Ciclo grandes Intérpretes
2018. Fundación Scherzo. 8 de mayo,
2018
PROGRAMA
F. Schubert (1797- 1828)
… Seis momentos musicales,
op. 94 D 780
… Sonata en La menor op.
143, D 784
Pausa
II Parte
… Sonata en La mayor, D 959
“Mi tranquilidad ha desaparecido, mi corazón está oprimido, no lo
encuentro nunca; así ahora puedo cantar todos los días, pues todas las noches,
cuando me voy a dormir, confío en no despertar jamás, y cada mañana me anuncia
sólo la misma pena del día anterior”.
Fragmento de una carta
escrita por Franz Schubert en 1824 a su amigo Leopold Kupelwieser.
El programa de mano de la
velada de la Fundación Scherzo, siempre jugoso y exhaustivo, da plena cuenta de
las incidencias vitales y musicales, tanto del compositor como de su
intérprete.
A ver si es posible
complementar estos enfoques e innovar algo, dentro del clasicismo habitual en
la crítica ad hoc.
Lupu comenzó a estudiar
piano a los seis años con Lia Busuioceanu y dio su primer concierto en público
a la edad de doce años, con sus propias obras. Tras completar el instituto en
Galati y graduarse en la Escuela Popular de Arte en Brașov, Lupu continuó sus lecciones
en el Conservatorio de Bucarest con Florica Musicescu, quien también fue
maestra de Dinu Lipatti y Cella Delavrancea.
En 1961, obtuvo una beca
para estudiar en el Conservatorio P. I. Tchaikovsky de Moscú, donde recibió
clases de Galina Eghyazarova, Heinrich Neuhaus (profesor de Sviatoslav Richter
y Emil Gilels) y Stanislav Neuhaus y gana importantes concursos
internacionales: Van Cliburn (1966), Enescu (1967) y Leeds (1969).
Sus grabaciones para Decca
han sido siempre ovacionadas por el público, a pesar de no ser frecuentes y
basarse en un limitado repertorio, donde destacan Brahms y Schubert. Lupu
estudió siguiendo la Escuela pianística rusa, pero también es conocido por sus
interpretaciones de los compositores alemanes y austriacos del Siglo XIX,
Johannes Brahms, Ludwig van Beethoven, y Wolfgang Amadeus Mozart del Siglo
XVIII. Son además muy apreciadas las lecturas que realiza del compositor checo
Leoš Janáček y el húngaro Béla Bártok.
En 1972 Lupu debutó en
Estados Unidos con la Orquesta de Cleveland, con Daniel Barenboim dirigiendo en
la ciudad de Nueva York, y con la Orquesta Sinfónica de Chicago, con Carlo
Maria Giulini a la batuta. Aun habiendo tocado con las mejores orquestas del
mundo y en los más destacados festivales de música, Lupu es una figura
solitaria. No ha querido conceder entrevistas durante décadas. ¡Compartió en
numerosas ocasiones música de cámara con músicos brillantes, como el violinista
Szymon Goldberg, la soprano Barbara Hendricks o el pianista Murray Perahia.
Gran concierto del
intérprete rumano, nacido en 1945, en Galati y residente en la actualidad en
Lausanne, Suiza. En un regular estado físico (parece que Lupu abandonó el
ingreso hospitalario hace dos semanas) y sentado en una silla con un respaldo
recto, que le imposibilita la elasticidad de movimientos, el músico abordó un
programa que, en cierta forma, lo coloca en comunión íntima con su peculiar
forma de estar en el mundo y a la vez, lo encadena a los sentimientos del
Schubert intimista y depresivo que homenajeó en la velada de anoche. Tal vez
podría haber alternado Schubert con otro compositor para airear a un público
menos experto o melómano, pero eligió un monográfico schubertiano y los
presentes, al final del concierto, lo premiaron con una ovación. Un solo
“encore” selló la velada, un Impromptu, también del mismo autor.
Franz Schubert, compositor
precoz, cargado de pérdidas familiares, ausencias de posibles económicos y
otros, un autor típicamente romántico, engullido como todos ellos, por el
spleen vital, que tanto desarrollaría el poeta francés Beaudelaire en Les
fleurs du mal y otros escritos, pero más centroeuropeo, a la vienesa, un poco
como Mozart, vividor, aislado en medio de la gente, precoz para crear y también
para abandonar la escena del mundo, en un mutis inexorable, acelerado por las
enfermedades y las penurias.
Logró captar como pocos la
esencia de lo humano, la fugacidad del tiempo que se escapa entre los dedos y
en este caso, también, entre los pentagramas.
Lupu, el lobo, porque así
convive con esta imaginería visual reconcentrada que transmite al público del
animal recóndito, vuelto hacia sí mismo, silencioso, desconfiado y embargado
por la cautela. La que transmite en la ejecución modélica, aunque abandonada
por la perfección mecánica desde hace años, que ya son 72 los que ha cumplido y
muchas décadas desde que debutó con la ONE (la Orquesta Nacional de España) en
un territorio que le era desconocido.
“¿Cielo o infierno, ¿qué
importa?”, escribió
efectivamente Beaudelaire, frase que concuerda a la perfección con ese clima
denso y a la vez evanescente que recrea Lupu desde la aparente sencillez
infantil de sus Momentos Musicales schubertianos, (efectivamente, muy
personales, nada festivos), hasta la complejidad casi orquestal y sinfónica de
sus dos sonatas, impregnadas las dos por una melancolía perfectamente traducida
en una composición que no da tregua a los intérpretes.
De los fortissimi a los
pianissimi, acordes reiterados, contrastes dramáticos, valses intempestivos,
reexposiciones y trémolos, evocadoras melodías de perfume centroeuropeo,
danzas, cantábili, aires diferentes, tresillos, movimientos perpetuos,
intermedios cortos y pausas, para intentar retomar el aliento, Schubert a
través de Lupu sumerge al oyente en un tobogán constante de una afectividad
nunca resuelta, coja.
La escucha cómplice del
concierto de Lupu, en una primavera, a medias fallida de Madrid, nos sumerge en
una geografía de sensaciones. La racionalidad se aparta y las habilidades
compositivas y técnicas se diluyen en una atmósfera poética que se intentará
recrear aquí, como un invento curioso, extraño, extemporáneo, con algunos de
los nombres que dan título a los poemas de Beaudelaire.
Así, en una lista
improvisada y en desorden: “Soy como el rey de un país lluvioso, El alma del
vino, La musa venal y enferma, La plegaria de un pagano, El crepúsculo de la
mañana y de la tarde, El veneno, El vampiro, La serpiente que baila, El viaje,
Lo irremediable, Alquimia del dolor, Alegoría, Bendición, brumas y lluvias,
Danza Macabra, Correspondencias y finalmente, como tituló en su primer libro el
escritor y periodista argentino, “Triste, solitario y final””.
La concreción de una
fragilidad intensa.
Foto y texto, Alicia Perris
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