UNOS APUNTES A MODO DE INTRODUCCIÓN
Muy cerca del precioso
Mercado de las flores de Niza, que la alberga, enfrente de un bistrot conocido
por los melómanos y de la chocolatería Auer, con maravillosos huevos de Pascua
porque es la fecha, la Ópera de Niza es un notable edificio, con una
programación rica y variada, a la que, sin embargo, no le vendría mal una
restauración.
El “pequeño teatro de
madera” fue creado en 1776 por el marqués Alli-Maccarani. Reabierto en 1790
bajo el nombre de Teatro Real, en 1826, la ciudad de Niza, con la anuencia de
uno de los últimos reyes de Francia, la compró, demolió y reconstruyó. En 1856
tuvo lugar allí un gran baile en honor de otro rey, abundantes en Europa, aún
todavía, Víctor Emmanuel II. En 1860 fue invitado a esta sala Napoléon III y en
esa velada Johann Strauss dirigió la orquesta. También honraron con su
presencia este icónico edificio Luis II de Baviera y el zar de Rusia, que
acompañó a Napoleón III. En 1870 se pasó a llamar “Teatro municipal”, hasta que
en 1881, desafortunadamente, un gran fuego terminó, hasta los cimientos y
muchas víctimas, también cantantes, con la música y los recuerdos de este
teatro, que en 1885 reabrió sus puertas, con la Aída de Verdi.
En 1902 recibió el nombre
de Ópera de Niza y hoy en día se la conoce como Ópera de Niza-Costa Azul,
haciendo referencia a la región de la PACA (Provenza, Alpes, Costa Azul), que
tan bellos lugares atesora, para disfrute de los lugareños y de tantos viajeros
que la frecuentan desde tiempo inmemorial.
Tiene una configuración de platea
y varios pisos que alcanzan el paraíso, con palcos, como en los tradicionales
teatros italianos o incluso el Teatro Colón de Buenos Aires, pero en pequeño.
La visibilidad es completa desde todos los ángulos, lo que se agradece mucho
junto con la posibilidad de asistir a precios más que razonables.
LA REPRESENTACIÓN
ROMÉO ET JULIETTE de Charles Gounod, en el aniversario de los 200 años de su nacimiento.
Nueva producción en 5
actos, libreto de Jules Barbier y Michel
Carré, según el drama homónimo de William
Shakespeare.
Creación, 27 de abril 1867, Théâtre Lyrique de Paris, en
francés.
Sutherland Edwards, crítico musical de la St. James's Gazette, escribió lo siguiente
sobre la ópera después de su estreno en Londres en 1867:
“Roméo et Juliette de Gounod, en la que el compositor siempre es
ameno, aunque pocas veces impresiona, puede describirse como el poderoso drama
de Romeo and Juliet reducido a las proporciones de una égloga para Julieta y
Romeo. Uno lo recuerda como una serie de muy bellos dúos, alternados por un
aria de vals chispeante para Julieta, en la que Madame Patti demuestra que el
genio trágico, que igualmente la pertenece, con la más alta capacidad para la
comedia. Romeo e Giulietta es una ópera admirable para Giulietta; en la que
Romeo no queda olvidado”.
En 1841, durante su
estancia en la Villa Médici de Roma, Gounod proyecta la composición de una
ópera inspirada en la historia de los amantes de Verona y a partir de 1865, se
dedica a un proyecto que inspiró a toda clase de artistas, impregnando las
páginas de música y los colores de los pintores.
Al éxito y revisión de esta
ópera contribuye seguramente la ariette de Julieta "Je veux vivre", cantada
por muchas sopranos de bandera, como Mirella Freni, Angela Gheorghiu, Nino
Machaidze, Anna Netrebko, Luciana Serra y más recientemente, Aída Garifullina.
Notables intérpretes de
Romeo han defendido el “Lève-toi soleil” de la partitura, también famoso y en
esta ocasión la lista incluye a cantantes como Franco Corelli, Veriano
Luchetti, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Roberto Alagna o Rolando Villazón y
por supuesto, el admirado y reconocido tenor peruano Juan Diego Flórez, que
justamente, cantó con Garifullina, el 14 de julio de 2017 en París, al aire
libre, el día de la fiesta nacional francesa, de gratísima memoria.
