Las memorias inesperadas y dolorosas de Mario Muchnik
El prestigioso editor comparte sus recuerdos más íntimos en su última obra autobiográfica: 'Ajuste de cuentos'. Aunque dice estar en la ruina no deja de sonreír.
A este hombre, Mario Muchnik
(Buenos Aires, 1931), se le puede adjudicar aquella descripción firmada por
Ernest Hemingway: “Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una
mañana”.
Ahora, cuando ya pasó los 80, desposeído poco a poco de las armas que
tuvo como editor, en la ruina, según su juicio, ha contado en Ajuste de
cuentos (El Aleph) las razones que hay detrás de esa risa con la que
encantó a sus autores (desde Susan Sontag hasta Julio Cortázar) y a otros
editores en las interminables noches del Frankfurter Hof, donde en un tiempo
fue uno de los monarcas de la edición europea.
Autor y editor. Esa es la contribución de Mario Muchnik, doctor en
física, al mundo del libro. Allí llegó en 1966, tras abandonar la física. Dos
años más tarde empezó a trabajar en París con Robert Laffont y en 1973, en
Barcelona, fundó con su padre, Muchnik Editores. Hoy ese sello emblemático en
España se llama El Aleph, del grupo Planeta. Luego él creo otra editorial
intependiente: El taller de Mario Muchnik. Ha sido el artífice de la primera
edición en España de autores como Elias Canetti, Elie Wiesel y Primo Levi.
Ajuste de cuentos (El Aleph) es el quinto volumen de sus memorias
iniciadas con Lo peor no son los autores.
Esas razones para seguir riendo se resumen en un nombre propio, su
mujer, Nicole, y en un sentimiento, el amor. “Ella y yo somos uno, por eso
río”.
Así que ahora está, digamos, en la cresta de la angustia y el dolor,
pues no tiene ni trabajo ni dinero, pero sigue sin estar triste una mañana.
Siempre encontró razones para sobrevivir.
Este libro, publicado por uno de los sellos de Planeta (El Aleph en un
tiempo se llamó Mario Muchnik), es el relato de sus sucesivas supervivencias y
es también un recuento inesperado: hasta ahora Muchnik, que estudió física en
Columbia y ejerció en Roma y en seguida se hizo editor, fotógrafo y viajero,
había contado (Lo peor no son los autores, Oficio editor) sus jugosas
experiencias editoriales.
Pero Muchnik nunca había sido tan íntimo, tan desgarrado, en el ajuste
de su recuerdo. Le rondaba en la cabeza volver a la infancia y “al interior de
mí mismo” y empezó a escribir por ahí. Por eso Buenos Aires es el primer
personaje, el más intrépido y melancólico de su recuento; nunca volverá a
Buenos Aires, pero su descripción de esa ciudad y de ese tiempo es tan
minuciosa que parece que jamás la dejó. “Describo una ciudad amable y
divertida, que así era para un chico”.
Pero Argentina lo golpeó en la cara, como a tantos, en 1976, cuando
los militares dieron el golpe. “Buenos Aires no era bella, es bella su gente;
el campo, el altiplano, la cordillera, la gente argentina es sencilla, limpia
de cabeza”. Esos lugares fueron barridos por el horror militar. “¿A qué volver
entonces?”. En Argentina, dice, “convive lo mejor y lo peor; ahora el Ejército
ha sido castrado, pero en aquella época era dueño y señor de todas nuestras
vidas, y eso era espantoso”.
Está en la cresta de la
angustia y el dolor, pues no tiene ni trabajo ni dinero, pero sigue sin estar
triste una mañana
El padre, Jacobo, un publicista y editor de éxito, le regaló un
capricho cuando aún no había cumplido los 30. “Yo había visto Vacaciones en
Roma, cuando acabé la carrera, y caí seducido por la belleza de Audrey
Hepburn, así que le pedí a mi padre que me pagara un viaje de ida en tercera a
Génova”. Con cuatro perras se hizo la vida hasta Roma, trabajó allí, allí halló
el amor (Nicole). “Sin ella no sé hacer nada; ella creía que yo me cansaría
cuando ella hubiera cumplido cuarenta, y acá estamos: ella tiene 77, yo tengo
82…, y nos seguimos acariciando cuando estamos solos de manera vergonzosa, ja
ja ja”. Ella era entonces una gran periodista, y esa pericia se halla en los
artículos que publica en EL PAÍS; es también pintora.
Es un libro tranquilo, en el que apenas hay rencor (“se lo guardo a
una sola persona, alguien que dejó sin trabajo a mi padre, que estaba al frente
de Difusora, una empresa editorial ligada a Seix Barral”). “A mí me robaron
Muchnik Editores, y otros me despidieron, como José Manuel Lara Bosch, con
quien mantengo una relación cordialísima; y me despidió Robert Laffont: cuando
nos encontramos, años después, él lloraba porque había muerto mi padre y yo
lloraba porque había muerto su hijo… y me despidió Germán Sánchez Ruipérez, con
quien no tuve relación amistosa, de modo que siguió así… Pero el despido de mi
padre es lo que no perdoné jamás”.
En Ajuste de cuentos Muchnik le dedica a ese rencor línea y
media. El libro va de amor y melancolía. El amor comprende a Nicole y a los
hijos (“al que yo aporté, al que ella aportó, al que tuvimos juntos”) y a los
nietos; en este punto es donde está la melancolía. “Son siete. Hay ciertos
nietos que se hacen presentes, pero otros son más parcos; estamos lejos, pero
los que están lejos son ellos. No es culpa suya, es la vida”.
A mí me robaron Muchnik
Editores, y otros me han despedido, como José Manuel Lara Bosch; y me despidió
Robert Laffont; y me despidió Germán Sánchez Ruipérez...
El libro es también una conversación con sus amigos; pueden
distinguirse, por sus nombres e incluso por su manera de ser, Pedro Altares o
Isaac Montero, aunque Mario Muchnik no pone sus apellidos. Con ellos busca, en
conversaciones que desembocan en el psicoanálisis, “la línea de sombra” que
traspasó su vida; a partir de la obra de Joseph Conrad, Muchnik hace de la
línea de sombra el leit motiv de su libro. “Y resulta que me di cuenta
de que la línea de sombra en realidad la había traspasado estudiando Analítica
en Geometría: ¡era una ecuación y daba de sí la línea recta!”.
-¿Cuál es ahora la línea de sombra?
-La gran línea de sombra de mi vida es haber dejado de ser el hijo de
Jacobo y de Elisa y que ellos fueran los padres de Mario… Esa es la gran línea
de sombra, la verdad que se abría paso. Ahora no sé dónde está la verdad. En la
compañía, en los amigos. En el amor. En eso estaría la verdad.
Es un libro “tranquilo” que inquieta. En cierto modo, un libro de
Muchnik sobre Mario. “Y es, desde el principio, simbólicamente, sobre los dos
grandes horrores que me tocó vivir, la mano abierta del fascismo, el puño
cerrado de Stalin”. Esas metáforas abren y cierran Ajuste de cuentos.
¿Y el mundo editorial, Muchnik? “La tormenta es perfecta, no sé si nos
vamos a recuperar. Las ventas van mal, la gente tampoco compra el libro
electrónico: tienen la cabeza llena de los últimos juguetes. Un día no será
necesario hablar, ¡te pondrán un disco en la garganta! Pero no voy a discutir,
yo era muy fogoso, pero ya no voy a discutir!”. De eso va Ajuste de cuentos,
de las maneras de cruzar la línea de sombra y alcanzar el sosiego. Riendo.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/01/actualidad/1388605696_987793.html
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