Grigory
Sokolov, piano, Auditorio Nacional, 24 de febrero, de 2020, Sala Sinfónica.
Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo.
Programa
W. A. MOZART
(1756-1791)
Preludio
(Fantasía) y Fuga en Do mayor KV 394 (383a)
Sonata nº11 en La mayor KV 331 (300i) op.6 nº2
Rondo en La menor, KV 511ca.
R.
SCHUMANN (1810-1856)
“Bunte Blätter” op.99
“…Lo que tenía ante
los ojos no era ya música pura: era dibujo, arquitectura, pensamiento, todo lo
que hace posible que nos acordemos de la música. Aquella vez distinguió
claramente una frase que se elevó unos momentos por encima de las ondas
sonoras. Y en seguida la frase esa le brindó voluptuosidades especiales, que
nunca se le ocurrieron antes de haberla oído…”.
Marcel Proust
Las primeras veces que tocó en España, donde suele realizar
giras en distintos teatros, no alcanzó de ninguna manera el prestigio, la
seducción y la entrega más rendida que provoca ahora en las audiencias que
acuden a escucharlo y llenan las salas. Esta es su decimoctava actuación en el
Ciclo de Grandes Intérpretes.
Cuentan las crónicas especializadas, que Grigori Lípmanovich Sokolov (en
ruso Григо́рий Ли́пманович Соколо́в) es un concertista de
piano que nació en la antigua San Petersburgo el 18 de abril de 1950. A pesar
del prestigio internacional que obtuvo tras ganar el Concurso Internacional
Chaikovski de 1966, la carrera internacional de Sokolov no despegó hasta finales
de 1980. Ya en 2015 le fue otorgado el DaCapo KlassiK Award - Pianista del año.
Había comenzado sus clases de piano a la edad de cinco
años. A los siete años ingresó en la Escuela Musical adscrita al Conservatorio
de San Petersburgo, donde estudió con la pianista Leah Zelikhman, accediendo
posteriormente al citado conservatorio donde fue discípulo de Moisey Khalfin. A
la edad de doce años ofreció su primer gran recital en Moscú, donde interpretó
piezas de Bach, Beethoven, Schumann, Chopin, Mendelssohn, Skriabin, Liszt,
Debussy y Shostakóvich en la Philharmonic Society.
Captó la atención internacional con dieciséis años, cuando el jurado del
Concurso Internacional Chaikovski en su edición de 1966 presidido por Emil
Gilels le concedió por unanimidad la Medalla de Oro. Se recuerda que la
decisión resultó ser una sorpresa porque: "El pequeño Grisha Sokolov había
resultado ganador en aquella competición y, sin embargo, nadie lo tomó en serio
en aquella época".
Fuera de la Unión Soviética hasta finales de los años 80,
se situó con visibilidad en la escena internacional con algunos memorables
conciertos, como su ejecución del tercer concierto de Rachmaninov en Londres en
1995, que suscitó gran impresión por la maestría técnica y la nobleza de
expresión.
Debuta en el 2001 en el festival de Salzburgo, volviendo del 2007 al 2011, en el 2013 y en
el 2014 con música de Chopin. En el 2008 participa en el "Festival
pianistico internazionale" de Brescia y Bergamo donde consiguió el premio
"Arturo Benedetti Michelangeli".
Con más de cincuenta años de carrera, ha tocado con las
mayores orquestas mundiales y con más de doscientos directores, entre los
cuales están Valerij Gergiev, Neeme Järvi, Trevor Pinnock, Myung-Whun Chung,
Andrew Litton, Walter Weller, Herbert Blomstedt, Yevgeni Svetlánov, Aleksandr
Lazarev. Y colaborado con orquestas como Philharmonia Orchestra, Concertgebouw
de Ámsterdam, New York Philharmonic, Gewandhausorchester Leipzig, la
Filarmonica della Scala, Münchner Philharmoniker, la Montreal Symphony Orchestra.
Últimamente, ha disminuido sensiblemente su
actividad con orquesta, concentrándose en los recitales solo, frente al piano o
con él, manteniendo al público en un cierto segundo plano, porque guarda para
sí la exclusiva penetración en el lugar del templo reservado a los sacerdotes.
