Guillotina
Nunca
desde Franco había querido con tanta intensidad ser de Francia
Pueden encajar, sin
que se les descuelgue un solo músculo facial, los desaires de los funcionarios,
el furor de los mineros, la angustia de los pensionistas, de los enfermos, de
los desahuciados; el temor de las familias de clase media que empiezan a tener
que comer de lo poco ahorrado; el abandono del país por parte de los jóvenes en
paro; el vagabundeo callejero de los inmigrantes. Por resumir: se quedan tan
anchos ante las reclamaciones de los recortados y de los suprimidos. Sin
embargo, se ven reducidos a la nada cuando quienes son dueños de la pasta —los
únicos a quienes respetan— se ponen gallitos.
Al ministro Montoro se
le descuajaringa el almidón de los puños de la camisa, y se le agudiza el
trémolo, cuando los evasores de dineros, asesorados por sus expertos, se
ofenden ante las súplicas de Hacienda para que devuelvan algo de lo que se
llevaron por la cara. Busquen en este periódico —en digital es fácil: Montoro,
Gobierno, defraudadores; vienen a ser lo mismo— y encontrarán la información
acerca de la miel que, sobre las hojuelas, se dispone a ofrecerles nuestro
melifluo de cabecera.
Nunca desde Franco
había querido con tanta intensidad ser de Francia. No sólo por el anuncio de
que van a gravar con impuestos a quienes más tienen —Hollande, mon homme—, sino porque ahora
mismo se me hace la boca agua pensando en ese registro en el apartamento de
Carla Bruni, con los gendarmes dando vueltas —a la manera de Irma la Dulce—, mientras
abren y cierran los zapatos de Sarkozy, en busca de pruebas incriminatorias
escondidas en sus tacones, o en las reservas de colágeno de la señora Bruni.
¿Qué nos diferencia de
ellos? ¿La Inquisición, el glamour,
la educación, la cousine du
risque? Por encima de todo: la guillotina, utilizada a tiempo.
http://elpais.com/elpais/2012/07/04/opinion/1341393977_875877.html
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