El cosmos es una red y
nuestro cerebro un ordenador. DONG WENJIE GETTY IMAGES
A lo largo del siglo XVII,
la matemática se desarrolló de un modo portentoso y las gentes dedicadas a la
ciencia y el pensamiento vieron en ella una escala desde cuya altura podría
verse el mundo entero. Descartes, Leibniz, Spinoza, confiaron ciegamente en su
poder. Cruzada con el modelo cósmico de Newton, daba la impresión de que el
secreto del universo estaba a punto de desvelarse. Así que los científicos y
pensadores del siguiente siglo vieron todos en la mecánica de Newton y en las
matemáticas una poderosa imagen que describía el universo, pero también sus
contenidos, entre ellos el humano. Los hombres, en el siglo XVIII, se vieron
como máquinas y también su mente era asimilada al modelo mecánico.
Cada cierto tiempo, una
ciencia o una metodología se imponen sobre la humanidad como la solución
definitiva a nuestra ignorancia. En mi corta vida he pillado bastantes de estas
pócimas milagrosas. Hubo un tiempo en que todo se convirtió en una estructura,
desde la etnología hasta la peluquería. También me cogió la época de la
lingüística y el mundo entero se hizo gramático generativo. ¿Y la
deconstrucción? ¿Aquellas tortillas deconstruidas? No duró tanto como el
psicoanálisis que llenó el mundo de estructuras inconscientes y pulsiones
deconstruidas. Por no hablar del marxismo de mi juventud, espesa cerveza
economicista que todavía colea en algunos departamentos universitarios
agradablemente fosilizados.
Ahora es la informática,
empujada por Internet y sus aplicaciones, la que explica el mundo. El cosmos es
una red y nuestro cerebro, un ordenador. A diferencia de los anteriores, este
milagro no viene de unos sabios laboriosos y respetables. Viene de la inmensa
grey agraviada y de sus mercaderes. A ver cuánto dura.
https://elpais.com/elpais/2018/03/12/opinion/1520859514_670888.html
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