Paisajes sonoros americanos. Autores: Williams,
Ginastera, Norman, Copland y Herrmann. Los Angeles Philarmonic Orchestra. Dirige Gustavo Dudamel. Barbican
Center. 22 de Marzo, 2016.
Programa
Soundings (2003), de John Williams (1932), Piano Concerto
No. 1 (1961), de Alberto Ginastera
(1916-83), Play: Level 1 (2013), estreno en Inglaterra, de Andrew Norman (1979). Appalachian Spring (1943-4), Suite (1945), de
Aaron Copland (1900-90), también estreno en Inglaterra.
Londres siempre ha sido una ciudad
melómana y cuenta con muchas salas dedicadas a la ópera, los conciertos y todo
tipo de manifestaciones artísticas, incluso en algunas iglesias tienen lugar
audiciones musicales.
El Barbican Center, enorme complejo
cultural, fue diseñado a partir de un proyecto de los arquitectos Chamberlin,
Powell y Bon, como parte de una visión utópica para transformar un área de
Londres que seguía conservando las heridas de los bombardeos de la II Guerra
Mundial. Fue inaugurado por la reina Isabel II en 1982, con el fin de descubrir
e inspirar el amor a las artes. El Barbican empuja las fronteras de la danza,
el cine, la música y las artes visuales. Por sus puertas pasan más de 1.8
millones de personas al año y recibe la inspiración de artistas y creadores de
todo el planeta, que vienen a interactuar en este universo único gestionado por
la Corporación de la ciudad capital de Inglaterra.
Una noche de un día dramáticamente
luctuoso, en el que un nuevo atentado llama a las puertas de las capitales de
Europa. El maestro Dudamel dedicó la velada a todas las víctimas del atentado
en Bruselas, que, con un resultado negro en muertos y heridos y desconsuelo,
había golpeado a la ciudad belga esa misma mañana.
Precioso programa sin embargo,
brillante y vitalista que comenzó con una première inglesa: Los Soundings de
John Williams, pensada por el Walt Disney Concert Hall, según declaró el propio
compositor.
Un “in crescendo” colosal, comenzado
por cuerdas y vientos, que va aunando la potencia de la percusión de una
orquesta, la Filarmónica de Los Angeles, que tiene un sello propio y único. La
pieza consta de cinco secciones, durante la última de las cuales, el Walt
Disney Hall “se regocija” en un alarde de alegría y externalización de
sentimientos, traducidos a pentagrama.
Alberto Ginastera es un compositor
argentino que, junto a Carlos Guastavino y Astor Piazzolla (en otro tipo de
creaciones, más en la tradición del tango experimental a partir de las fuentes
de este tipo de música de Buenos Aires) posiblemente sean los más citados y
escuchados en los coliseos de concierto del mundo entero. A partir de raíces
autóctonas, se elevan hacia sonoridades de gran plenitud dentro de la música
considerada clásica, patrimonio de todos.
Ginastera, que compuso con
brillantez en todos los géneros- conciertos, canciones, cuartetos, música para
piano y sus conocidas óperas, Don Rodrigo, Beatrix Cenci y especialmente
Bomarzo (la historia del duque que construyó el hechizado Parco dei Monstri cerca de Roma, narrado de manera
superlativa por el novelista Manuel Mujica Láinez, “Manucho”, en la ciudad
homónima, presenta con Dudamel su Piano Concerto no. 1, en cuatro partes
(rompiendo el esquema habitual de un concierto): Cadenza e varianti, Scherzo
alucinante, Adagissimo y Toccata concertata.
Según escribió el propio compositor:
“Hay aquí constantes elementos argentinos, como fuertes y obsesivos ritmos y
adagios meditativos que sugieren la quietud de las Pampas, el mágico, misterioso
universo de la críptica naturaleza del país”.
Sergio Tiempo es un lujo de pianista
para esta obra. Nacido en Venezuela, como Gustavo Dudamel, es uno de los más
brillantes de su generación y trabajó con artistas como Murray Perahia o
Dietrich Fischer- Dieskau, siendo además, alumno de Martha Argerich, la
pianista argentina, Nelson Freire y Nikita Magaloff.
Responsable de comprometerse con una
lección de virtuosismo, deja muy alto el listón de técnica y calidad
interpretativa, consiguiendo una compenetración absoluta con el maestro
Dudamel, que le indica sin faltar ni una vez las entradas y está pendiente, también,
de su fantástica orquesta y de un solista no menos sorprendente.
Andrew Norman, el joven compositor
que estaba presente esa noche en el Barbican y saludó con el director de
orquesta, propuso en su Play: Level 1, en estreno inglés, una creación a menudo
inspirada en modelos y texturas provenientes de una geografía visual. Está
interesado en manifestar un lenguaje, potente y nuevo, de una forma nada
lineal, con técnicas que toma prestadas de la narrativa cinematográfica, de la
televisión y los juegos de vídeo, que interactúan con formas sinfónicas más
tradicionales.
Graduado en la universidad del Sur
de California, también fue alumno de Martha Argerich, Donald Crockett, Stewart
Gordon y otros importantes virtuosos.
La orquesta de Los Ángeles dirigida
por Dudamel, que hasta tiene una serie de televisión novelada dedicada a sus
avatares, es una especie de constante descubrimiento: un solo aliento para una
multiplicidad de recreaciones y hallazgos sonoros, que permiten distinguir cada
paño, cada pliegue, todos los componentes que modulan esta formación fuera de
serie, que funciona como un metrónomo incansable, pero con alma.
La última composición prevista antes
de la propina, fue la Primavera en los Apalaches (Appalachian Spring), de Aaron
Copland, escrita durante los años de la II Guerra Mundial y la Depresión, una
trilogía de danza a partir del espíritu de frontera americano.
La partitura fue encargada por
Elisabeth Sprague Coolidge para Martha Graham e intenta reafirmar, como escribió Copland, “el espíritu
primigenio americano, vinculado a la juventud y la primavera, el optimismo y la
esperanza”. Nunca nadie podría haber expresado estas verdades tan bien, en la
noche en que otra vez, Europa se cubre de luto.
Siguiendo con el paisaje americano
de norte a sur, Gustavo Dudamel anunció para cerrar el concierto, un regalo de
otro conocido compositor americano de Los Ángeles, especializado en música para
el cine, Bernard Herrmann y terminó con un anticlímax, lo que podríamos llamar
un “diminuendo emocional” con un extracto de “Vértigo”, una de las películas
míticas (otra, ¿cuál no lo es?) de Alfred Hitchcock.
El maestro venezolano, al principio
de la velada, deseó enviar al público “un mensaje de belleza, amor y paz”. Lo
consiguió con creces. Los aplausos, no hace falta explicitarlo, cayeron, como
un torrente en una enorme cascada, a pesar de la tristeza del día, en un deseo
y un anuncio de tiempos mejores para todos.
Alicia Perris
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