Italia es un país de contrastes y esta es una definición por demás gastada,
sobre todo en estos tiempos de nuevas turbulencias políticas allí, en
Europa y el mundo. Pero todos se olvidan cuando prevén el desastre definitivo,
de que tiene más de 3000 años de historia y que ha sobrevivido y absorbido culturas,
religiones y etapas históricas, con una flexibilidad que sorprende. Todo se ha
sufrido y parece que asumido. Se han pasado y dejado atrás en esta tierra,
toneladas de páginas históricas.
Aunque algunos italianos, sin embargo, se resisten a caer en el
olvido, como los grandes escritores judíos Svevo y Saba, de Trieste o Bassani,
el ferrarés que escribió El jardín de los Finzi Contini o Primo levi, que se
preguntó antes de desaparecer de la vida “Si esto es un hombre”…Por no incluir
en la lista de notables, a Garibaldi, Manzoni, Julio César, brillantes
emperadores, pocos, obreros e ideólogos luchadores por los derechos del pueblo,
artistas, cineastas, pintores, dinastías fundacionales como los Medici y tantos
personajes de lustre.
No todos fueron intelectuales, músicos, dignatarios o creadores y
algunos, de origen humilde, campesino, como Gino Bartali, el campionissimo, el
fuoriserie, el ginetaccio, pasaron a la historia, no solo por ganar 2 Tours de
Francia, 3 Giros de Italia y 91 carreras de menor enjundia, sino por
convertirse en correo de una guerra clandestina que, por toda la Toscana,
recorriendo casi 400 km al día, llegó hasta el Vaticano, a Lucca, a Génova y
Livorno, para poner a salvo a 45 militares británicos y más de 800 vidas,
muchas de ellas judías.
En el cuadro o en el sillín de su Legnano dorada, que los Nazis
agujerearon en una razzia aérea, el “intramontabile” (eterno, clásico), pasaba
documentación falsa, que, apropiadamente acondicionada, se convertía en
salvoconductos para escapar de la Italia de Benito Mussolini, hundida bajo el
peso de las leyes raciales. Mussolini, como había hecho Hitler con los Juegos
Olímpicos del 36 (pero apareció el atleta de color Jessie Owen y le estropeó el
empeño), intentó capitalizar los logros deportivos de Bartali, que, sin
embargo, nunca se dejó manipular por el Duce, ni nunca le dedicó una victoria y
sí a la Virgen.
Había nacido en Ponte a Ema, en las afueras de Florencia, frente al
Museo del ciclismo que hoy recuerda y celebra su heroica y desinteresada
epopeya el 18 de julio de 1914 y falleció en el 2000. Pero hasta tiempo después
de su desaparición física, no se pudo reconstruir esa red, la Delasem, que se
había constituido a instancias del cardenal Dalla Costa, Nathan Cassutto (hecho
prisionero y enviado a un campo de concentración, donde murió), Giorgio Nissim
(cuyo hijo descubrió hace relativamente poco tiempo la trama), todo con la
colaboración y anuencia de monjes oblatos, franciscanos y clarisas de la
Toscana y del papa Pío XII. Y de personajes y cooperantes anónimos.
Bartali, además, escondió en el sótano de su propia casa a la
familia Goldenberg, amigos suyos y a dos grupos más, disimulando bajo su aura
de campeón y en unos supuestos entrenamientos que la policía fascista miraba
con buenos ojos (al fin y al cabo formaba parte del “mestiere” de deportista),
una labor legendaria. Hubo un momento incluso, en el que tuvo que desaparecer,
en Città del Castello, en Umbria, para no poner en peligro ni él ni su
círculo familiar.
Bartali era devoto de Santa Teresa, muy católico y lo que hacía le
parecía indigno de ser contado, porque entonces no tenía valor.
EL Estado de Israel, para recordarlo, comenzó esta vez el Giro de
Italia por primera vez fuera de Europa, en Jerusalén, con el Cycling Academy Team
formando parte de los corredores de élite, cuyo promotor es Sylvan Adams.
Los ciclistas israelíes pedalearon en Har Hazikaron (el Monte del
recuerdo) en su memoria y recorrieron juntos la “ruta Bartali”, la que unía en
alocada carrera Florencia y Asís, en busca de la salvación de tantos.
En 2010 fue nombrado Ciudadano Honorífico de Israel y 3 años más
tarde Justo entre las Naciones por el Instituto Yad Vashem, honor que se
concede a los no judíos que arriesgaron su vida para salvar a los hijos de
Moisés.