En esta ocasión se dan
cuatro funciones en la Ópera de Niza, en marzo, el 21, 23, 25 y 27, siendo esta
que se reseña la última, con unas tarifas al alcance de todos los públicos, 5
euros para los estudiantes y de 12 a 86 euros en función de la situación de la
localidad.
Distribución
Dirección musical, Alain
Guingal
Puesta en escena, Irina
Brook
Decorados, Noëlle Ginefri
Vestuario, Magali Castellan
Coreografía, Martin Buczko
Luces, Alexandre Toscani
Cast/Personajes
Juliette, Vannina Santoni
Stephano, Catherine
Trottmann
Gertrude, Marie-Noële Vidal
Tybalt, Enguerrand De Hys
Roméo, Jésus León
Mercutio, Boris Grappe
El conde, Capulet Philippe
Ermelier
Hermano Laurent Frédéric
Caton
El Duque, Jean-loup Pagésy
Gregorio, Richard
Rittelmann
Paris, Mickaël Guedj
Orquesta Filarmónica de
Niza
Coro de la Opéra de Niza
dirigido por Giulio Magnanini
Interesante sería comenzar
con las declaraciones que Irina Brook,
hija del conocido hombre de Teatro Peter Brook, directora de la Ópera de
Niza-Costa Azul y “regista” de esta producción, hizo a Christophe Gervot,
“Dejad un espacio a la imaginación” (“Laisser une place à l´imaginaire”), en Le
Journal de l´Opéra, cuando le preguntó, “¿Cómo presentaría su puesta en
escena?”: “Para empezar, desearía situar la acción en un contexto de Oriente
Medio (La familia Brook es de ascendencia judía, como también el padre de
Irina, Peter Brook, por supuesto), pero las obras tienen su propia vida y esto
no se correspondía con una música tan lírica. Se ha convertido en un “no man´s
land bastante neutro, que deja lugar a la imaginación.
La obra se ve perjudicada
si solo se la considera en el marco de una época particular o un lugar
concreto. Los trajes tienen toques de Oriente Medio, con un código de matices,
coherente para el público, que permita distinguir a las dos familias”, (los
Capuletos y los Montescos, aristócratas rivales de la Verona renacentista). “Lo
importante es encontrar cosas que sean bellas y que relaten una historia”.
Lo que más salta a la vista
en todo momento en la construcción de esta puesta en escena, es el concepto de
destrucción, de ruina, correlato inevitable de la penosa y belicista
trayectoria de la Humanidad, en cualquier época y en cualquier localización.
Así pues, Irina Brook, apoyada en los
decorados de Noëlle Ginefri desarrolla
unas escenas en el primer acto, llenas de alegría y brillantez, dejando patente
que lo que impera es la sensación de luto, de premonición nefasta,
predeterminada por el destino, los hados o la escasa inteligencia de las
comunidades y las sociedades que no saben ni quieren aprender a convivir.
El vestuario de Magali Castellan es divertido, creativo
aunque los trajes de los personajes no siempre se corresponden porque o son
universales, o pertenecen a distintas épocas. Un aroma a West side story
recorre todo. Como por momentos, el movimiento escénico.
La batuta segura de Alain Guingal, otorga a la partitura,
con coros, bailes y partes decisivas para los solistas especialmente, una
coherencia que se manifiesta en el control de los timbres, los tempi y las
dinámicas.
La coreografía de Martin Buczko es bonita y aérea y eficaces
el manejo y propuesta de las luces, a cargo de Alexandre Toscani.
La soprano italiana Vannina Santoni compone una Julieta
fresca, adolescente, enamorada, con
una buena línea de canto, expresividad, facilidad para los agudos y excelente
presencia escénica. Buena pareja para el tenor de origen mexicano Jesús León, que ha interpretado muchos
roles belcantistas, verdianos y de ópera francesa. Mejorable su dicción de la
lengua de Molière, nada fácil de decir y menos de cantar, pero con una voz
agradable, fiato generoso y afán de gustar. Tiene un papel comprometido que
defiende resueltamente.
