Obertura
La Ópera de Montecarlo forma parte del importante edificio del Casino, en el corazón de esta zona residencial de Mónaco, donde también se encuentra el Hotel de Paris, predilecto protagonista de las películas que se filman sobre este lugar, muchas.
De hecho, uno de los
personajes que más encanto y éxito proporcionó al Principado, fue justamente la
famosa actriz de cine Grace Kelly, que se convirtió en Princesa de Mónaco, por
su casamiento con el príncipe Rainiero III. Este lugar, con un pasado
atravesado por distintos pueblos, guerras, cambios de propiedad, tratados de
paz, comenzó a fraguarse cuando el fundador de la dinastía Grimaldi, todavía al
mando hoy, se hizo con el poder, en el siglo XIII.
Alrededor de 1900 y en los
años locos, fue el reservorio de todos aquellos que querían conservar su vida,
en riesgo, en lugares más prósperos, como los aristócratas rusos entre otros,
expulsados de sus países por las revoluciones o de aquellos burgueses
riquísimos que querían prolongarla, sea como fuese, porque vivían muy bien y no
podían aspirar a más que seguir disfrutando de lo que tenían. Una especie de
presentación del espíritu “fáustico” de la ópera que se presenta ahora en
Montecarlo, justamente, el Fausto de Gounod.
Pero fue a partir de los años 50 del XX, con la llegada de Grace al Principado y la fundación de la Société de Bains de Mer, en la que también estuvo muy presente el armador griego Aristóteles Onassis, luego apartado de la gestión, cuando el dinero y los miembros de diferentes “jet sets”, empezaron a llegar a Mónaco. Desde entonces, los de dentro y los de fuera, todos, fantasean con un lugar, que podría ser “the place to be”, o también el centro de todos los pecados, aquellos que tan bien recrea esta ópera de Gounod, núcleo central de esta reseña.
La sala, un lugar irreal,
barroco, recargado, perfecto, que algunos podrían calificar de “kitsch” y que
sin embargo engarza como un guante sedoso y reluciente en este núcleo humano y
en este entorno privilegiado a donde solo unos pocos elegidos llegan y aún más,
consiguen una platea para la Gala de Apertura de la temporada (2017/18).
Fue diseñada por el
arquitecto Charles Garnier, el mismo responsable de la ópera que lleva su
nombre en París bajo la dirección de Marie Blanc (viuda de François Blanc) e
inaugurada el 25 enero de 1879 con la actuación de Sarah Bernhardt. La sala y
todo su significado, representa parte de la riqueza de la ciudad, su boato y su
status, el lugar donde mirar y ser visto. Un engranaje que funciona como un mecanismo
de alta precisión porque los monegascos, tienen las más altas cotas de buen
vivir en prácticamente todo y nada entorpece la deliciosa cadencia de los días
y las estaciones, para su felicidad, su disfrute y su seguridad. En Mónaco sí
que podría afirmarse, sin dobleces, y no como en aquella triste y controvertida
película de Benigni, “la vita è bella”. Aquí no llegan ni siquiera los ecos de
los atentados terroristas, como el producido el mismo día de la Gala, cerca de
Carcassonne, donde se produjeron cuatro víctimas. Porque Mónaco está concebido,
a la vez, como el pasado, el presente y el futuro.
Desde esa época hasta hoy,
ha fluido mucha agua en el Mediterráneo turquesa que baña las aguas monegascas:
deportes de alta competición, el Baile de la Rosa, anual, que también se
celebró estos días, comercio de obras de arte, propiedades, placeres e inversiones
de todo tipo, desde muchos lugares del planeta. Clases sociales de muy alto
nivel o aristócratas, ricos, que han
hecho de Mónaco su punto de partida para posicionarse, con gran inteligencia,
en el camino de paso de las fronteras de Francia e Italia, sus transacciones y
todo tipo de oportunidades.
Volviendo a la Ópera de Montecarlo, hubo una suspensión de sus actividades en el año 2000 y el mayor trabajo de restauración se llevó a cabo a partir de 2003 por una cifra total de veintiséis millones de euros. La Ópera fue completamente renovada y abierta al público por el Príncipe Alberto II de Mónaco, el miércoles 16 de noviembre de 2005, con la primera representación, El Viaje a Reims de Rossini.
“Fausto” (título original en francés, “Faust”) es una “grand opéra” en cinco actos con música de Charles Gounod y libreto en francés de Jules Barbier y Michel Carré, inspirada parcialmente en la novela homónima, parte I, de Goethe. Se estrenó en el Théâtre Lyrique (Théâtre-Historique, Opéra-National, Boulevard du Temple) en París el 19 de marzo de 1859.
Debido a la admiración (que
sería efímera) que levantaba en Francia y Europa la intelectualidad alemana,
filósofos, músicos, escritores y ¿por qué no?, políticos más o menos
belicistas), Charles Gounod se decidió a tratar entonces el tema de Fausto en
una adaptación de la obra de Goethe para la escena gala, coincidiendo además
con el primer intento fallido de Wagner
de estrenar en París (1861). Berlioz también incluyó al personaje en su
producción operística.
