martes, 11 de febrero de 2020

CECILIA VALDÉS, EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA, MUCHO TIEMPO ESPERANDO SU “REGRESO”

CECILIA VALDÉS, Comedia lírica en un prólogo y dos actos. Música de Gonzalo Roig. Libreto de Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla. Estrenada en el Teatro Martí de La Habana, el 26 de marzo de 1932. Nueva producción del Teatro de la Zarzuela. 9 de febrero de 2020.


Equipo artístico
Dirección musical, Óliver Díaz.
Dirección de escena, Carlos Wagner.
Escenografía. Rifail Ajdarpasic. Vestuario Christophe Ouvrard.  Iluminación Fabrice Kebour. Coreografía Nuria Castejón.

Reparto
Cecilia Valdés, ELIZABETH CABALLERO
Leonardo Gamboa,  MARTÍN NUSSPAUMER.
José Dolores Pimenta HOMERO PÉREZ-MIRANDA
Dolores Santa Cruz, LINDA MIRABAL
Isabel Ilincheta, CRISTINA FAUS
Un negro/esclavo, YUSNIEL ESTRADA.  Y el resto de un elenco nutrido y eficaz en el acompañamiento de los protagonistas.
Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de La Zarzuela, batuta de Óliver Díaz
Coro Titular del Teatro de La Zarzuela Director, Antonio Fauró


La nueva zarzuela que presenta ahora el coliseo madrileño, Cecilia Valdés o la Loma del Ángel es una novela romántica y costumbrista de la autoría del cubano Cirilo Villaverde y es considerada como una de las más representativas de la cubanía, tanto por sus temas como por su argumento; asimismo, podría catalogarse como la primera novela cubana. Escrita en dos tomos, el primero fue publicado por la imprenta literaria de Lino Valdés a mediados de 1839. La obra completa se publicaría en Nueva York en 1879, y, ya en su versión definitiva, en la misma ciudad en 1882.

Es tal vez la más conocida zarzuela cubana, compuesta por Gonzalo Roig a  partir de la novela homónima. La obra también se ha convertido en símbolo de cubanía, gracias a su música de la que son especialmente conocidas la «Entrada» de Cecilia y el «Popopó» de Dolores Santa Cruz.

Teniendo como punto de partida la obra literaria, los personajes de la zarzuela están marcados por un destino trágico o al menos infortunado, propio de la novela romántica del siglo XIX. La obra se desenvuelve en La Habana colonial, hacia el 1830.


La vida colonial, una vivencia desigual
Se trata de un verdadero fresco de la Cuba colonial, el comercio de esclavos y la cosificación a la que estos estaban sometidos. Como una situación nefasta hila otra y otra, parece que siempre un/a esclavo/a es el “paciente señalado”, el culpable de todas las situaciones disfuncionales que se producen entre los grandes terratenientes, ellos sí manipuladores y fabricantes de miseria, desgracia y ausencia de humanidad.

A fin de subsanar o encubrir las alteraciones sociales siempre están, antes como ahora, los conventos o los encerramientos de los supuestos causantes del malestar entre las grandes familias y los esclavos, en centros psiquiátricos o vigilados donde se les pierde el rastro para siempre.

Por lo tanto, en esta producción, la hermosa criolla Cecilia ignora que es hija ilegítima del rico español Cándido de Gamboa y Leonardo, el hijo de Don Cándido, que tampoco sabe que Cecilia es su media hermana, se enamora de ella y la convierte en su amante. Mientras, el mulato José Dolores Pimienta ama a Cecilia sin ser correspondido. Presionado por las convenciones sociales y su familia, Leonardo abandona a Cecilia para casarse con la distinguida Isabel Ilincheta. Al concluir la boda, Pimienta, a quien Cecilia ha pedido que mate a Isabel, asesina a Leonardo a cuchilladas. Finalmente Cecilia, quien tiene una hija de Leonardo, es recluida en el Hospital de Paula, donde reencuentra casualmente a su madre, quien recupera la razón perdida y reconoce a su hija antes de morir. Parece de esta manera que la ilusión de un orden corrupto y decadente ha sido restablecido.


