lunes, 26 de marzo de 2018

DESLUMBRANTE GRAN GALA EN LA ÓPERA DE MONTECARLO CON EL FAUSTO DE GOUNOD



Obertura

La Ópera de Montecarlo forma parte del importante edificio del Casino, en el corazón de esta zona residencial de Mónaco, donde también se encuentra el Hotel de Paris, predilecto protagonista de las películas que se filman sobre este lugar, muchas.
De hecho, uno de los personajes que más encanto y éxito proporcionó al Principado, fue justamente la famosa actriz de cine Grace Kelly, que se convirtió en Princesa de Mónaco, por su casamiento con el príncipe Rainiero III. Este lugar, con un pasado atravesado por distintos pueblos, guerras, cambios de propiedad, tratados de paz, comenzó a fraguarse cuando el fundador de la dinastía Grimaldi, todavía al mando hoy, se hizo con el poder, en el siglo XIII.

Alrededor de 1900 y en los años locos, fue el reservorio de todos aquellos que querían conservar su vida, en riesgo, en lugares más prósperos, como los aristócratas rusos entre otros, expulsados de sus países por las revoluciones o de aquellos burgueses riquísimos que querían prolongarla, sea como fuese, porque vivían muy bien y no podían aspirar a más que seguir disfrutando de lo que tenían. Una especie de presentación del espíritu “fáustico” de la ópera que se presenta ahora en Montecarlo, justamente, el Fausto de Gounod.

Pero fue a partir de los años 50 del XX, con la llegada de Grace al Principado y la fundación de la Société de Bains de Mer, en la que también estuvo muy presente el armador griego Aristóteles Onassis, luego apartado de la gestión, cuando el dinero y los miembros de diferentes “jet sets”, empezaron a llegar a Mónaco. Desde entonces, los de dentro y los de fuera, todos, fantasean con un lugar, que podría ser “the place to be”, o también el centro de todos los pecados, aquellos que tan bien recrea esta ópera de Gounod, núcleo central de esta reseña.

La sala, un lugar irreal, barroco, recargado, perfecto, que algunos podrían calificar de “kitsch” y que sin embargo engarza como un guante sedoso y reluciente en este núcleo humano y en este entorno privilegiado a donde solo unos pocos elegidos llegan y aún más, consiguen una platea para la Gala de Apertura de la temporada (2017/18).
Fue diseñada por el arquitecto Charles Garnier, el mismo responsable de la ópera que lleva su nombre en París bajo la dirección de Marie Blanc (viuda de François Blanc) e inaugurada el 25 enero de 1879 con la actuación de Sarah Bernhardt. La sala y todo su significado, representa parte de la riqueza de la ciudad, su boato y su status, el lugar donde mirar y ser visto. Un engranaje que funciona como un mecanismo de alta precisión porque los monegascos, tienen las más altas cotas de buen vivir en prácticamente todo y nada entorpece la deliciosa cadencia de los días y las estaciones, para su felicidad, su disfrute y su seguridad. En Mónaco sí que podría afirmarse, sin dobleces, y no como en aquella triste y controvertida película de Benigni, “la vita è bella”. Aquí no llegan ni siquiera los ecos de los atentados terroristas, como el producido el mismo día de la Gala, cerca de Carcassonne, donde se produjeron cuatro víctimas. Porque Mónaco está concebido, a la vez, como el pasado, el presente y el futuro.


Desde esa época hasta hoy, ha fluido mucha agua en el Mediterráneo turquesa que baña las aguas monegascas: deportes de alta competición, el Baile de la Rosa, anual, que también se celebró estos días, comercio de obras de arte, propiedades, placeres e inversiones de todo tipo, desde muchos lugares del planeta. Clases sociales de muy alto nivel o aristócratas, ricos,  que han hecho de Mónaco su punto de partida para posicionarse, con gran inteligencia, en el camino de paso de las fronteras de Francia e Italia, sus transacciones y todo tipo de oportunidades.

Volviendo a la Ópera de Montecarlo, hubo una suspensión de sus actividades en el año 2000 y el mayor trabajo de restauración se llevó a cabo a partir de 2003 por una cifra total de veintiséis millones de euros. La Ópera fue completamente renovada y abierta al público por el Príncipe Alberto II de Mónaco, el miércoles 16 de noviembre de 2005, con la primera representación, El Viaje a Reims de Rossini.

“Fausto” (título original en francés, “Faust”) es una “grand opéra” en cinco actos con música de Charles Gounod y libreto en francés de Jules Barbier y Michel Carré, inspirada parcialmente en la novela homónima, parte I, de Goethe. Se estrenó en el Théâtre Lyrique (Théâtre-Historique, Opéra-National, Boulevard du Temple) en París el 19 de marzo de 1859.

