Teatro Real, 18 de marzo
de 2018. Ariodante, ópera seria en tres actos, en versión concierto, de Georg Friedrich Händel (1685-1759).
Ficha Artística
Dirección musical: William
Christie, con el conjunto Les Arts Florissants
Ariodante: Kate
Lindsey
Ginevra: Chen Reiss
El rey: Wilhelm
Schwinghammer
Lurcanio: Rainer Trost
Dalinda: Hila Fahima
Polinesso: Christophe
Dumaux
Odoardo: Anthony Gregory
Libreto anónimo adaptado de
Antonio Salvi, basado en el de
Ginevra Principessa di Scozia (1708) de Giacomo Antonio Perti, sobre los cantos
IV y VI del poema Orlando furioso (1532) de Ludovico Ariosto. Estrenada en el Covent Garden Theatre de Londres
el 8 de enero de 1735 Y en el Teatro Real de Madrid en versión de concierto el
29 de marzo de 2007.
El repertorio barroco lleva décadas habitando las grandes salas de concierto en el mundo entero. No será necesario recordar la aportación que a este género hicieron cantantes míticos como sobre todo la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli (ahora mismo en el Théâtre des Champs-Elysées de París con Alcina, también de Händel, su disco Sacrificium sobre el universo turbio de los castrati), que cantó ese repertorio también en España en 2009 y 2010 y más veces, o Philippe Jaroussky, con frecuencia su partenaire, también ahora en la capital francesa.
Por no hablar de una mítica
película del mismo director de “El maestro de música” interpretada por el bajo-
barítono belga José van Dam,
“Farinelli” (Gérard Corbiau, 1994),
que dio una versión subyugante y fantástica del territorio de esos mutilados
sin embargo enaltecidos por la geografía de una música rara y peculiar. El
desparpajo, los oropeles, los brillos, los dorados, las pelucas, las pasiones y
el lujo “kitsch”, que habitaban palacios como Versailles. Y sus fantasmas.
La misma que ahora también
ofrece expansión y desahogo a unos caracteres y géneros sexuales, hombre,
mujer, que a veces se antojan limitados para la fluidez amorosa que, también
los cantantes, derrochan en el siglo XXI. Y ahí, en todas esas fusiones y esa
mezcla tumultuosa, se generan el Eros, la vida y la belleza. Bartoli, una vez
más con sus sorprendentes travestimos y cambios de “allure” es, de nuevo, un
ejemplo.
Nos recuerda desde su detallado programa de mano de Raúl Mallavibarrena, que “Ariodante fue la primera ópera que Händel compuso para las temporadas líricas del Covent Garden, y su partitura contiene algunos de los momentos más inspirados del compositor. La sencillez y linealidad de la historia, inusuales en las óperas barrocas, confieren aún más fuerza a la obra, y permiten dibujar unos personajes cargados de humanidad. La trama gira en torno al príncipe Ariodante, que se va a casar con Ginevra, hija del rey de Escocia, cuando el vil Polinesso la acusa de adúltera, dinamitando con ello su compromiso. Con ello pretende ser él quien la despose y herede el trono de su padre. La verdad acaba imponiéndose y, tras los turbulentos acontecimientos, los dos amantes terminan por reconciliarse”. Rara una ópera como esta que termina bien, “¡tanto per cambiar!” diría los italianos con su franqueza expresiva habitual.
William Christie, especialista francoamericano en música barroca y su formación
habitual, Les Arts Florissants, regresan de nuevo al Teatro Real para compartir
con un público que los conoce muy bien y que sin embargo no completó esta vez
el aforo del coliseo madrileño (quedaron muchas butacas vacías) una de las producciones
más inspiradas del repertorio de este género, cantada en italiano, por inspirada
en el poema épico de Ludovico Ariosto, como se dijo, sus páginas poseen algunas
de las arias da capo más difíciles de interpretar de las compuestas por el
compositor alemán que hizo de Londres su casa.
Prisa se dieron esta vez los cronistas del foro para reseñar esta propuesta de solo una única noche, donde lo más evidente, recordado por todos, con mejor o peor talante, fue la decisión del director de acortar en casi media hora pasajes importantes de la partitura. Varios recitativos, muchos da capo y dal segno, algunas danzas y arias y uno de los coros.
