viernes, 2 de agosto de 2019

ELOGIO DE AGOSTO


Antonio Lucas

Vista panorámica de la costa y playa de la localidad de Tossa de Mar en la Costa Brava. EM

Aún recuerdo cuando agosto era el mes más silencioso del mundo. En España sucedía así: entraba el día 1 y todo dejaba de ser lo que parecía hasta que septiembre activaba de nuevo las alarmas. En ese tiempo callado cada cual hacía su vida y hasta en la amistad se daba la tregua necesaria para tomar con más fuerza el vino de la alegría (la alegría de volvernos a juntar). Entonces no había más política que las horas de plomo y un vacío necesario de la farfolla dialéctica. Agosto era un tiempo feliz a la sombra de los pinos.

No hace tanto que este país funcionaba con la lógica de las estaciones. ¿Qué pasaba en el mundo mientras tanto? Nosotros estábamos en el mar, que como en poema de Neruda no sabes si enseña música o conciencia. Esos días azules mantenían cierta calma y aún era posible combinar la vida quieta con una moral propia. Poco a poco esa sensación flotante del verano fue haciéndose añicos. La grosería política empezó el allanamiento y ahora está dentro del verano como un virus amenazante. No había nada más nuestro que agosto. Como no existe agosto sin las crónicas náuticas de la Rigalt.

Lo que antes era un espacio inmaculado, reserva de horas quietas y exceso, se convirtió en esto de hoy. Casi hemos olvidado que sólo la gente en vacaciones cumple su obligación a todas horas. Porque vivir también es concederse el título de no hacer nada. O de hacerlo todo de otro modo, más a nuestra manera, sin tener que desalojar de las conversaciones la pesada turra que el año entero lanza la política sobre las cabezas de los ciudadanos como un baldeo tóxico, como una tercera realidad que todo lo ocupa.

En agosto sólo la brisa parece una bandera. Y con eso basta. Tener claro algunas pequeñas cosas es la mejor filosofía para sobrellevar las grandes adversidades. Pues solo lo que importa se explica por sí mismo. Después de las toneladas de palabras soportadas por millones de mujeres y hombres durante meses, ajenos a la escasa verdad de ese chantaje verbal, el verano debería ser defendido como un lugar donde no se acepte ser una vez más abatidos ni arrollados como si agosto fuese un 28 de abril cualquiera.

Los mejores veranos suelen ser los de la infancia. Y la sabiduría consiste en dividir la existencia en ciertos momentos capaces de preservarnos, como cuando niños, de algunas olas sucesivas que impiden ver el mar.

https://www.elmundo.es/opinion/2019/08/02/5d43296321efa020058b4674.html

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