"No era ningún intelectual, sólo un pintor de los placeres sencillos
de la vida", dice Guillermo Solana
Autorretrato de Pierre-Auguste Renoir, uno de los padres del Impresionismo.
Ser Pierre-Auguste Renoir era tener que cumplir con encargos, era tener que vender sí o sí, era tener que pagar facturas. El Impresionismo eran él y Monet; y Degas, pero de forma distinta. El pintor no contaba con esa tranquilidad que da tener el colchón elevado, con esa superioridad intelectual del que pinta por mero placer. Creó un número de obras que resulta insultante, retratos de gente adinerada que quería al pintor en su salón. Necesitaba comer y le machacaron por no poseer la elegancia de la negación.
Pese a ello, él era ese nuevo concepto que tardó en calar y al que los
críticos tildaron de "espanto y vergüenza". Era la modernidad, la
innovación de la técnica, la libertad de la que acabó por cansarse. Sólo
participó en tres exposiciones impresionistas y se fue, renegando de aquel
movimiento del que era padre y que ahora consideraba falto de oficio.
El documental "Renoir, admirado y odiado", dirigido por Phil Grabsky
basándose en las 181 obras que la Fundación Barnes tiene del pintor y que se
estrena hoy en una cincuentena de cines españoles, nos muestra el cambio que el
francés sufrió después de viajar a Italia, tras observar en el Renacimiento un
arte más sólido, un dibujo perfecto.
Transformó su cabeza y todo era ahora más exacto. Aparecieron desnudos
impecables, mujeres rollizas y sensuales que dejaban atrás a mentes brillantes.
Esta etapa es la más criticada y la menos conocida de Renoir, pero Albert C. Barnes se encargó de conservarla.
Su colección es un conjunto de paredes que son puzzles. Obras a mansalva
que no dejan espacios sin talento y que ahora componen uno de los museos más
importantes de San Francisco. Su Fundación compraba sin piedad todo lo que
producía Renoir. Albert estaba obsesionado y su enfermedad tenía su causa en,
lo que se consideró, lo peor de Pierre-Auguste.
"Renoir, admirado y odiado", recoge las opiniones de críticos de Arte, de
restauradores, de apasionados. Sentimientos contrarios a las musas del pintor,
a la última línea por la que le tildaron de misógino y de traidor. "Trató a la mujer exclusivamente como bellos
animales u objetos decorativos, lo que le ha costado su reputación",
asegura Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, que en octubre
presenta una gran retrospectiva sobre el pintor.
Pero observar a Renoir con 100 años de ventaja nos deja ciegos. El
encasillamiento se pierde en el ambiente, en una sociedad que nada tiene que
ver con la nuestra. En el documental narran cómo esta última etapa la pasó en
una gran mansión, con su mujer y sus hijos, en la que por épocas también vivían
sus modelos, que posaban largas jornadas para que él encontrase la exactitud
del movimiento.
Pintó hasta en silla de ruedas, con una
enfermedad que le impedía mantener el pulso. Lo hizo rodeado de ayudantes que le movían el
lienzo para que él pudiese llegar a todas las esquinas. Logró pintar siendo
consciente de quién era, con la tripa llena y la cabeza asentada. Ya no eran
cuadros a granel, no era una fábrica de chinos, era Renoir intentando conseguir
la perfección, una perfección antigua que sus excompañeros de movimiento no
consentían.
"No era ningún intelectual.
No era de buena familia como los demás, sino un pintor de los placeres
sencillos de la vida que no se complicaba con excesivas reflexiones», comenta
Solana. Fue el primer impresionista en vender un cuadro, con el que pagó el
alquiler de su casa. Antes de su crack, ya le tildaron de demasiado dulce,
"almibarado"; y tras cambiar de fe llegaron los problemas de género.
"El Impresionismo -dice Solana- se caracterizaba por dejar atrás la
tiranía de las reglas formales que se habían vuelto carcas. Por la libertad.
Sacaron sus cuadros a la calle. Hoy lo hubiésemos llamado performance. Por eso,
el paso atrás del pintor fue más duro que si nunca hubiese dado un paso
adelante. Muchos consideraron que se había acomodado. Muchos, pero nunca
Barnes, que definió esta última etapa como la fusión perfecta entre modernidad y tradición. El paso correcto
para que el cambio fuese real".
http://www.elmundo.es/cultura/2016/03/15/56e71eab22601d0f188b4677.html
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