JORGE VALDANO
Solari, en el entrenamiento
del Madrid. EMILIO NARANJO EFE
Un precio que juega. Bale
ejemplifica lo difícil que es tender puentes entre el fútbol y el negocio. Para
el club es una gran inversión, para los entrenadores un gran talento que te da
“hoy un juramento y mañana una traición” (tango dixit). En el último partido de
Zidane (final de Champions), Bale fue suplente y en el último de Lopetegui (el
Clásico) fue suplantado. Son partidos con mucha carga simbólica donde los
entrenadores nos cuentan cosas sobre el estatus de los jugadores y esta es
fácil de interpretar. Sabemos que en el próximo partido Bale puede marcar el
gol del campeonato, pero que le falta el carisma, la ambición y hasta la salud
para llenar las expectativas de su colosal cotización. Por supuesto que él no
tiene la culpa del precio que le puso el mercado, pero sí es responsable de
reclamar una libertad en el campo que su rendimiento no autoriza.
De culpables. El club lo
apuñalaba al oído de los periodistas, los periodistas lo apuñalaban delante de
los micrófonos y los aficionados lo fueron dando por apuñalado en cada encuesta.
Lopetegui simulaba estar vivo. Como pasó demasiado tiempo, cuando el Barça le
asesinó oficialmente, Julen era poca víctima para el tamaño de la crisis. Las
redes ya apuntaban hacia arriba alcanzando a Florentino, y sobre todo hacia
abajo, disparando a granel sobre los jugadores. La masa, que tiene mucha
imaginación cuando se enfada, también tiene un patrón. A los jugadores se les
acusa de tener mala actitud y poco compromiso con el escudo. Ocurre desde que
el fútbol es fútbol, pero quiero que alguien me traiga una sola prueba de falta
de profesionalidad. El problema del Madrid es futbolístico, de modo que hay que
buscar la solución en la cancha, no en los estilos de vida.
De quereres. El fútbol es
cosa de jugadores. De todos los jugadores, los que llegan a Wembley y los que
juegan en un parque. Los del parque derivan en aficionados y sienten que tienen
el monopolio del amor. Los profesionales, en cambio, son acusados de
interesados, una machacona injusticia. Entre el aficionado y el profesional se
interpone un gran prejuicio: el dinero. Pero no tengo ninguna duda de que el
futbolista es fruto de muchos amores superpuestos. Empieza en el amor a la
pelota, se extiende al amor por el juego y finalmente al fútbol, que abarca el
espectáculo entero. Solo esa pasión permite dedicar horas y horas al
aprendizaje de eso que se llama oficio, término demasiado técnico para definir
el dominio de una materia tan infantil. Que quede claro, cuando llega el día
del partido, el aficionado y el profesional llevan al campo, por lo menos, el
mismo amor por el fútbol. Y el mismo odio a perder.
De cabeza al barro. Y llegó
Santiago Solari, “con dos cojones contra el Melilla”. Unas manifestaciones que
chocaban con el comunicado de despedida de Lopetegui, donde el club presumía de
sus siete candidatos al Balón de oro. Son las disfunciones que en el Madrid
provoca, por un lado, la calidad de una plantilla de lujo y, por otro, el
persistente reclamo de autoridad. Para sintetizar, supongo que Santiago hablaba
de Cojones de oro. En Solari no hay tal disfunción, sino una personalidad
compleja. Si bien se entiende con Nietzsche, proviene de una familia de grandes
profesionales del fútbol que, cuando dejaron de jugar, volvieron al amateurismo
de canchas irregulares y pelotas viejas para enseñar el fútbol desde la
sabiduría, la astucia y el sacrificio. Santiago mamó todo eso desde la
infancia, de manera que conviene no subestimarlo, debajo de su impecable traje
hay un balón lleno de barro.
https://elpais.com/deportes/2018/11/02/actualidad/1541178975_553113.html
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