Wikipedia dixit: “La ópera
se estrenó en el Théâtre-Lyrique de París el 19 de marzo de 1859 con diálogos
hablados que posteriormente, en la primera representación en Estrasburgo ( 1860), fueron sustituidos por recitativos. En
1862, tres años después de su estreno, la ópera de Gounod se repuso en París, y
fue un éxito. Más tarde, el compositor incluyó en el acto II el aria de
Valentin, “Avant de quitter ces lieux...”, con ocasión de la representación en
el Her Majesty's Theatre en 1863. En 1869, se presentó una tercera versión, que
incluía el ballet de la noche de Walpurgis para que la obra pudiera ser
interpretada en la Ópera en 1869: se convirtió en la más frecuentemente
representada en ese teatro y una partitura frecuentada del repertorio
internacional, en donde permaneció por décadas, siendo traducida, al menos, a 25
idiomas”.
“Faust” ha pasado también al acervo literario,
cinematográfico o popular de toda Europa durante más de un siglo. Edith Wharton
hace gran referencia a esta partitura en su novela La edad de la inocencia y el
autor argentino Estanislao del Campo escribió un poema satírico, Fausto (1866), que describe las
impresiones de un gaucho durante la representación de la ópera de Gounod. Una
representación de la ópera forma parte también, de la obra El fantasma de la
ópera de Gaston Leroux y hay recordatorios de ella muy breves de las palabras
del "Aria de las joyas" en varias historias de Las aventuras de
Tintín, de Hergé, con una grandilocuente cantante de ópera llamada Bianca
Castafiore, que tiene un cierto parecido con una destacada Marguerite impostada
tardía, en la canción de las joyas, que siempre canta con gran estrépito, sin
decir nunca nada más que “Ah! je ris de me voir si belle en ce miroir”.
SUITE: FAUST, DE GOUNOD, UNA ÓPERA IDEAL PARA EL PRINCIPADO
Ópera de Montecarlo, bajo el alto patrocinio
de S.A.R. el Príncipe Alberto II. Función de Gala. 23 de marzo de 2018. Opéra
en cinco actos, de Charles Gounod, con libreto de Jules Barbier y de Michel
Carré a partir de la novela de Goethe.
Creación: (Théâtre Lyrique)Teatro
Lírico de París, 19 de marzo de 1859. Éditions Choudens.
Estreno en la Ópera de
Montecarlo, 20 de enero de 1880. Última vez, el 30 de enero de 2005.
Producción del Teatro del
Capitol de Toulouse
Dirección musical: Laurent
Campellone. Dirección del coro: Stefano Visconti
Puesta en escena: Nicolas
Joel
Decorados: Ezio Frigerio
Vestuario: Franca
Squarciapino
Luces: Vinicio Cheli.
Órgano: Aurelio Scotto
Orquesta Filarmónica y Coro
de la Ópera de Montecarlo
Cast/ Personajes
Fausto, anciano erudito
(tenor lírico): Joseph Calleja
Mefistófeles (barítono-bajo):
Paul Gay
Siebel, enamorado de
Marguerite (soprano): Héloïse Mas
Wagner, estudiante amigo de
Valentín (barítono): Gabriele Ribis
Marguerite (soprano lírica
o ligera): Marina Rebeka
Valentín, su hermano
soldado (barítono): Lionel Lhote
Marthe, vecina de
Marguerite (mezzosoprano): Christine Solhosse
Estudiantes, soldados,
campesinos, ángeles, demonios
El próximo 17 de junio se
cumplen 200 años del nacimiento en París, de Charles Gounod, que compaginó su
gusto por la música religiosa con la composición de obras en el estilo de la
“grand opéra francesa”. Faust es un ejemplo de esto último.
Tal y como relata en el
completo programa de mano de la función de Gala Claire Delamarche, “Se trata de
una ópera de síntesis entre el fasto espectacular de la grand opéra y el
lirismo más íntimo de l´opéra-comique, navegando entre un sentido agudo del
teatro y una aspiración innegable por la religiosidad y la moral”.
Obra de gran empaque, precisa de un equipo musical y escénico de amplios vuelos, con gran fortaleza física, ya que es una propuesta larga y compleja, con cambios de escena y de climas, verdaderamente sugerente y atmosférica.
A los mandos, la batuta brillante e incansable de Laurent Campellone, director principal de la Ópera de Sofía, intérprete de varios instrumentos, que logra concertar una escenografía compleja, una partitura ambiciosa y los músicos de la orquesta, el coro y los cantantes sin agotar al público. El sonido que consigue es generoso y se adapta a las diferentes circunstancias teatrales y vocales de esta obra de Gounod.
