Una exposición de Die Photographische Sammlung / SK Stiftung
Kultur, Colonia, en colaboración con La Virreina Centre de la Imatge
Aunque fuertemente imbricados en una época y en un contexto
geopolítico muy específicos, los retratos de August Sander invitan a ser leídos
desde una perspectiva más amplia. En cierta forma, y para muchos intérpretes u
observadores que se aproximaron a ellos durante el último siglo, constituyen
algo parecido a un panóptico sobre la condición humana, un registro acerca de
las vicisitudes, las mentalidades y los modos de organización social en la vida
campesina y en la metrópolis moderna.
Según señala Gabriele Conrath-Scholl, una de las grandes
especialistas internacionales en la obra del fotógrafo, además de directora del
Die Fotographische Sammlung/SK Stifkung Kultur de Colonia, institución que
custodia, administra e investiga su legado, Sander introdujo un paradigma de
enorme importancia para la emancipación de la fotografía documental como medio
de expresión artística: frente a la imagen individualizada o «única» -en el
sentido fetichista de la palabra-, desplazó el foco de interés hacia un cuerpo
fotográfico con derivaciones complejas y múltiples puntos de fuga[1].
Este cambio de tesitura no sólo abrió la puerta a la metodología
del proyecto para el campo de la fotografía, sino que también permitió otro
tipo de mirada que llevaba al retrato fuera del circuito cerrado entre
fotógrafo y fotografiado, añadiendo o «dando voz» a aspectos hasta entonces
inapreciables tanto desde la perspectiva del realismo como desde las imágenes
con voluntad de exégesis psicológica.
Así, hacia 1930, cuando tal y como apunta Olivier Lugon, «el
apelativo de fotografía documental se multiplica y empieza a calificar,
embrionariamente, a un género que se determina en oposición a la Nueva Visión y
a la Nueva Objetividad[2]», Sander aparece como ejemplo perfecto contra las
inflaciones manieristas, mientras que su libro El rostro de nuestro tiempo
[Antlitz der Zeit], entonces recientemente publicado por la editorial muniquesa
Kurt Wolff/Transmare, en 1929, genera apasionados elogios críticos, que inciden
sobre las capacidades del fotógrafo para documentar la esencia de la época
desde una «exactitud» encomiable.
Ciertamente el «estilo Sander», es decir, esa mezcla de penetración
e imparcialidad, de distanciamiento y de captura del detalle, halla su máximo
valor si se le inscribe dentro de una propuesta con la envergadura
enciclopédica de Gente del siglo XX [Menschen des 20. Jahrhunderts], al
oponerle el «concepto» que Sander desarrolló para atender a todos los segmentos
sociales y profesionales sin excluir ninguno -aunque tampoco sin decantarse por
cualquiera-, computando en largas listas redactadas a mediados de los años
veinte por él mismo, los grupos, las subdivisiones y las carpetas que
integrarían este retrato de retratos, este gran atlas de la Alemania del
momento.
Y aún resulta más apabullante observar de qué manera reevaluó su
propia obra comercial como retratista de familias campesinas de Westerwald en
los años diez, que a su vez evolucionaba aquella fotografía que había
practicado previamente en Linz en los inicios del siglo pasado, para regresar a
los retratos frontales sobre los habitantes del mundo agrícola, muchos de ellos
hechos al aire libre. O cómo eludió la noción de novedad, tal vez gastada por
los movimientos de vanguardia más ortodoxos, entendiendo que la potencia de Gente
del siglo XX no residía en establecer discriminaciones ontológicas entre
imágenes utilitarias y fotografías de arte, sino que, por encima de dichas
etiquetas, era el proyecto general quien podía operar desplazamientos entre una
recepción u otra.
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