El descubrimiento de una habitación para siervos en una villa de Pompeya revela las condiciones de vida de unos seres humanos que eran tratados como ganado
Fragmento de un fresco romano del siglo II, conservado en el museo
Getty de California, que muestra a dos esclavos destripando un animal.
FINE ART (CORBIS VIA GETTY IMAGES)
GUILLERMO ALTARES
La antigüedad era “una sociedad de esclavos”, como la definió el
influyente historiador Moses Finley, en la que millones de personas no poseían
absolutamente nada, no eran dueños de su vida ni de su voluntad. Podían ser
asesinados, violados, obligados a trabajar hasta la extenuación y separados de
sus familias. Vivían sometidos al miedo constante a ser vendidos o maltratados
pero, sobre todo, estaban “consumidos por el deseo de libertad”, escribe el
profesor de Berkeley, Robert C. Knapp, en su clásico ensayo Los olvidados de
Roma (Crítica).
La presencia de los esclavos es constante en la literatura latina,
desde El Satiricón de Petronio hasta El asno de oro de Apuleyo. Ahora bien,
como explica Knapp, apenas existen restos materiales, puesto que no tenían casi
posesiones. Sin embargo, el equipo arqueológico de Pompeya anunció el sábado 6
de noviembre el descubrimiento de una habitación que seguramente ocupaban los
esclavos. Se trata de un espacio de 16 metros cuadrados con tres camas y
algunos objetos, en la villa de Civita Giuliana, que todavía está siendo
excavada, en la ciudad enterrada por la erupción del Vesubio en el año 79 de
nuestra era.
La estancia, que solo tenía una pequeña ventana en la parte superior y carecía de decoración en las paredes, debía ser a la vez dormitorio y almacén. Los objetos que contiene, cuando sean investigados, permitirán conocer mejor la vida cotidiana de seres humanos que representaban en torno al 15% de la población, pero cuya contribución a la economía era esencial. “Aunque sabemos que los esclavos han sido explotados en la mayoría de las sociedades”, escribió Finley, “solo ha habido cinco genuinas sociedades esclavistas, dos de ellas en la antigüedad: Grecia y Roma”. Las otras tres son: Estados Unidos, el Caribe y Brasil hasta bien entrado el siglo XIX.
Una institución
despiadada
En los años cincuenta, Finley fue uno de los primeros historiadores
que comenzó a arrojar luz sobre la profunda injusticia que marca el mundo
romano y que, hasta entonces, solo aparecía como telón de fondo. “La vida de un
esclavo no era muy diferente de la de un animal doméstico”, escribe el profesor
de clásicas de Cambridge Jerry Toner en Sesenta millones de romanos (Crítica).
“Una vida de trabajo duro, palizas y comida escasa, así como de abusos
sexuales, sin apenas derechos. Si debían presentarse ante los tribunales,
incluso como testigos, se les torturaba para garantizar que su declaración era
fiable. Sometidos a un régimen embrutecedor, su humillación psicológica era
total”. Incluso en una sociedad brutal como la romana, la esclavitud era una
institución especialmente despiadada.
Aunque casi siempre realizaban los trabajos más duros y peligrosos,
no todos los esclavos vivían en las mismas condiciones —no era lo mismo ser un
maestro que un trabajador en unas minas de sal o una esclava sexual—, pero
todos estaban sometidos al martirio no solo físico, sino también psicológico de
carecer de voluntad: estaban obligados a hacer lo que les ordenasen sus amos en
el momento en el que se lo pidiesen. La profesora de clásicas de Cambridge Mary
Beard escribió el prólogo del libro Cómo manejar a tus esclavos (Esfera de los
Libros), en el que un noble romano llamado Marco Sidonio Falco (en realidad,
era el profesor de clásicas Jerry Toner) explicaba cómo funciona un sistema
basado en la servidumbre, que solo podía mantenerse con la violencia y el
terror.