En apariencia festiva, que también y muy colorista, se asoma al público fascinado que ha agotado las localidades en todas las funciones, este proyecto con rebordes internacionales e integradores, que sin embargo deja el gusto agridulce de la injusticia nunca corregida, de las minorías maltratadas. Con esa envoltura fundacional, sin embargo, hay un lugar para el disfrute.

Aquí son fundamentales el vestuario, la escenografía y el movimiento en escena de cantantes y bailarines, a cargo del venezolano Carlos Wagner. La sala de hecho, se percibe enteramente ocupada por la música y por una acción trepidante, que no da respiro en la hora y 45 minutos sin pausa en que se desarrolla la zarzuela. El programa de mano, casi una tesis doctoral sobre Cecilia Valdés, bien escrita e ilustrada, con cronología, biografías, es tremendamente generoso y responde a todo tipo de dudas del público y los expertos. Y es de una factura preciosa.

Melodías y sones caribeños muy familiares, a pesar de la lejanía, entronca con formas más tradicionales de la zarzuela española. Excelente como siempre el coro preparado por Antonio Fauró y la prestación de los músicos de la Orquesta de la Comunidad de Madrid (Titular del Teatro de La Zarzuela) dirigida en esta ocasión por Óliver Díaz, que fue muy aplaudido y llevó a cabo una labor limpia e indesmayable, manteniendo en todo momento el nervio de la música y la acción en el escenario.

Elizabeth Caballero, la protagonista, es una soprano lírica cubanoamericana que emigró a los Estados Unidos a través del Mariel Boatlift. Criada en Miami, Florida, estudió piano cuando era niña y luego estudió voz en el Miami-Dade Community College. Construye una Cecilia Valdés correcta, emotiva, que da anchura al personaje, aunque tal vez, dadas las circunstancias de su vida, puede agregar más pasión al todo.

El tenor uruguayo Martín Nusspaumer, es Leonardo Gamboa, el hijo del señorito ya mayor, que ha heredado las poco honorables costumbres de su padre en el trato con las esclavas y las mujeres en general. Tiene una voz bella, buena presencia física en escena y según reza el programa de mano, “ha sido elogiado con su control de la dicción, entonación, fraseo y profunda entrega emocional”.

Homero Pérez-Miranda, como José Dolores Pimienta, el dueño de la plantación, es un bajo-barítono muy conocido por sus actuaciones en América del Sur y también en Europa. Su prestación es adecuada, contenida y enlaza bien con las voces del resto de los protagonistas.

Linda Mirabal, es reconocida como soprano cubana solvente y fue muy aplaudida, fue el hilo conductor de toda la obra. Graciosa, sugerente, sabe estar y sabe cantar y lo hace muy bien. Es guapa y elegante en escena y se adapta como un guante a su papel. Aunque tal vez le faltara más desgarro y desesperación, dada las circunstancias de su desgracia y de su pena.

Cristina Faus, mezzosoprano valenciana, estuvo muy ajustada en su desempeño como Isabel Ilincheta, así como el tenor cubano Yusniel Estrada, como Pedro.

La música, la gente y la idiosincrasia de la América hispana, siempre despiertan la curiosidad de los españoles, que, una vez centrados en la diferencia y en los orígenes diferentes del “otro”, se aprestan a dejarse llevar por esa diversidad y riqueza en las costumbres, el habla y las maneras.

Sin embargo, son mundos distintos. En ocasiones tienen la fortuna y la oportunidad de encontrarse, para iluminación y enriquecimiento de todos. Cecilia Valdés y su constelación humana y artística ha sido una nueva ocasión para que volviera a producirse el milagro. Por primera vez en sus ciento sesenta y tres años de historia. El equipo de Daniel Bianco, muy amplio y entregado, director artístico talentoso y lleno de ideas, estrena una zarzuela hispanoamericana. Un hallazgo. 

Alicia Perris

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