TEATRO DE LA ZARZUELA. LUNES 03/04/17 20:00h
MAURO PETER tenor, HELMUT DEUTSCH, piano
PRIMERA PARTE
ROBERT SCHUMANN
(1810-1856)
Abends am Strand, op. 45, nº 3 (1840)
Dein Angesicht, op. 127, nº 2 (1850/51)
Lehn deine Wang an meine Wang, op. 142, nº 2 (1852)
Es leuchtet meine Liebe, op. 127, nº 3 (1850/51)
Mein Wagen rollet langsam, op.142, nº 4 (1852)
Belsatzar, op. 57 (1840)
Fünf Lieder, op. 40 (1840)
Märzveilchen
Muttertraum
Der Soldat
Der Spielmann
Verratene Liebe
RICHARD STRAUSS
(1822-1905)
Schlichte Weisen,
op. 21 (1890)
All mein’ Gedanken
Du meines Herzens Krönelein
Ach Lieb, ich muß nun scheiden
Ach weh mir unglückhaftem Mann
Die Frauen sind oft fromm uns still
SEGUNDA PARTE
RICHARD STRAUSS
(1822-1905)
Mädchenblumen, op. 22 (1888)
Kornblumen
Mohnblumen
Epheu
Wasserrose
FRANZ LISZT
(1811-1886)
3 Sonetti del Petrarca, S 270 (1842/46)
Mauro Peter, junto con el conocido pianista acompañante Helmut
Deutsch, se presentaron el lunes 3 de abril por vez primera vez en el Ciclo de
Lied, coproducido por el Teatro de la Zarzuela y el Centro Nacional de Difusión
Musical (CNDM), que cumple su XXIII edición.
En esta ocasión Peter interpretó el ciclo de canciones de Franz Liszt sobre tres sonetos de Petrarca, al final de la velada, lo más
jugoso y emotivo, para los que nos inclinamos por el universo italianizante,
además de seis canciones de Robert
Schumann sobre poemas de Heinrich
Heine y dos series de canciones de Richard
Strauss sobre poemas de Felix Dahn:
Schlichte Weisen (Canciones sencillas) y Mädchenblumen (Flores y muchachas).
Peter es un joven tenor lírico ligero de treinta años, nacido en
Lucerna (Suiza), que realizó su debut como cantante de lied en las
Schubertiadas de Hohenems y Schwarzenberg, con La bella molinera de Schubert y Helmut
Deutsch. Después vinieron muchos otros recitales en las más conocidas salas de
concierto y teatros de ópera europeos, como el Musikverein y el Konzerthaus de
Viena, el Musikverein de Graz, el Wigmore Hall de Londres, de Singel de
Amberes, KKL de Lucerna y las óperas de Frankfurt y Zúrich.
Como comenta Javier Pérez
Senz en su extensísimo y valioso programa de mano para esta función, se
aprecia en este tenor una frescura vocal y una naturalidad en la expresión que
van a la par con su forma de conectar con el público, limpia y directa, como se
espera y se lleva a cabo en esta ocasión en una persona que empieza a abrir los
ojos al mundo exterior. Aunque no sea un recién llegado, a Peter le queda toda
una vida musical y otras por delante e incluso habría que destacar que, a su
edad, la voz no se ha “hecho” completamente, le falta la madurez de los años,
el fogueo de las actuaciones, la escucha interior e íntima, la devolución de
las opiniones del público. Y de una crítica positiva, que reconozca lo que un
intérprete de sus características puede dar y entrega aquí y ahora, dejando el
infinito de una carrera abierta por delante.
Cuando iba al conservatorio y estudiaba con el maestro Carlos
Guastavino, educadísimo, paciente, había otros profesores que no lo eran tanto.
Sobre todo los responsables de enseñar un instrumento eran muy claros en el
trato con los novicios: “Si Usted no puede tocar bien, siempre puede dedicarse
a hacer flores artificiales”. Era tremendo aquello de no dar jamás el beneficio
de la duda, del futuro. En esta misma línea, mucha crítica consagrada, exige a
los músicos jóvenes lo que posiblemente todavía no puedan dar, porque están en
el camino. A cambio, impagable, su entrega, su despertar un tanto ingenuo y
sorprendido, ante los repertorios complicados, para consagrados, con los que se
atreven, la felicidad de verlos sonreír mientras cantan, porque tienen talento,
porque les gusta lo que hacen.
Y no es este comentario un intento de darle a Peter un diez sin
concesiones. Cantó unas obras complicadas, exigidas, difíciles, como es la
propia elección de cantar lieder, con el único soporte de un pianista. Bien
aquí Helmut Deutsch, aunque no
siempre diera el do de pecho, tiene su estilo, a veces parece frío, distante,
pero es el que lleva el metrónomo interno de los dos y el que más experiencia
tiene.
La velada comenzó con seis canciones de Robert Schumann (1810-1856)
sobre
poemas de Heinrich Heine, origen del liederismo alemán que es el
ciclo Dichterliebe, basado en su Libro de canciones. Denso, preocupado por el
hecho religioso, casi enfermizo, es el poeta que más amó Elizabeth de Baviera o
también, Sissi, la emperatriz de Austria-Hungría, asesinada por un anarquista
en la evanescente Ginebra de fin de siglo.
Como explica Pérez Senz, “de los 270 lieder de Schumann, la poesía
de Heinrich Heine inspiró 44, seguido en sus preferencias literarias por
Friedrich Rückert (42) y, a mucha distancia, Josef
von Eichendorff (22), Justinus Kerner (22) y Johann Wolfgang von
Goethe (18). Su
esposa, Clara Schumann, amaba profundamente los poemas de Heine, a
quien llegó
a tratar en 1839 en París, durante una de sus giras de conciertos.