En aquel texto, la investigadora británica recordaba la dificultad para entender, desde el siglo XXI, las relaciones entre amos y esclavos en la Roma clásica. “Estaban preocupados por lo que los esclavos tramaban a sus espaldas. ‘Todos los esclavos son nuestros enemigos’, decía un antiguo lema que Falco conocía bien”, escribe Beard, quien recuerda una historia que resume la brutalidad con la que Roma trataba a los siervos: el asesinato de los 400 esclavos de Lucio Pedanio Secundo, que Tácito recoge en el libro XIV de sus Anales.
Dioses como testigos
Pedanio Secundo era un prefecto de Roma que fue asesinado por uno
de sus esclavos en tiempos de Nerón, en el siglo I de nuestra era. “Según la antigua
costumbre, procedía que todos los esclavos que habían habitado bajo el mismo
techo fueran llevados al suplicio”, escribe el historiador Tácito (55-120), en
los Anales (Alianza Editorial, traducción de Crescente López de Juan). La orden
provocó grandes tumultos en Roma, seguramente por la alta presencia de libertos
en la población. Se produjo una discusión pública a favor y en contra de la
matanza, durante la que Cayo Casio Longino pronunció un discurso que refleja
perfectamente la mentalidad de muchos romanos hacia sus posesiones humanas.
“Nuestros antepasados desconfiaban de la manera de ser de los
esclavos”, recoge Tácito en su crónica, “a pesar de que estos nacían en los
mismos campos y casas que ellos y recibían enseguida el cariño de sus señores.
Pues bien, una vez que tenemos en nuestras familias de esclavos a naciones con
distintos ritos, con religiones extranjeras o carentes de ellas, a todo ese
revoltijo no se lo podrá reprimir si no es con el miedo. Es cierto que morirán
algunos inocentes. Pero, cuando en un ejército que ha huido uno de cada diez
muere apaleado, también los valientes entran en el sorteo. Todo gran
escarmiento tiene algo de injusto, pero lo que va en contra de cada uno en
particular queda compensado por el interés general”.
Se confirmó la ejecución, pero no se podía realizar porque la
multitud impedía el paso de las víctimas hacia el patíbulo. El emperador Nerón,
indignado, desplegó sus tropas para permitir que se llevase a cabo la masacre.
Este horror recuerda al final de la película de Stanley Kubrick Espartaco,
basada en una novela de Howard Fast, cuando todos los que han participado en la
rebelión son crucificados en la vía Apia por negarse a delatar a su jefe: el
famoso “Yo soy Espartaco”, que impide que el líder revolucionario sea
localizado.
En ese mundo cruel, que no cambió con la llegada del cristianismo
—San Pablo dijo a los cristianos de Colosas: “Siervos, obedeced en todo momento
a vuestros amos de la Tierra”—, también existía la solidaridad. “Nos han
llegado muchas pruebas de ayuda mutua y amistad entre esclavos”, escribe Knapp
en Los olvidados de Roma. “En circunstancias normales, ya fuese en una casa
grande, en un recinto más pequeño o en el ámbito rural, los esclavos creaban
vínculos y entablaban relaciones que daban sentido a sus vidas, a pesar de la
inseguridad y brutalidad”, prosigue este profesor emérito de Historia Antigua
de la Universidad de Berkeley.
Knapp recuerda una inscripción que relata la amistad entre dos
esclavos que acabaron como libertos: “Entre tú y yo, mi más apreciado
compañero, nunca hubo disputa alguna. Con esta inscripción quiero también que
los dioses de arriba y de abajo sean testigos de que tú y yo, comprados como
esclavos al mismo tiempo en la misma casa, fuimos liberados juntos. Ningún día
estuvimos separados hasta el día de tu fatídica muerte”.
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
https://elpais.com/cultura/2021-11-10/la-matanza-de-400-esclavos-de-pedanio-segundo-define-el-mundo-romano.html
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