En 1957, a sus 26
años, llega Ramón Masats a Madrid para dedicarse profesionalmente a la
fotografía. Como su paisano Josep Plá casi medio siglo antes, Masats traía de
Barcelona ecos de la vida lugareña y la sabiduría antigua de las gentes
sencillas, hechas al hábito del sacrificio y la incertidumbre. Y, al igual que
el maestro ampurdanés, llegaba a la capital pertrechado de un infrecuente
sentido común, un intuitivo recelo hacia todo tipo de verdad canonizada por la
costumbre y una aversión visceral por lo solemne, campanudo o pretendidamente
artístico.
Una mirada que
no convocaba a la nostalgia, sino al gozo y al deslumbramiento visual.
Indotado
para la metafísica, recelaba de la mediocridad de los que entonces pasaban por
maestros indiscutidos, aunque tampoco era fácil hallar una doctrina con la que
pudiera identificársele, al margen de la que tozudamente iba construyendo para
sí mismo con una determinación silenciosa y obstinada, atesorando, además, un
sentido más irónico que sarcástico y una profunda socarronería, sobre la que
fue construyendo ese carácter suyo, trasgresor e irreverente, que marcaría
luego su mejor fotografía.
En tan largos
años de profesión, lo único que no ha perdido Masats es su propensión a la
misantropía y su afición a la soledad y el apartamiento. No es sorprendente que
haya sido uno de los fotógrafos españoles menos frecuentados por expertos y
galeristas. No obstante, no ha podido sustraerse a algunas solicitudes, como la
que le llevó en 1999 a realizar una monumental exposición retrospectiva o
geroantológica, como él irónicamente gusta de repetir.
Atrincherado en
su tozuda obstinación, recibe los reconocimientos -en los últimos años se le
van acumulando: Premio Nacional de Fotografía, Premio de las Artes Plásticas de
la Comunidad de Madrid, Premio Bartolomé Ros…- con indulgente complacencia y
cierto regocijo socarrón.
Catalán en
Madrid y madrileño en Cataluña, este ciudadano del mundo que nunca busçó la
fortuna o la celebridad, sólo ambiciona ya, como su admirado Walter Benjamín,
la gloria sin la fama, la grandeza sin brillo y la dignidad sin sueldo. Aunque
esto nunca se sabe.
Publio López Mondéjar
http://www.blancaberlingaleria.com/
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