Debido a la admiración (que sería efímera) que levantaba en Francia y Europa la intelectualidad alemana, filósofos, músicos, escritores y ¿por qué no?, políticos más o menos belicistas), Charles Gounod se decidió a tratar entonces el tema de Fausto en una adaptación de la obra de Goethe para la escena gala, coincidiendo además con  el primer intento fallido de Wagner de estrenar en París (1861). Berlioz también incluyó al personaje en su producción operística.
Wikipedia dixit: “La ópera se estrenó en el Théâtre-Lyrique de París el 19 de marzo de 1859 con diálogos hablados que posteriormente, en la primera representación en Estrasburgo           ( 1860), fueron sustituidos por recitativos. En 1862, tres años después de su estreno, la ópera de Gounod se repuso en París, y fue un éxito. Más tarde, el compositor incluyó en el acto II el aria de Valentin, “Avant de quitter ces lieux...”, con ocasión de la representación en el Her Majesty's Theatre en 1863. En 1869, se presentó una tercera versión, que incluía el ballet de la noche de Walpurgis para que la obra pudiera ser interpretada en la Ópera en 1869: se convirtió en la más frecuentemente representada en ese teatro y una partitura frecuentada del repertorio internacional, en donde permaneció por décadas, siendo traducida, al menos, a 25 idiomas”.
 “Faust” ha pasado también al acervo literario, cinematográfico o popular de toda Europa durante más de un siglo. Edith Wharton hace gran referencia a esta partitura en su novela La edad de la inocencia y el autor argentino Estanislao del Campo escribió un poema satírico, Fausto (1866), que describe las impresiones de un gaucho durante la representación de la ópera de Gounod. Una representación de la ópera forma parte también, de la obra El fantasma de la ópera de Gaston Leroux y hay recordatorios de ella muy breves de las palabras del "Aria de las joyas" en varias historias de Las aventuras de Tintín, de Hergé, con una grandilocuente cantante de ópera llamada Bianca Castafiore, que tiene un cierto parecido con una destacada Marguerite impostada tardía, en la canción de las joyas, que siempre canta con gran estrépito, sin decir nunca nada más que “Ah! je ris de me voir si belle en ce miroir”.


SUITE: FAUST, DE GOUNOD, UNA ÓPERA IDEAL PARA EL PRINCIPADO
 Ópera de Montecarlo, bajo el alto patrocinio de S.A.R. el Príncipe Alberto II. Función de Gala. 23 de marzo de 2018. Opéra en cinco actos, de Charles Gounod, con libreto de Jules Barbier y de Michel Carré a partir de la novela de Goethe.
Creación: (Théâtre Lyrique)Teatro Lírico de París, 19 de marzo de 1859. Éditions Choudens.
Estreno en la Ópera de Montecarlo, 20 de enero de 1880. Última vez, el 30 de enero de 2005.
Producción del Teatro del Capitol de Toulouse
Dirección musical: Laurent Campellone. Dirección del coro: Stefano Visconti
Puesta en escena: Nicolas Joel
Decorados: Ezio Frigerio
Vestuario: Franca Squarciapino
Luces: Vinicio Cheli. Órgano: Aurelio Scotto
Orquesta Filarmónica y Coro de la Ópera de Montecarlo

Cast/ Personajes
Fausto, anciano erudito (tenor lírico): Joseph Calleja
Mefistófeles (barítono-bajo): Paul Gay
Siebel, enamorado de Marguerite (soprano): Héloïse Mas
Wagner, estudiante amigo de Valentín (barítono): Gabriele Ribis
Marguerite (soprano lírica o ligera): Marina Rebeka
Valentín, su hermano soldado (barítono): Lionel Lhote
Marthe, vecina de Marguerite (mezzosoprano): Christine Solhosse
Estudiantes, soldados, campesinos, ángeles, demonios
El próximo 17 de junio se cumplen 200 años del nacimiento en París, de Charles Gounod, que compaginó su gusto por la música religiosa con la composición de obras en el estilo de la “grand opéra francesa”. Faust es un ejemplo de esto último.
Tal y como relata en el completo programa de mano de la función de Gala Claire Delamarche, “Se trata de una ópera de síntesis entre el fasto espectacular de la grand opéra y el lirismo más íntimo de l´opéra-comique, navegando entre un sentido agudo del teatro y una aspiración innegable por la religiosidad y la moral”.

Obra de gran empaque, precisa de un equipo musical y escénico de amplios vuelos, con gran fortaleza física, ya que es una propuesta larga y compleja, con cambios de escena y de climas, verdaderamente sugerente y atmosférica.

