PROGRAMA, PRIMERA
PARTE
Franz Schubert (1797 – 1828)
Schwanengesang, D 957, Liebesbotschaft, Kriegers Ahnung, Der Atlas, Am Meer, Der Doppelgänger, Ständchen, An den Mond in einer Herbstnacht, D 614. Dass sie hier gewesen, Op. 59 Nº 2, D 775. Im Abendrot, D 799. Schwanengesang, D 957. Das Fischermädchen. Abschied
II PARTE
Maurice Ravel (1875 – 1937)
Histoires naturelles
Le paon, Le grillon, Le cygne, Le
martin-pêcheur, La pintade.
Francis Poulenc (1899 – 1963)
Pavane, de Suite française, FP 80
Mazurka, FP 145
Paganini, de Métamorphoses, FP 121
Quatre poèmes de Guillaume Apollinaire
L’anguille, Carte-postale, Avant le cinéma, 1904
Claude Debussy (1862 – 1918)
Voici que le printemps
Gabriel Fauré (1845 – 1924)
Le secret, Op.23 Nº 3. En sourdine, de 5 Melodies de Venise, Op. 58
Le papillon et la fleur, Op.1 Nº 1
“Solo hay dos tipos de música: la mala y la buena” Louis Armstrong
Ya en abril de 2016, en el Teatro Real, Keenlyside, que actúa a menudo en España, carismático y versátil barítono inglés, había fascinado con un recital dedicado a las canciones llenas de swing de los exilados judíos en Nueva York (Emmerich Kalman, Irving Berlin, Kurt Weill, Jerome Kern o George Gershwin), cuya música daría origen a conocidos musicales.
Ahora vino iluminando este ciclo, que es una coproducción entre el
Centro Nacional de Difusión Música (CNDM) y el Teatro de La Zarzuela. Simón Keenlyside estuvo acompañado por
la pianista Caroline Dowdle.
Schubert, Ravel, Fauré, Poulenc y Debussy.
Simón Keenlyside nació en Londres. Hizo su debut operístico en la
Ópera Estatal de Hamburgo como el conde de Almaviva en Le nozze di Figaro.
Keenlyside ha cantado en los grandes teatros de ópera del mundo y tiene una
asociación particularmente estrecha con la Metropolitan Opera House de Nueva
York, la Royal Opera House de Londres, la Ópera de Baviera y la Ópera de Viena,
donde ha interpretado a Prospero (The Tempest), Rodrigo (Don Carlo), Giorgio
Germont (La traviata), Papageno (Die Zauberflöte), el conde de Almaviva y los
papeles principales en Don Giovanni, Eugenio Oneguin, Pelléas et Mélisande,
Wozzeck, Billy Budd, Hamlet, Macbeth y Rigoletto. Recientemente, ha
interpretado Rigoletto en Luxemburgo, París, Bratislava y Múnich, Giorgio
Germont y Ford en la Ópera Estatal de Viena, el conde de Almaviva en la Royal
Opera House, Wolfram en la Ópera Alemana de Berlín, así como su don Giovanni en
la Ópera de Baviera. Y un interminable etcétera de excelencia.
Sonaron afelpadas, de terciopelo, sus canciones de Schubert en un up
and down continuo, poniendo de manifiesto su ejemplar línea de canto, su manera
suave de emitir y decir, sus subrayados a veces casi imperceptibles, su
registro medio sólido, la frescura y lozanía de su voz. La expresividad fácil, total, el fiato fluido.
Su dicción no recordaba el duro alemán de algunos colegas, a pesar de la estricta terminación de las consonantes. Podría decirse que a los germanos, esta vez, con un embajador como este cantando su música, le perdonamos hasta las dos Guerras mundiales (!). A alemanes y austríacos, porque Schubert era vienés.
Su dicción no recordaba el duro alemán de algunos colegas, a pesar de la estricta terminación de las consonantes. Podría decirse que a los germanos, esta vez, con un embajador como este cantando su música, le perdonamos hasta las dos Guerras mundiales (!). A alemanes y austríacos, porque Schubert era vienés.
