La fundación Lafayette
Anticipations se suma a un mapa en transformación donde los centros levantados
por grandes mecenas van ganando terreno a los museos públicos
La sede de la fundación
Lafayette Anticipations, en París, el pasado 5 de marzo. CHRISTOPHE SIMON
AFP/GETTY IMAGES
ÁLEX VICENTE
La exposición más visitada
en la historia de los museos franceses no fue organizada por una gran pinacoteca
pública como el Louvre o el Museo de Orsay. El récord lo batió, en marzo de
2017, un museo privado con solo tres años de existencia: la Fundación Louis
Vuitton, creada por el magnate de la moda Bernard Arnault. Su muestra dedicada
a la colección del mecenas ruso Sergei Shchukin, que invirtió parte de su
fortuna en pintores como Picasso, Matisse o Gauguin antes de su reconocimiento
mundial, logró atraer a 1,2 millones de visitantes. El coste que suponía la
exposición, que reunía 130 obras maestras prestadas por el Hermitage de San
Petersburgo y el Pushkin de Moscú, fue cifrado entre 10 y 13 millones de euros
por Le Monde. “El Centro Pompidou no hubiera podido sufragarla”, explicó
entonces el nieto del coleccionista, André-Marc Delocque-Fourcaud, para
justificar su destinación final.
Desde la inauguración de
esa fundación en un majestuoso edificio de Frank Gehry, los émulos se
multiplican por toda Francia, hasta no hace tanto patria de una cultura de
titularidad estrictamente pública. Durante décadas, la Fundación Cartier de
París fue la única excepción a esa regla. Pero los tiempos han cambiado. El
último ejemplo abrió sus puertas el sábado en el barrio parisiense del Marais.
Lafayette Anticipations, la fundación para el arte contemporáneo de las Galerías
Lafayette, ocupa un inmueble industrial de 900 m2 de finales del XIX,
rehabilitado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas, que firma con este
proyecto su primer edificio en París. “Teníamos que preservar todo lo anterior
a 1900, por lo que el margen de libertad era reducido. Solo pudimos intervenir
en un pequeño patio interior, así que decidimos crear un sistema de suelos
movedizos con el que se pueden obtener hasta 49 configuraciones distintas”,
afirma Koolhaas sobre este edificio de superficies modulables en función del
tamaño de las obras y la intención del artista. “Fue la ocasión de hacer cosas
radicales a pequeña escala”, señala.
La exposición inaugural
parece seguir esa misma consigna. Está dedicada a Lutz Bacher, artista
conceptual con cierto renombre en los setenta, reputada por la radicalidad de
su lenguaje y poco conocida más allá de un pequeño círculo de entendidos. Para
la inauguración, Bacher ha orquestado una serie de instalaciones de vídeo
captadas en una playa francesa, con la furia del viento colándose por el
micrófono de su cámara y destrozando los tímpanos del visitante. Y, como único
contrapunto, una lluvia de purpurina que dibuja sutiles arcoíris al aterrizar
en el suelo. Todo ello sin cartelas, paneles ni explicaciones, a petición
expresa de la artista. Lafayette Anticipations responde así a las críticas
sobre la supuesta falta de riesgo de este tipo de fundaciones privadas,
acusadas de exponer siempre a los mismos artistas, todos ellos conocidos y
cotizados. Cuesta imaginar un museo público de envergadura que se hubiera
atrevido a meter a Bacher entre sus cuatro paredes.
Con este gesto, Lafayette
Anticipations se coloca casi por arte de magia en la vanguardia del arte
contemporáneo en París. “El director del Museo Nacional de Arte Moderno,
Bernard Blistène, me decía que estamos cumpliendo con la misión original del
Pompidou…”, se enorgullece el presidente de la fundación, Guillaume Houzé,
tataranieto del hombre que fundó, en 1893, las Galerías Lafayette, convertidas
hoy en el mayor gran almacén europeo. “Hay el riesgo de que nos perciban como
elitistas, pero voy con mucho cuidado para que no sea así. Llevamos el nombre
de unas galerías que democratizaron la moda. De la misma manera, nuestra misión
es hacer más accesible el arte. Existe una continuidad respecto a nuestra
historia empresarial”, afirma Houzé.
El presidente de la
fundación no considera que exista un antagonismo respecto a los centros
estatales. “Los poderes públicos no pueden hacerlo todo ellos solos. Además,
los museos ya no tienen dinero, ni para adquirir obras de arte ni para hacer
funcionar sus edificios. Unir fuerzas es un signo de modernidad”, reza Houzé.
“Nosotros hacemos lo que los demás no pueden hacer. Es nuestra forma de
contribuir a la sociedad, porque es de recibo devolver parte de lo que hemos
captado”, agrega el presidente del centro, aludiendo al modelo estadounidense
del give back, que tan imprescindible resulta para el financiamiento de sus
instituciones culturales.
¿Es imaginable un sector
cultural en el que la iniciativa privada sea mayoritaria? “Yo milito porque el
Estado y las administraciones públicas sigan comprometidas con las
instituciones que ellas mismas crearon y que, en muchos casos, sufren por los
recortes presupuestarios”, afirma el director delegado de Lafayette
Anticipations, François Quintin, a cargo del programa y partidario de las
sinergias. “En 2018, las cosas han evolucionado. Hace 15 años que la ley
francesa del mecenazgo empresarial entró en vigor [permite defiscalizar el 60%
del impuesto sobre sociedades] y eso ha terminado por cambiar las reglas. Ya no
hay una oposición entre sector público y privado. Las empresas han tomado
conciencia sobre lo importante que es [el arte] para su imagen. Y las
instituciones públicas recorren al mundo privado en busca de mecenazgos. La
frontera se ha vuelto porosa”, remata Quintin.
FUNDACIONES QUE SE
MULTIPLICAN
Lafayette Anticipations se
suma a un mapa del arte cambiante, en el que las instituciones privadas se
multiplican. Tras el éxito de Louis Vuitton y los centros creados por empresas
como los supermercados Leclerc o los licores Ricard, la coleccionista Maja
Hoffmann, heredera de un imperio farmacéutico suizo, abrió en 2017 su Fundación
Luma en Arlés, complejo industrial presisido por una nueva torre de Gehry, con
una muestra que reunía la totalidad de los archivos de Annie Leibovitz, que
también adquirió por una cifra confidencial. Seguramente, ningún museo público
se lo habría podido permitir.
En la isla de Porquerolles,
en Bretaña, un centro de arte impulsado por la compañía de seguros Carmignac
abrirá en junio, inspirado en los mágicos museos de las islas japonesas de
Naoshima y Teshima. Mientras tanto, en la isla Séguin, nuevo polo cultural al
oeste de París, la promotora inmobiliaria Emerige creará un centro de arte
proyectado por el trío catalán RCR Arquitectes, que se inaugurará en 2020. Y,
un año antes, el magnate de la moda François Pinault, propietario de Saint
Laurent y Balenciaga, expondrá su colección de arte contemporáneo en una sede
ubicada en la antigua Bolsa de Comercio de París, que el arquitecto japonés
Tadao Ando remodelará para la ocasión.
https://elpais.com/cultura/2018/03/11/actualidad/1520782356_172564.html
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