A los mandos, la batuta brillante e incansable de Laurent Campellone, director principal de la Ópera de Sofía, intérprete de varios instrumentos, que logra concertar una escenografía compleja, una partitura ambiciosa y los músicos de la orquesta, el coro y los cantantes sin agotar al público. El sonido que consigue es generoso y se adapta a las diferentes circunstancias teatrales y vocales de esta obra de Gounod.
Tal y como imagina y produce la puesta en escena Nicolas Joel, se consigue un buen equipo con los ya legendarios decorados de Ezio Frigerio y el vestuario de Franca Squarciapino, su compañera habitual de trabajo escénico. El conjunto presentado es bonito, por momentos relampagueante, cercano a lo circense cuando entramos en el reino de Satán y de cambios rápidos. Los trajes son coloristas, especialmente lucidos los del coro de Stefano Visconti que se integra a las mil maravillas en la escena y suena excelente, los militares y Mefistófeles, que dirime los conflictos con claridad, abriendo y cerrando un muy español (y femenino) por cierto, abanico rojo. El coro muy bien en el vals del acto II, “Ainsi que la brise légère”o con los soldados en “Gloire immortelle de nos aïeux.
El tenor maltés Joseph Calleja va cambiando de color, casi de voz y de teatralidad a medida que la acción se despliega entre su vejez, la conquista del amor y la rendición definitiva al diablo para pagar el regalo de la juventud. Son cálidos y creíbles sus diálogos de amor y de dolor luego, con Margarita, que defiende una dulce, frágil e indefensa joven (ideal de las mujeres de la época entendido por los hombres). Sonó muy afinada su cavatina, “Salut! Demeure chaste et pure” del acto III. Tiene recursos y una buena trayectoria pasada y futura.

Marina Rebeka, la soprano letona, tiene una bella voz con buen legato, expresividad y manejo de sus recursos vocales, y buena presencia, cosechó muchos aplausos y se impuso en el aria del rey de Thulé (Il était un roi de Thulé…) del acto III y en “Ah!, je ris de me voir si belle!” el aria de las joyas del acto III.

El Mefistófeles de Paul Gay se lleva la parte del león en la propuesta de Montecarlo. Ágil, guapo, con proporcionada voz de barítono, cómodas y audibles notas en el registro más bajo, unos trajes de seductor, pícaro, inmoral, socarrón, tiene una buena técnica, que le permite abordar repertorios franceses o belcantistas italianos. Parece incansable y triunfa sobre todo al final y con su desvergonzado pasaje, en la ronda del becerro de oro, “Le veau est toujours debout” del acto II o en “O nuit, étends sur eux son ton ombre” (del acto III.)

El barítono belga Lionel Lhote consigue interpretar a un hermano fiel, celoso y disponible, que por supuesto no entenderá el desliz de su hermana, a quien desprecia, mientras paga con su muerte una parte de los planes de Mefistófeles. Su final es lo que hoy se llamaría “un daño colateral”. Tiene un instrumento eficaz, y una presencia agradable de uniforme, lo que no es tan fácil. Maneja la espada y su Invocación de Valentin: «Avant de quitter ces lieux...», está muy conseguida.
El Siebel de la mezzosoprano francesa Héloïse Mas es tierno, comprensivo y tiene una voz hermosa, con buen fiato y técnica, lo que hace perfectamente creíble su papel y el vínculo amoroso y amable que establece con Marguerite. Con bastón y cojera en la función, ha trabajado mucho su físico por esta causa, aunque, felizmente, se pudo apreciar que su inconveniente era solo teatral.
Muy compenetrados también con el desarrollo de la obra, dos cantantes que acompañan de maravilla, Christine Solhosse, la mezzo a cargo de Dame Marthe, una cantante rotunda que además toca el arpa y es directora de orquesta y de coro y Gabriele Ribis, solvente y seguro en su rol de Wagner, barítono del Friuli, fundador además del Piccolo Festival del Friuli Venezia Giulia.

Finale
La reseña de esta ópera y sus circunstancias, podría convertirse inevitablemente en una novela río, como algunas de las sagas francesas del siglo XIX, si se describieran aquí los detalles, sorprendentes, fuera de lo que estamos acostumbrados en otros teatros de ópera, en otros lugares del mundo. Todo se confabula, técnicos, gestores, músicos, periodistas, invitados, vestuario, la sala, con una acústica inmejorable, feérica, de gusto paradigmático, con perfume y reminiscencias parisinas, para hacer de esta función, una Gala, un acontecimiento superlativo, único, cosmopolita. Una ceremonia total.

La invitación, entre los hechos extraordinarios ocurridos en la velada, al coctel del director en la pausa de la función, (el champagne rosé, exquisito, claro), no solo a esta cronista sorprendida, sino a su acompañante, son buena prueba de ello. Es difícil acceder a un sancta sactorum como este, no por la falta de voluntad de quien recibe o invita, los múltiples anfitriones, sino porque el aforo no es tan grande y hay que jugar con el espacio disponible.

Foto: Julio Serrano

Last but not least, la generosidad, el aliento y la presencia y acompañamiento constantes de la Directora de Comunicación, Madame Karine Manglou y su equipo, una reina en su traje largo negro de fiesta. No solo se multiplicó como una guía entregada de vestuario y protocolo, sino también como una peculiar y fascinante hada madrina y por segunda temporada consecutiva. Un honor y un soplo de eternidad, onírico, fáustico, en el escenario de “Nunca jamás”.

Alicia  Perris

Fotos: Alain Hanel

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