Historia y leyendas de héroes y guerreros se mezclan en el
recorrido por los restos arqueológicos de la mítica ciudad de la 'Ilíada' de
Homero, en la península turca de Anatolia
CÉSAR ANTONIO MOLINA
Restos del odeón romano de la antigua ciudad de Troya, al oeste de
Turquía. ALAMY
Troya. Hay tantas Troyas que todas ellas terminan pareciendo la
misma y la única: la de Príamo y la de Héctor. La de Helena y Andrómaca. Todas
las Troyas, las del pasado o las que en el futuro vengan, siempre serán la
misma. La Troya nominada por sus héroes mitológicos y literarios. Los muros,
los templos, los palacios, las puertas, todos conducen a la misma Troya, la de
la mítica guerra con los aqueos, la llamada Troya VI (entre los siglos XVII y
XIII antes de Cristo).
Las piedras se apilan ahora en la puerta de los Dardanelos. En la
Ilíada, Homero le hace decir a Hera: “Mientras de la batalla ocupábase Aquiles
no pasaron jamás los Teneros de las puertas dardáneas”. Del megarón (el gran
salón) de Príamo solo quedan bloques de piedras desdentadas. Ni de los fúlgidos
pórticos, ni de las alcobas, ni de los patios descritos por Homero, nada. Los
cúmulos de Hisarlik cubiertos de monte bajo se ven desde la llanura de Simois y
desde aquí se vislumbra la torre del noroeste. El mar que estuvo a las puertas
de Troya apenas es una línea en el horizonte. Los marineros troyanos pescaban
arenques, atunes y otras especies en el estrecho de los Dardanelos, el cual
cita Homero con el nombre de Helesponto. Los barcos de guerra de Troya
controlaban el comercio de las rutas que comunicaban el mar Negro con el
Mediterráneo. Su puerto era muy transitado por naves cretenses, de Chipre y
otras muchas islas del Egeo.
Si la visita al sitio arqueológico de Troya, en la colina de
Hisarlik, al oeste de Turquía, se hace en primavera, se verán los campos rojos
de amapolas silvestres. Y el algodón, como una sábana blanquísima. Podemos
imaginarnos a Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor. Antes Zeus había
secuestrado a Ganimedes, hijo de Tros, el fundador de Troya, y se lo llevó al
Olimpo como copero. Campos de algodón y rebaños de ovejas que van y vienen del
pueblo de Kumkale.
¿Exactamente dónde debió producirse el combate? Todo es campo
abierto aún ahora. Héctor sale fuera de los muros para morir —él lo sabe— por
el honor de Troya. ¡Cuántas piras funerarias debieron de arder! La Ilíada
finaliza con la pira funeraria de Héctor tras la entrega de su cadáver por
Aquiles a su padre, Príamo. El príncipe troyano apostó por su honor y el de su
ciudad, pues, como dice Juvenal en Las sátiras, quien prefiere la vida al honor
salva la vida pero pierde la razón de vivir.
Troya solo hay una, la de
Héctor
JAVIER BELLOSO
Ruinas sobre ruinas, antes y después de la única Troya. Aún fluyen
los inocuos ríos Escamandro y Simoes. El primero, al sur. El segundo, al norte.
Aquiles, en el canto XXI, va matando troyanos y arroja sus cuerpos al río
Escamandro. El río se molesta, se enfurece y le grita al héroe: “Mi corriente
apacible está ahora repleta de cuerpos muertos que le impiden derramar las
aguas al mar divino, tantos muertos interrumpen el curso y sigues matando.
¡Para ya! Angustiado me tienes, caudillo de pueblos”. Aquiles no le hace caso,
el río acapara todas sus fuerzas e incluso llega a poner en peligro la
estabilidad del luchador.
De entre las huellas que aún podemos palpar están el templo de
Atenea, citado en la Ilíada y reconstruido varias veces en la antigüedad griega
y romana, y la torre del noreste, que amparaba la cisterna más importante de la
ciudad de Príamo y cuya escalera de piedra se conserva en bastante buen estado.
Las abundantes ruinas del gran teatro son muy posteriores a nuestra Troya.
Para la mayoría de los visitantes todo lo que allí ven son ruinas
que pertenecieron a la Ilíada. Jarras, vasijas, cántaros de arcilla cocida,
mosaicos, moldes de esteatita, relieves, husos, hachas de bronce, ídolos de
piedra y de huesos de animal, joyas de oro, farolillos de barro, figuras de
arcilla, relieves en mármoles, todo esto de diferentes y muy alejadas épocas
los unos de los otros son en el imaginario popular de muchos turistas de
Príamo, Paris, Helena, Andrómaca y tantos otros personajes reales o de ficción.
El descubrimiento en 1873 de las supuestas joyas de Helena produjo en Heinrich
Schliemann, millonario y amante de la arqueología, más destructor de Troya que los
propios aqueos, esa misma sensación homérica. Sin embargo, su descubrimiento
era más importante de lo que él creía por su mayor antigüedad. Provenía incluso
de épocas más remotas que las de Aquiles. Pero también para Schliemann había
una sola Troya.
Réplica de madera de caballo de Troya en la antigua ciudad de
Troya. Turquía. ELENA ODAREEVA GETTY IMAGES
El famoso caballo
Por la puerta oeste, donde todavía los muros se alzan a varios
metros de altura, parece ser que entró el caballo de madera arrastrándose no
sobre ruedas, sino sobre troncos. A la entrada de las excavaciones hay una
reproducción del equino. Debió tener una gran altura. En su interior cabían
bastantes soldados. En la puerta sur Schliemann identificó la puerta Escea de
la Troya homérica. Por aquí entraban y salían las tropas a luchar. En el lado
izquierdo había una gran torre. Aquí se sentaba el consejo de ancianos y desde
aquí mismo Helena identificó a los héroes griegos que ponían sitio a la ciudad
que la había acogido: Odiseo, Ayax, Idomeneo, Menelao, Cástor, Pólux… En esta
zona los vestigios pétreos son abundantes. Los monolitos, enfrente de la parte
derecha de la puerta, probablemente tendrían connotaciones religiosas. Había
también otra torre. Por dentro de la ciudad corría una ancha avenida central.
La Troya VI disponía de un buen urbanismo. Otro vestigio homérico es la casa de
las columnas.
Jerjes visitó estos lugares y Alejandro se dirigió al túmulo de
Aquiles, se ungió y corrió desnudo tres veces alrededor de la tumba. El
emperador Caracalla hizo lo mismo cinco siglos más tarde. Posteriormente
acamparon César y Constantino el Grande, quien dudó entre poner la capital en
la propia Troya o en Constantinopla. ¿Qué sensación daría ver aquella llanura
con los túmulos de Aquiles, Ayax, Patroclo y Antiloco y los restos de tantas
piras ardientes durante años?
El viento y la lluvia han dulcificado las ampulosas formas de estos
montículos que conservan ahora una apariencia muy distinta. Juliano el
Apóstata aseguró tres siglos después de Cristo haber visto hogueras encendidas
en honor de aquellos héroes. Todas las Troyas son la misma Troya, pues todos
nosotros únicamente volveríamos a morir por ella.
César Antonio Molina, exministro de Cultura, es autor de ‘Todo se
arregla caminando’ (editorial Destino).
https://elviajero.elpais.com/elviajero/2018/10/25/actualidad/1540455930_577091.html
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