En estos tiempos nada es
como quisiéramos, ni la cultura, ni la política, ni la gestión (intencionada
siempre) de los gestores de los grandes teatros, más divos que los propios
divos de la escena, ni siquiera la climatología, que nos somete a una dureza
cada vez más mayor en invierno, en verano, todo por nuestra mala cabeza y
nuestra incapacidad para aceptar, aunque sea a regañadientes, las reglas de
todos los juegos.
Porque seamos serios,
¿cuántas bajas hubiera habido en el Teatro Real esa noche, si la función
hubiera durado realmente las 4 horas de su versión original? Purismos aparte,
rescatemos lo que mereció la pena: unos músicos que dieron lo mejor, aunque tal
vez nunca sea suficiente para satisfacer a los eternos censores, que en
ocasiones no saben ni leer una partitura, pero opinan y saquean el esfuerzo que
Christie y sus instrumentistas realizaron para convertir la velada en un
espectáculo digno y disfrutable. Pero ¡ah!, completos neuróticos, siempre
anhelamos lo que no tenemos o lo que, podría haberse hecho o vivido de otra
manera. ¿Por qué no? Pidamos lo imposible. Para eso se paga un asiento, para
eso se escribe, para eso, en fin, se percibe un salario.
Sin embargo, grandes los
violines de Emmanuel Resche e Hito Kurosaki, así como Simon Heyerick, al frente de las violas. Igual que los traversos Sébastian Marq y Charles Zebley y también las trompas barrocas de Georg Köhler y Gilles Rapin.
Estuvieron además a la
altura el violonchelo barroco de David
Simpson y el contrabajo barroco de Jonathan
Cable y por supuesto, la interpretación y manejo de tiorba y laúd que hizo Arash Noori con el clave inspirado de Benoît Hartoin. Voilà! Para compensar, si es que se puede, la
fiereza de algunas críticas poco piadosas.
Estratosférico este Ariodante, con un argumento familiar, limitado y falto de matices, donde sin embargo, los cantantes hicieron lo imposible para que la velada levantara el vuelo: Kate Lindsey, que sustituía a Sarah Connolly lució una voz esa noche con poco caudal. Sin embargo, sí una excelente técnica y apostura en su papel masculino, aunque ejerciendo de una femineidad encantadora. Preciosa su aportación, como la de Christophe Dumaux, en Polinesso, lleno de genio y con una bella línea de canto. Ambos fueron muy aplaudidos, igual que el maestro Chiristie, que llevó una dirección gallarda y complaciente con los músicos y los cantantes o sobre todo debería decirse con las cantantes, a las que dedicó sus mejores sonrisas mientras se producía al frente de Les Arts Florissants. Se le aplaudió no solo esa noche de dirección sino toda una trayectoria de talento y dedicación a la música y a este género en particular.
Vocalmente acertada pero
con una evidente rigidez expresiva en lo corporal, aunque con dos vestidos de
sirena espectaculares, la Ginevra de Chen
Reiss. Su compañera de reparto y aventuras, la también israelí Hila Fahima, dulce y sentida,
enamorada, con un instrumento en su punto. Respetuosos con la partitura y de
buen hacer, con una técnica afinada y afilada disponibles y sobrados, el
Lucarnio y el Odoardo del alemán Rainer
Trost y el británico Anthony Gregory
respectivamente. El Rey de Escocia, Wilhelm Schwinghammer espléndido en su rol
real y generoso en una voz de bajo agradable y experta.
En los tiempos que corren, no muy glamurosos ni razonables, en los cuales la mayor parte de la población del mundo se muere de hambre y de enfermedades comunes, no hay que conformarse siempre con lo que se nos ofrece, pero sí valorar la generosidad del intento, el savoir faire, la entrega y el talento. Pongamos una dosis de realidad y sentido común a todas las cosas. Somos unos privilegiados, asumámoslo, estamos en la ópera, somos, al menos, ricos de música, de belleza. Eso parece no importar a algunos, que nunca están contentos. Enfundemos las espadas, “il ferro”. En todo caso, haría falta citar por enésima vez a Willy Wilder con aquella frase legendaria de su película “Con faldas y a lo loco” (“Nadie es perfecto”). O tal vez a la cronista que los informa, cuando, a menudo escribe y comenta que “la perfección, si existe, es muy aburrida”. Brindemos pues, sí, por todo aquello que se pueda conservar, y rescatar, como la agrupación musical de referencia, “florissant”.
Alicia Perris
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