La primera parte de la velada, comenzó con el Preludio
(Fantasía) y Fuga en Do Mayor KV 394 (383a) de Mozart, luminoso, alegre, sutil, sin embargo, nada fácil de interpretar, por ser la finalización de la primera lectura
y comprensión de una partitura: un proceso idiosincrático, íntimo, compartido
exclusivamente entre el intérprete y el compositor.
A continuación, y sin interrupciones durante toda el
repertorio Mozartiano, ni para aplausos ni para excesivas toses (menos mal), la Sonata no. 11 en La Mayor KV 331 (330i). Se
trata de la más célebre de las sonatas para piano de Mozart, particularmente
por su final, con innumerables transcripciones y versiones. Constituye desde hace muchos años, uno de los must de los pianistas
principiantes y sus maestros. Todo el mundo puede llegar a tocarla ( ¿ ya en cuarto del
conservatorio? ), pero a ver quién restituye con propiedad el universo sonoro
del compositor de Viena, su imaginario, esa geografía de "nuances" inasibles y aéreas. Su alma.
“Saint Fiux, entre otros expertos, sostienen que esta sonata sería en realidad
la décima de la colección mientras que la precedente en do mayor tomaría el
puesto de undécima. Pero, sin embargo Alfred Einstein recuerda una carta datada
el 9-12 de junio de 1784 dirigida por Mozart a su padre, en la que éste indica
claramente las tres sonatas en do mayor, la mayor y la próxima en fa mayor".
Mozart la estructura en tres movimientos, no en cuatro,
como la típica Forma sonata, el Andante grazioso - un tema con seis
variaciones, el Menuetto - un minuet y trío y el inefable Rondo Alla Turca:
Allegretto.
La Marcha Turca rememora la fascinación que siempre ha
existido en Occidente hacia ese Oriente, el de Scherezade, el de Simbad, el del
Cantar de los Cantares, en la orilla opuesta, pero olvida con facilidad que el
Imperio Otomano en sus sucesivos relevos tribales, consiguió doblegar a Europa y ponerla
“a los pies de los caballos”, en sentido literal.
El último movimiento imita el sonido de las bandas turcas
de los terribles Jenízaros, (véase el sitio y la Caída de Constantinopla, en 1453 y el fin del Imperio Bizantino), música que estaba muy de moda en la época. La vasta coda mayor,
aquella en la que se parece ver entrar al Gran Sultán con ruido ensordecedor de
tambores, fue añadida por Mozart en el momento de entregar la sonata a la
editorial Artaria. Numerosas producciones originarias de ese fragmento tan conocido imitaron
ese diseño, incluida la ópera del mismo Mozart Die Entführung aus dem Serail (El
rapto en el serrallo, KV 384).
Terminó la primera parte, con apenas un ligero apunte de
saludo por parte del maestro que se retiró a su camerino raudamente hasta que
le tocó el turno a las Bunter Bläter Op. 99 de Robert Schumann. Otro paisaje.
Durante todo el concierto, la agilidad, el ataque forte, aunque se oiga piano,
claro, las variaciones frescas y renovadas de los matices, la levedad del
toque, los rubato, legato y los ritenuti evocadores, hacen que Mozart y luego Schumann se
reencarnen en este Sokolov, pletórico de facultades a sus años, como si pasar la
sesentena con amplitud no significara, para él, nada.
Los arpegios, los trinos infinitos, gráciles, la potencia
fantástica en el rendimiento de las dos manos acompañándose a la par, una sobre
la otra, en un despliegue sorprendente, ideal. Todo un manual de ejecución
pianística para conocedores intérpretes y oyentes…
Muchas horas de ensayo por las mañanas, 45 minutos por la
tarde de los compromisos y modelos pianísticos como Gilels, Schnabel, Solomon,
Horowitz, Gould y por supuesto, Rubinstein. Suele concentrarse en un programa
al año, que lleva en gira, pero nada de Liszt, ni de Wagner, “por razones
humanas y musicales”.
De Sokolov se ha escrito mucho y repetido en el foro: es obligado recordar que sus encore son una parte consustancial del resto de la
ofrenda musical que brinda en cada actuación. El artista tiene una especie de
número mágico, el seis, y seis han sido esta vez también, las propinas, a un
público que, en general, sin precipitarse hacia la salida, se acomodó en sus
asientos para el último y generoso brindis final: dos Brahms, Chopin,
Rameau, Rachmaninov y Bach. Nada menos...
(Привилегия, privilegiya)
Alicia Perris
Segunda foto y webmaster, Julio Serrano