Ante esta pasión
compartida por Heine, no resulta extraño su predominio en ese annus
mirabilis de
1840, año de su boda con la pianista y compositora Clara Wiek y,
probablemente, el
más feliz de su vida, en el que crea la mayor parte de su catálogo
liederístico. “He
vuelto a componer con tal pasión que en cierto modo me inquieta;
desearía cantar yo
mismo hasta morir como un ruiseñor”, escribía a Clara ese mismo año”.
Además,” las dos piezas pertenecientes a las Cinco canciones con
piano, op. 127 –Dein Angesicht, nº 2 y Es leuchtet meine Liebe, nº 3–, datan de
1828 y ofrecen atractivos contrastes
con las otras dos piezas seleccionadas de los Cuatro cantos con
piano, op. 142:
Lehn’deine Wang, nº 2 y Mein Wagen rollet langsam, nº 4, que nos
devuelven al clima
de exultante lirismo del radiante 1840”.
Belsazar, historia protagonizada por el rey de Babilonia, es una tremenda
partitura y una letra que recuerda las tribulaciones que sufren los tiranos
orientales que relatan los libros sagrados de las dos religiones fundacionales:
la cristiana y la judía. Hay en el relato de Heine, un temblor que nos recuerda
las peripecias insensatas de Herodes el grande, Herodías y Salomé, su peculiar
hijastra, toda esa violencia desatada hasta el paroxismo, pero con otro tejido
y otra textura musical y teatral, más íntima, más introspectiva incluso.
Siguieron las Cinco canciones con textos de Andersen, op. 40,
también de 1840,
sobre los poemas del escritor danés Hans Christian Andersen
(1805-1870), originalmente en danés y traducidos al alemán por Adelbert von
Chamisso.
De Richard Strauss, Mauro Peter y Helmut Deutsch han seleccionado
dos
Interesantes series. La primera es Schlichte Weisen (Canciones
sencillas), op. 21,
Integradas por cinco canciones sobre poemas de Felix Dahn, escritas
entre 1887 y
1888, All mein’ Gedanken (Todos mis pensamientos), Du meines
Herzens
Krönelein (Coronita de mi corazón), Ach Lied, ich muß nun scheiden
(Ah, amor mío, ahora
debo partir), Ach weh mir unglückhaften Mann (¡Ay, desdichado de
mí…!) y Die Frauen
sind oft fromm und still (Las mujeres suelen ser piadosas y
calladas).
No hace falta recordar la imagen que de lo femenino universal y de
la mujer como efigie sumisa y congelada dan estas letras, que, sin embargo,
pueden ser leídas y escuchadas con una música arrebatadora, todo lo cual nos
ayuda a abandonar otro tipo de valoración más feminista o femenina como la que
se lleva desde hace décadas en Europa, un continente que ha cambiado la pétrea
representación del “Segundo sexo”, del que escribía hace varias décadas, todo
un tratado, la filósofa francesa Simone de Beauvoir.
En 1886, pero paralelo al anterior en su redacción, el segundo
ciclo cuenta con cuatro poemas de Dahn bajo el título Mädchenblumen (Flores y
muchachas), op. 22: Kornblumen (Acianos); Mohnblumen (Amapolas), Epheu (Hiedra)
y Wasserrose (Nenúfar).
Continuó la segunda parte del concierto, con la música de Franz Liszt, para mecer los 3 Sonettti del Petrarca (Pace non trovo,
et non ò da far guerra; Benedetto sia l’giorno,
e ‘l mese, e l’anno; I’ vidi in terra angelici costumi) un tiempo
en el que se produce su viaje de descubrimiento a Italia –entre 1838 y 1839–junto
con la Condesa d’Agoult.
La fogosidad pianística de Liszt, bien defendida aquí por el
intérprete acompañante, Helmut Deutsch, técnico pero también de un fraseo
elegante y soñador, se unen a la arcaizante lengua de Petrarca, pura evocación
cortesana, como cuando escribe en los últimos versos de su último soneto
interpretado: “che non si vedea in ramo mover floglia. Tanta dolcezza avea pien
l´aer e´l vento”.
Las referencias aquí a la música italiana son evidentes, porque
Liszt se deja seducir por las vivencias del encuentro con Italia y su bellísima
música de inspiración belcantista, omnipresente siempre en todas partes, aunque
fuera denostada o reemplazada por la maquinaria musical germánica. Nihil
obstat.
Mauro Peter cumplió con soltura, delicadeza, como escribe Petrarca,
con unos agudos y unos pianissimo al final de la noche que hicieron despertar a
los adormecidos y apasionarse aún más a los que estaban atentos. Tiene garra,
es versátil y valiente, su voz y él mismo se van enlazando a lo largo de un
exigente repertorio en momentos de bravura, de evocación, de suntuosidad
musical. La dicción es perfeccionista, se entiende, clara, incluso la italiana,
dulce y evocadora.
Nos regaló la ofrenda de tres “encore”: “Go not, happy day”, con
texto de Alfred Tennyson y Franz Liszt, “Nichts”, de Richard Strauss y “Es muss
ein Wunderbares sein”, también de Liszt.
Pero nos reserva mucho más y hay que esperar que llegue el momento,
dejar madurar la fruta que promete, disfrutarlo más veces, y acompañarlo, con
generosidad y el alma abierta y disponible, claro.
Alicia Perris
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