De todos los roles que
están presentes en la obra de William Shakespeare, unos cuantos, el de Mercutio
en la ópera se queda corto, por decisión del propio Gounod, seguramente, aunque
en la obra original tiene un desempeño determinante y fundamental, en el
comienzo de las desgracias de los protagonistas. Bien ejecutado por Boris Grappe, igual que el Tybalt de Enguerrand De Hys, y el Stephano de Catherine Trottmann, solvente y eficaz,
como la presencia teatral y vocal de
la Gertrude de Marie-Noële Vidal, la
verdadera madre de Julieta, aquí
ausente.
El hermano Laurent está
convenientemente representado por Frédéric
Caton, comedido y afinado, como
el Comte Pâris, de Mickaël Guedj,
flor de juventud tronchada, igual que Julieta, Mercutio y Romeo, representantes
de la locura y desconsideración de dos familias para siempre enfrentadas.
Metáfora del mundo de hoy, a escala planetaria, como lo siente y refleja la
directora de escena Brook, de quien ya se ha hablado.
El Gregorio de Richard Rittelmann está bien planteado
y cantado, así como el Conde Capuleto en la voz y presencia de Philippe Ermelier.
El duque de Jean-Loup Pagésy tiene una muy visible presencia
escénica y una voz acorde con la figura de autoridad que representa en la
atribulada Verona de hace siglo, hoy.
El coro de la Ópera de Niza
al mando de Giulio Magnanini, acompaña
muy bien la acción, unas cincuenta voces
ágiles y dispuestas que enmarcan perfectamente la acción, como demanda por lo
general, el concepto de grand ópera francesa, de la que, en este caso, Charles
Gounod, es un eximio representante.
Igual de integrados en la
producción, finalmente, los roles de los solistas del Coro, en el Hermano Jean,
Thierry Delaunay y en Benvolio, Franck Bard. El programa de mano de
Michel Beretti no es excesivamente extenso, pero bien construido para poner
al público en situación. Por cierto, la ópera fue muy saludada y aplaudida por
todos.
Mi agradecimiento a Madame Daniela Dominutti y Monsieur Arno Champalle por su rápida toma de
decisiones ante la premura de mi petición para asistir, acompañada, a la
función. La cuarta planta, al lado de un palco de ceremonias desde donde vimos
la representación, me devolvió a las épocas doradas de estudiante en el Conservatorio
López Buchardo de Buenos Aires, cuando aprendía y disfrutaba en el Teatro Colón,
y a una concepción democrática de la música y la cultura para todos.
La Costa Azul, Niza, pueden
verse y vivirse de muchas maneras. Se pueden sentir como un territorio exclusivamente
para ricos y desocupados de lujo o recorrerse con el sentimiento del reiterado
descubrimiento de a pie, cada vez que se llega.
La mejor forma, la ansiedad y el placer con que se desea volver, aún antes de haberse ido, a la mayor brevedad posible, a los lugares donde fuimos y somos felices. Al Mediterráneo y al sol, a la luz turquesa del cielo, equiparable a la de este mar del sur, cosmopolita y eterno Mare Nostrum. Un eterno retorno que nos salva de la desesperanza y de la monotonía de un tiempo que podría imaginarse sin futuro ni proyectos, aunque, como escribió William Shakespeare precisamente en su Romeo y Julieta,” Conservar algo que me ayude a recordarte seria admitir que te puedo olvidar”. Es así…
La mejor forma, la ansiedad y el placer con que se desea volver, aún antes de haberse ido, a la mayor brevedad posible, a los lugares donde fuimos y somos felices. Al Mediterráneo y al sol, a la luz turquesa del cielo, equiparable a la de este mar del sur, cosmopolita y eterno Mare Nostrum. Un eterno retorno que nos salva de la desesperanza y de la monotonía de un tiempo que podría imaginarse sin futuro ni proyectos, aunque, como escribió William Shakespeare precisamente en su Romeo y Julieta,” Conservar algo que me ayude a recordarte seria admitir que te puedo olvidar”. Es así…
Alicia Perris
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© Dominique Jaussein
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