Tal y como imagina y
produce la puesta en escena Nicolas Joel,
se consigue un buen equipo con los ya legendarios decorados de Ezio Frigerio y el vestuario de Franca Squarciapino, su compañera
habitual de trabajo escénico. El conjunto presentado es bonito, por momentos
relampagueante, cercano a lo circense cuando entramos en el reino de Satán y de
cambios rápidos. Los trajes son coloristas, especialmente lucidos los del coro
de Stefano Visconti que se integra a
las mil maravillas en la escena y suena excelente, los militares y
Mefistófeles, que dirime los conflictos con claridad, abriendo y cerrando un
muy español (y femenino) por cierto, abanico rojo. El coro muy bien en el vals
del acto II, “Ainsi que la brise légère”o con los soldados en “Gloire
immortelle de nos aïeux.
El tenor maltés Joseph Calleja va cambiando de color, casi de voz y de teatralidad
a medida que la acción se despliega entre su vejez, la conquista del amor y la
rendición definitiva al diablo para pagar el regalo de la juventud. Son cálidos
y creíbles sus diálogos de amor y de dolor luego, con Margarita, que defiende
una dulce, frágil e indefensa joven (ideal de las mujeres de la época entendido
por los hombres). Sonó muy afinada su cavatina, “Salut! Demeure chaste et pure”
del acto III. Tiene recursos y una buena trayectoria pasada y futura.
Marina Rebeka, la soprano letona, tiene una bella voz con buen legato,
expresividad y manejo de sus
recursos vocales, y buena presencia, cosechó muchos aplausos y se impuso en el
aria del rey de Thulé (Il était un roi de Thulé…) del acto III y en “Ah!, je
ris de me voir si belle!” el aria de las joyas del acto III.
El Mefistófeles de Paul Gay se lleva la parte del león en la propuesta de Montecarlo. Ágil, guapo, con proporcionada voz de barítono, cómodas y audibles notas en el registro más bajo, unos trajes de seductor, pícaro, inmoral, socarrón, tiene una buena técnica, que le permite abordar repertorios franceses o belcantistas italianos. Parece incansable y triunfa sobre todo al final y con su desvergonzado pasaje, en la ronda del becerro de oro, “Le veau est toujours debout” del acto II o en “O nuit, étends sur eux son ton ombre” (del acto III.)
El barítono belga Lionel Lhote consigue interpretar a un hermano fiel, celoso y disponible, que por supuesto no entenderá el desliz de su hermana, a quien desprecia, mientras paga con su muerte una parte de los planes de Mefistófeles. Su final es lo que hoy se llamaría “un daño colateral”. Tiene un instrumento eficaz, y una presencia agradable de uniforme, lo que no es tan fácil. Maneja la espada y su Invocación de Valentin: «Avant de quitter ces lieux...», está muy conseguida.
El Siebel de la mezzosoprano
francesa Héloïse Mas es tierno,
comprensivo y tiene una voz hermosa, con buen fiato y técnica, lo que hace
perfectamente creíble su papel y el vínculo amoroso y amable que establece con
Marguerite. Con bastón y cojera en la función, ha trabajado mucho su físico por
esta causa, aunque, felizmente, se pudo apreciar que su inconveniente era solo
teatral.
Muy compenetrados también
con el desarrollo de la obra, dos cantantes que acompañan de maravilla, Christine Solhosse, la mezzo a cargo de
Dame Marthe, una cantante rotunda que además toca el arpa y es directora de
orquesta y de coro y Gabriele Ribis, solvente
y seguro en su rol de Wagner, barítono del Friuli, fundador además del Piccolo
Festival del Friuli Venezia Giulia.
La reseña de esta ópera y
sus circunstancias, podría convertirse inevitablemente en una novela río, como
algunas de las sagas francesas del siglo XIX, si se describieran aquí los
detalles, sorprendentes, fuera de lo que estamos acostumbrados en otros teatros
de ópera, en otros lugares del mundo. Todo se confabula, técnicos, gestores,
músicos, periodistas, invitados, vestuario, la sala, con una acústica
inmejorable, feérica, de gusto paradigmático, con perfume y reminiscencias
parisinas, para hacer de esta función, una Gala, un acontecimiento superlativo,
único, cosmopolita. Una ceremonia total.
La invitación, entre los
hechos extraordinarios ocurridos en la velada, al coctel del director en la
pausa de la función, (el champagne rosé, exquisito, claro), no solo a esta
cronista sorprendida, sino a su acompañante, son buena prueba de ello. Es
difícil acceder a un sancta sactorum como este, no por la falta de voluntad de
quien recibe o invita, los múltiples anfitriones, sino porque el aforo no es
tan grande y hay que jugar con el espacio disponible.
Foto: Julio Serrano
Last but not least, la generosidad, el aliento y la presencia y acompañamiento constantes de la Directora de Comunicación, Madame Karine Manglou y su equipo, una reina en su traje largo negro de fiesta. No solo se multiplicó como una guía entregada de vestuario y protocolo, sino también como una peculiar y fascinante hada madrina y por segunda temporada consecutiva. Un honor y un soplo de eternidad, onírico, fáustico, en el escenario de “Nunca jamás”.
Alicia Perris
Fotos: Alain Hanel
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