Bartali no sería el adalid del deporte ciclista italiano, si no
hubiera tenido como competidor a Fausto Coppi, que murió prematuramente a los
40, de regreso de un viaje a África y cuya compañerismo quedó puesto de
manifiesto porque anteponían el triunfo de Italia antes que sus propios
intereses y el espíritu deportivo de un periodo épico y leal, que se cerró con
ellos. Bartali formó parte de los que llevó el ataúd en el cortejo fúnebre de
Coppi.
Uno de los iconos fotográficos del ciclismo italiano es la famosa
imagen de Bartali, pasándole a Coppi la “borraccia”, la cantimplora, por
detrás, para que pudiera seguir subiendo. O tal vez fue al revés, eso no
importa.
Dos grandes compositores del país de Dante le dedicaron sendas
canciones: Gino Paoli a Coppi y Paolo Conte, a Bartali, que todavía resuena, al
fondo de los documentales que relatan la vida del héroe humanitario.
Otra de los hitos de la historia, la intervención de Bartali
ganando el Tour de Francia a los 34 años y cuando perdía 21 minutos con el
ganador, para diluir la atención de una ciudadanía al borde la guerra civil,
como consecuencia del atentado que sufrió Togliattti, del Partido Comunista, a
pesar de que luego se recuperó de sus heridas en el hospital. De Gasperi, jefe
del Consejo de Ministros entonces, agradeció personalmente al campeón esta
nueva hazaña para el imaginario colectivo italiano.
Coppi fue gregario del ciclista de Ponte a Ema, gran escalador, que
se permitía además, para desesperación de sus competidores, fumar antes de la
carrera y animarse con unos vasos de Chianti, el famoso tinto de su tierra
toscana, de brandy o de whisky.
Después de su retiro entrenó con el San Pellegrino, junto con Coppi
y se dedicó a la venta de vino, pero su performance y sus logros deportivos, lo
colocaron en el número seis de los cien mejores ciclistas de la historia. En
esos años, el deporte rey no era el futbol, como ahora, fabricado a partir de
sumas ingentes de dinero y de mucho teatro, sino un ciclismo hecho a base de
esfuerzo, de corazón y de pulmones.
Sus proezas solidarias entre los años 43 y 44, en el punto álgido
de la II Guerra Mundial, quedaron reflejadas en numerosos documentos de todo
tipo: una serie de televisión italiana recordó sus hazañas, hubo una cinta de
Negrín, otra titulada Road to valor de los McConnon, que contó las peripecias
de sus amigos los Goldenberg y Oren Jacoby dejó también su testimonio fílmico
sobre la vida del florentino. Leo Turrini escribió “Bartali, l´uomo che vinse
il Giro” (Bartali, el hombre que ganó el Giro), y Alberati unas páginas que
tituló “Mille diavoli in corpo” (con Mil diablos en el cuerpo).
En España, el pasado mayo donde se disputó el 101 Giro de Italia
que partió de Jerusalén, Bartali ocupó programas radiofónicos y de televisión y
un sinnúmero de artículos en periódicos y revistas de alta tirada. Aunque los
taxistas en la península no comentan admirados la historia de Bartali y de
Coppi, como los italianos, su grandeza no ha pasado desapercibida. Algunos, ya
mayores, fueron testigos asombrados de sus heroicidades.
Pero tal vez el más conocido sea el volumen que Curzio Malaparte,
autor de “La piel”, tremenda iconografía de la barbarie de la guerra, “Coppi e
Bartali”, que se publicó primero en Francia y luego en Italia. En él retrata la
existencia de dos Italias, la del norte, piamontesa, lugar de origen de Coppi y
la campesina (la de los “terroni”), del toscano.
San Marino, por su parte, homenajeó a los grandes deportistas, con
dos sellos, donde se veía la conocida escena de la botella.
Su nieta Gioia recogió el galardón en Israel y sus hijos, Andrea y
Luigi, se emocionan en público al hablar de su padre.
Si Gino viera ahora la situación en que se encuentra Italia, le
recordaría aquella que se vivió después de guerra de la que sin embargo emergió
y volvería a exclamar aquella famosa frase suya: “Está todo mal, hay que volver
a empezar” y también, “Los italianos son un pueblo de sedentarios, el que hace
carrera consigue una poltrona”. Y finalmente, su adagio más conocido y citado: “El
bien se hace pero no se dice. Y algunas medallas se cuelgan del alma, no de una
chaqueta”.
Alicia Perris
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