He estado en
cócteles dionisiácos que un videoartista de esta década no podría ni creer
SERGIO C. FANJUL
Una de las
consecuencias más nefastas de la crisis económica fue la suspensión del
canapeo. Antes, en los años dorados del capitalismo de cartón piedra,
pensábamos que era normal que después del estreno, la presentación, la
vernissage, salieran unos tipos de negro y se pusieran a repartir comida y
bebida a troche y moche. Eran los únicos hombres de negro que entonces
conocíamos. La discusión sobre el significado de la palabra cultura había
desaparecido. ¿Qué era la cultura? Lo que precedía al manduque.
Cuando la cosa hizo
crack se pensó que el canapeo era un lujo accesorio, igual que se piensa que la
investigación científica básica, esa que no tiene aplicación inmediata, es
tirar el dinero. Pero es falso. Igual que una investigación abstrusa puede
traer grandes avances en unos años, el canapeo servía más que las subvenciones
y las residencias artísticas para generar creación cultural. Tú dabas hoy unas
croquetas, unos dátiles con bacon, unos pinchitos de pollo yakitori y en poco
tiempo tenías un trasunto de los Young British Artists o una nueva Generación
Nocilla.
No seamos
cortoplacistas. Es que los artistas tienen que comer y el arte es más bien
adelgazante. Así que muchas gentes de la cultura, de esas que se arremolinan en
Madrid para petarlo, sobrevivían a base de estos vinos españoles, de estos
cócteles a las ocho de la tarde. Luego, como digo, con la debacle financiera se
acabó el chollo y se servía la cultura a palo seco y la cultura entraba mucho
peor. Pero yo he estado en canapeos que un videoartista de esta década no
podría ni creer, grandes cócteles pantagruélicos y dionisiacos que hacían que
los sufrimientos asociados a la creación valieran, por una vez, la pena.
En algunos grandes
museos hasta asistían señoras con tupperware para trincar jamón a la misma
puerta de la cocina y poner algo de ibérico en su cena familiar, o eso se
decía. Era la redistribución de la riqueza. Incluso comprobé los grandes
peligros aparejados al periodismo cultural, similares en algunos casos a los
del periodismo de guerra: en una ocasión ingerí un canapé en mal estado en una
prestigiosa galería de arte y padecí una gastroenteritis (cultural) de varios
días, aunque quise creer que era un síndrome de Stendhal estomacal.
No hay datos sobre
la frecuencia y profundidad del canapeo español, pero mi experiencia cotidiana
me dice que asoman los brotes verdes, los maki de salmón y aguacate, las birras
en vaso de tubo, la hamburguesas pequeñitas pero no por ello menos sabrosas.
Quizás podamos olvidarnos pronto de la triste dictadura de la olivilla y la
patata frita. Escuchadme performers, poetas de provincias, sesudos comisarios:
el canapeo está volviendo.
https://elpais.com/ccaa/2018/10/29/madrid/1540807679_308548.html
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