miércoles, 29 de enero de 2014

PASION Y PAISAJE EN LA VERSION OPERISTICA DE BROKEBACK MOUNTAIN




Estreno en el Teatro Real de la versión operística del relato de Annie Proulx, una obra de nuestro tiempo con un tema cotidiano



Tom Randle y Daniel Okulitch (detrás), durante un ensayo de la obra 'Brokeback Mountain' en el Teatro Real de Madrid. / PAUL HANNA (REUTERS)

Por unas horas Madrid parecía Nueva York. O Houston, o Los Ángeles, o una ciudad estadounidense de peso cultural. Se estrenaba una ópera ambientada en Wyoming y Texas, fundamentalmente, con el fondo de la montaña Brokeback, teniendo como soporte textual una historia tan real y tan dolorosa como la vida misma, elaborada por una escritora de Connecticut y puesta en música por un compositor americano de renombre. Una ópera de nuestro tiempo, con un tema cotidiano al estilo de un verismo del siglo XXI, bien estructurada, bien contada y suficientemente bien cantada. Nada que objetar a la calidad de la realización.
La ópera ha sido tradicionalmente un género artístico con una gran capacidad para despertar sentimientos y emociones. La fantasía y la sorpresa han estado siempre de su lado. La pregunta que palpita a cada nuevo estreno es si existe una ópera representativa de nuestro tiempo, y si es así qué exigencias debe cumplir. En Brokeback Mountain el tema principal es de rigurosa actualidad, y poco o nada tratado en el terreno lírico. Se reivindica, como diría el poeta Jacobo Cortines, la pasión y el paisaje. Más que una reivindicación de la homosexualidad, se trata de un canto a la libertad sin contraindicaciones. El paisaje que envuelve el nacimiento de la pasión amorosa engrandece de forma poética su desarrollo. La historia tiene lugar en Estados Unidos, pero podría suceder en cualquier parte. Hay un toque americano en la cantina del comienzo, que recuerda en cierto modo las pinturas de Edward Hopper, pero poco más. Las familias, los niños, son como en todas partes, con los mismos problemas y aspiraciones. La pareja homosexual va aceptando sus inclinaciones en un contexto propio de la sociedad actual. El libreto es descriptivo y no deja lugar a ambigüedades. Es transparente y por momentos, ay, demasiado previsible, a pesar de la imaginativa introducción del fantasma y el coro. Las emociones son operísticamente contenidas. ¿Un signo de nuestro tiempo? Tal vez. Cuando Giuseppe Verdi introdujo en La traviata personajes semejantes a los que podían estar como espectadores en el patio de butacas mantuvo al máximo la emotividad en las escenas líricas a través del canto y la música. En Brokeback Mountain los personajes son también normales, de los que se encuentra uno por la calle, pero el tratamiento teatral y lírico es más racional, más controlado, más narrativo al pie de la letra. E insisto, el libreto es impecable.
La tensión dramática viene acentuada por la música compuesta por Charles Wuorinen. Está tan bien construida que crea una atmósfera enriquecedora por su imaginación y variedad. Se escucha con placer y sin sobresaltos. Las voces están tratadas favoreciendo la comunicación. Se integran en la construcción teatral y en la descripción sentimental, pero en pocos momentos se obtiene de ellas una sensación de desgarro. La puesta en escena de Ivo van Hove es eficaz, con un sentido teatral preciso y rítmico. Tiene continuidad y se complementa con el tratamiento musical y vocal. Todo ello unido, atrae enormemente desde el punto de vista analítico y conceptual, pero conmueve con limitaciones desde una mirada emocional.
Dirige con precisión y nervio Titus Engel a una entregada Sinfónica de Madrid, que salva la papeleta con nota muy alta. El reparto vocal es muy homogéneo con actuaciones estelares de Daniel Okulitch y Heather Buck. No faltan a la cita algunos de los cantantes emblemáticos de Mortier como Jane Henschel y Hannah Esther Minutillo. Con las reservas apuntadas, quizás fruto de la impresión ante un primer visionado, el estreno de Brokeback Mountain ha resultado más que satisfactorio. Es una ópera con enjundia musical y un acertado equilibrio entre texto, teatro y voces. Con el estreno mundial, Gerard Mortier se ha salido con la suya, poniendo en pie uno de sus sueños más queridos. Su tenacidad ha llevado a buen puerto este proyecto. Dentro de unos años al recordar espectáculos tan singulares como El perfecto americano, La reina india, Iolanta-Persephone o este Brokeback Mountain, entre otros, se le echará de menos. Lo mismo ocurrió cuando partió de Salzburgo o París. Con todas sus peculiaridades y sus irregularidades, Mortier tiene un instinto para la búsqueda de una nueva visión de la ópera que, querámoslo o no, acaba ensanchando la amplitud de miras del espectador, al proporcionarle una apertura de ideas y estéticas. Con la planificación de Brokeback Mountain le ha echado mucho valor. La recepción en clima de éxito constituye su mejor recompensa.

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