Una demostración de elegancia y savoir faire su segunda parte
dedicada a compositores franceses, simbolistas, baudelerianos, ambiguos,
codificados en una música y unos textos para recrearse, para soñar. Textos de Jules Renard, de Louise de Vilmorin, de Guillaume Apollinaire, de Paul Bourget, de Armand Silvestre, "Le papillon et la fleur", del genio de Víctor Hugo.
Un universo diferente, muy poético también. Una contrapartida ideal de la primera parte, más cerca de la naturaleza, de la pintura romántica, de la ensoñación paisajística también del amor y las ausencias.
Un universo diferente, muy poético también. Una contrapartida ideal de la primera parte, más cerca de la naturaleza, de la pintura romántica, de la ensoñación paisajística también del amor y las ausencias.
En las dos partes del recital, vestido diferente, casi de Saville
Row casual en grises la primera, si fuera eso posible, la segunda todo de negro, como un griego antes de arrancarse un sirtaki. Relajado pero atento. Por momentos se encoge, se estira y espera, como si fuera a torear una melodía incandescente.
Este antiguo miembro del coro (anglicano) de Saint Jones en Cambridge, con pasaporte inglés e irlandés, medio gitano, muy judío, sotto voce, sin alharacas, de abuelo violinista y padre músico profesional también, nombrado recientemente Sir, se deja mecer por la modestia y la dulzura de una existencia donde siempre resuena la fascinación por la mezcla (“the mix”), el viaje, por los países y ciudades donde vivió y canta, entre ellos Viena o Barcelona. Y la dedicación temprana a la Zoología, una carrera que nunca terminó.
Este antiguo miembro del coro (anglicano) de Saint Jones en Cambridge, con pasaporte inglés e irlandés, medio gitano, muy judío, sotto voce, sin alharacas, de abuelo violinista y padre músico profesional también, nombrado recientemente Sir, se deja mecer por la modestia y la dulzura de una existencia donde siempre resuena la fascinación por la mezcla (“the mix”), el viaje, por los países y ciudades donde vivió y canta, entre ellos Viena o Barcelona. Y la dedicación temprana a la Zoología, una carrera que nunca terminó.
Políglota natural, de vida, que no de libro ni de academia, casado con una prima ballerina del Royal Ballet, Zenaida
Yanowsky, discípulo de John Cameron, el maestro en quien confió, se deja llevar
por su atracción por el blues y el jazz y –suponemos- por la música Klezmer y
mestiza de la Europa Central. Lo suyo es el mundo ancho y abarcable, abierto, porque no
le gustan las banderas.
Hijo predilecto del teatro inglés, no canta, interpreta las canciones o sus papeles de ópera y compone incluso en la más modesta de las partituras, toda una recreación de emociones, de sentimientos, de relampagueos afectivos. El público, que llenaba la sala aplaudió y aplaudió, también a la pianista, Caroline Dowdle.
Nadie se movió de la butaca, hasta que, sin hacerse
rogar, cantó, además, “Vendredi” de Fauré, en un francés muy acertado y para finalizar “Eine
schöne Blume”. Lo mejor, entre los dos encore, el Kaddish, un canto religioso fúnebre judío de Maurice Ravel, que
deshojó con un instrumento sinagogal, prácticamente a capella. En hebreo, con
un sonido, casi un verdadero lamento, arrancado del fondo de sus entrañas
cosmopolitas. Al hilo de la conmemoración de los 75 años del Campo de
concentración de Auschwitz y la Shoah, que se lleva a cabo cada año en enero., en muchos lugares, también en España.
Keenlyside, al terminar su Kaddish indicó a la audiencia que no debía aplaudir y cuando su “Schöne Blume” puso el punto final a una velada gloriosa, exclamó, “ahora podéis iros”. Este barítono de irrenunciable vocación también humana y europeísta, es una perla extraña, rara, fundacional. Una fruta madura y perfumada.
Keenlyside, al terminar su Kaddish indicó a la audiencia que no debía aplaudir y cuando su “Schöne Blume” puso el punto final a una velada gloriosa, exclamó, “ahora podéis iros”. Este barítono de irrenunciable vocación también humana y europeísta, es una perla extraña, rara, fundacional. Una fruta madura y perfumada.
Alicia Perris
Fotos, Copy, CNDM, Rafa Martín
Fotos, Copy, CNDM, Rafa Martín
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