razonable de utilizar las redes sociales?
Podemos utilizar
razonablemente los medios sociales con objetivos políticos. Gracias a ellos nos
podemos interconectar y actuar en común. Pero los medios sociales están
totalmente privatizados y sometidos a egoísmos. Nos desnudamos en ellos para
así satisfacer nuestro narcisismo. La comunicación digital es hoy una
comunicación sin comunidad. Deberíamos politizar los medios sociales.
Deberíamos convertirlos en un espacio público en el que nos olvidáramos de
nuestro ego y apostáramos por intereses comunes.
¿Cree usted posible
un mundo digital distinto, que no sea egoísta ni narcisista?
No es la
digitalización la que nos hace narcisistas. Ella se limita a intensificar el narcisismo
que ya hay. La comunicación digital estuvo dominada en sus comienzos por ideas
utópicas. Por ejemplo, Vilém Flusser vislumbraba en la comunicación digital un
potencial emancipador. Ella libera al hombre del yo aislado en sí mismo y lo
conduce al reconocimiento mutuo con miras a la aventura de la creatividad. El
medio digital es para Flusser un medio de la caridad. Este mesianismo de la
interconexión digital no se ha hecho realidad. Los medios digitales están hoy
impregnados de narcisismo. El creciente narcisismo es un gran peligro para
nuestra sociedad. La forma de producción neoliberal intensifica el narcisismo.
Hoy cada uno es empresario de sí mismo. Cada uno se realiza a sí mismo. Cada
uno se produce a sí mismo. Cada uno venera el culto, la liturgia del yo en la
que uno es sacerdote de sí mismo. Ya no somos capaces de un nosotros, de una
acción común. Incluso el actual culto a la autenticidad hace que la sociedad se
vuelva narcisista. El narcisismo hace que se pierda el eros en la cultura. Invertimos
todas las energías libidinosas en el ego. La sobreacumulación narcisista de
libido de ego nos pone depresivos y genera sentimientos negativos, como la
angustia. Freud aplicó su teoría de la libido también a la biología. Las
células que se comportan de forma narcisista, es decir, que carecen de eros,
son peligrosas para el organismo. Para la supervivencia del organismo son
indispensables justamente aquellas células que se comportan de forma altruista
e incluso se sacrifican por otras. Freud atribuye la libido del yo al impulso
de muerte. La acumulación narcisista de libido del yo es mortal tanto para el
organismo como para la sociedad. Sólo nos cabe aguardar que el eros regrese a
nosotros. El eros es lo único que nos permitiría superar la depresión.
EL SISTEMA ESTÁ ENFERMO. HAY QUE COMBATIRLO, EN LUGAR DE TRATAR
INÚTILMENTE DE REMEDIAR LOS SÍNTOMAS
Toca mirar
alrededor. ¿Cree que movimientos como el de los 'chalecos amarillos' obedecen a
una reacción al sistema económico global?
De las protestas de
los chalecos amarillos me llama la atención que no sólo no tienen dirigentes,
sino tampoco visiones. Se quejan de esto y de lo otro, pero no formulan ninguna
visión. No dicen en qué sociedad quieren vivir. La causa de las protestas no
fue el descontento con el neoliberalismo o con la desigualdad social, sino la
nueva ecotasa al diésel. Se constata mucho enojo, pero no una ira ni una cólera
que ponga en cuestión el sistema dominante y le oponga la visión de un mundo
mejor. Evidentemente el sistema neoliberal actual ha reducido nuestro horizonte
político. Ya no tenemos una visión. Lo que los chalecos amarillos visibilizan
no son más que síntomas. Se limitan a exigir la desaparición de los síntomas.
Pero la verdadera causa de los síntomas sigue intacta. El propio sistema está
enfermo. Hay que combatir el propio sistema, en lugar de tratar inútilmente de
remediar los síntomas.
Para terminar, ¿cree
que la Historia de la Filosofía debería formar parte de los programas
educativos? Se lo pregunto porque aquí en España la eliminaron hace poco como
asignatura obligatoria en el último curso de bachillerato.
Hoy se elimina todo
lo que no reporta un provecho inmediato, es decir, económico. Se renuncia a la
formación integral a cambio de la formación profesional. Renunciar a la
filosofía significa renunciar a pensar. La filosofía es un pensamiento
meditativo, que se distingue del pensamiento calculador. Hoy el pensamiento se
asimila cada vez más al cálculo. El pensamiento calculador da continuidad a lo
igual. La palabra alemana para meditar, sinnen, "darle vueltas a
algo", significa originalmente "viajar". Por tanto, en un
sentido enfático pensar es dar vueltas, viajar. Es estar en camino hacia otro
lugar. El pensamiento meditativo y filosófico es el único capaz de engendrar
algo totalmente distinto. Hoy vivimos en un infierno neoliberal de lo igual.
Para este infierno de lo igual resulta un peligro el pensar, la filosofía,
porque interrumpe lo igual a favor de lo totalmente distinto, es más, a favor
de una forma de vida totalmente distinta. Por eso es precisamente en el
infierno de lo igual donde habría que introducir la filosofía como asignatura
obligatoria, en lugar de eliminarla. De lo contrario sólo prosigue lo igual. La
revolución empieza con el pensamiento. La filosofía es la comadrona de la
revolución.
https://www.elmundo.es/papel/lideres/2019/02/12/5c61612721efa007428b45b0.html
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