Tras siglos de
derrumbes, incendios, guerras y bombardeos, una iniciativa ciudadana lucha
ahora por frenar la construcción de edificios altos en dos barrios que rodean
el recinto arqueológico
MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO
¿Tienen más derecho
a disfrutarla los huéspedes de un hotel de lujo que los vecinos del barrio? No
hay solución inmediata al dilema que desde hace meses agita Atenas y, sobre
todo, el área de la Acrópolis. La construcción de establecimientos que superan la
altura de los edificios del entorno para poner el Partenón en bandeja a
turistas de presupuesto holgado, choca con la cotidianidad de los habitantes
del área de Makriyanni-Koukaki, que se extiende a los pies de ese emblema de la
civilización europea (e imagen de marca de la ciudad de Atenas) que es la
venerable AcrópolIS
La cuestión podría
sonar baladí, una simple porfía de estetas, si no fuera porque representa la
punta del iceberg de un fenómeno global, la turistificación, en una ciudad que
este año visitarán más de cinco millones de personas —casi la mitad de la
población griega— y que demanda más camas mientras la proliferación de
plataformas como AirBnB tiene en pie de guerra a los vecinos. Nada que no
sufran a diario Lisboa, Barcelona o Venecia. Pero Atenas, dicen sus habitantes,
es otra cosa: uno de los emblemas de Europa, que ha conseguido sobrevivir
durante 25 siglos a todo tipo de derrumbes, incendios, asedios, guerras y
bombardeos.
Acrópolis quiere
decir en griego la parte más alta de una ciudad. Pero donde el poeta romántico
alemán Friedrich Hölderlin vio una ciudadela coronada de violetas (en los
primeros versos de El archipiélago), hoy reina una coreografía de grúas y
andamios —la interminable restauración del Partenón, a la que se sumará en
breve la de la cella o naos—, enjambres de turistas en fintas de paloselfis y,
de vez en cuando, el horrísono zumbido de un dron operado desde la cercana
colina de Filopapo. Los viajeros románticos europeos que tras siglos de
tinieblas redescubrieron Grecia saldrían hoy pitando.
A los vecinos de la
Acrópolis, sin embargo, esa turbamulta les resulta ajena: a los pies de la
diosa tutelar de Atenas, los mortales necesitan su visión diaria, como espejo
que les devuelve su imagen, y por eso no están dispuestos a renunciar a ella.
Casi 26.000 atenienses han firmado una petición online para frenar la
construcción de edificios que cieguen la vista del monumento. La arquitecta y
urbanista Irini Frezadou es la promotora de la iniciativa, que surgió como
protesta a la erección de un hotel de 10 pisos a pocos metros del recinto y el
proyecto de otro similar. “Se supone que esta es un área con protección
arqueológica. Pero una construcción tan gigantesca como esa recibió el visto
bueno del Consejo Arqueológico Central (KAS, en sus siglas griegas, que luego
rectificó). Desgraciadamente en 2012, en lo peor de la crisis, se permitió dar
más altura a los edificios de la zona y el Ministerio de Medio Ambiente y el de
Cultura aprobaron una horrible norma que permite levantar mamotretos a 400
metros de la ladera [de la Acrópolis]”, explica Frezadou, una apasionada de
España y del flamenco.
Gracias a dicha ley,
se completó e inauguró el hotel de marras, que tiene una altura de 31,5 metros
—récord en el vecindario— y cumple con todos los estándares verdes que exige la
licencia de edificación: una fachada en madera y bicicletas con cuadro también
de madera, a la puerta, entre otros reclamos de sostenibilidad. Sobre la
idoneidad cool del hotel, Frezadou objeta: “Un edificio implica mucho más:
tiene un impacto directo en tráfico, ruido, polución y en el tejido económico
de la zona, y el de Makriyanni-Koukaki está agonizando: los residentes se están
yendo, y el comercio tradicional, cerrando. Mi modista durante 30 años ha
debido mudarse a otro barrio por no poder pagar el alquiler”, lamenta Frezadou.
Moratoria temporal
“La transformación
de nuestro entorno es una pesadilla por culpa del turismo masivo y por eso
tenemos que movilizarnos rápidamente, porque no existe protección real. En
nombre de la sostenibilidad, necesitamos urgentemente una nueva normativa de
planificación urbana”, concluye la arquitecta, que se felicita por la
suspensión temporal de las obras del otro mastodonte, un hotel de nueve plantas
con un aparcamiento subterráneo de tres. Gracias a la iniciativa
Akropoli-Makriyanni SOS, las autoridades aprobaron en marzo una moratoria de un
año y la prohibición de levantar edificios de más de 17,5 metros, “pero en
2020, tras el reciente cambio [político], quién sabe qué va a pasar”, suspira
Frezadou. “En Grecia nuestro mayor tesoro son el entorno y la historia, y ambas
cosas están en peligro en la Acrópolis”.
Acropolis de Atenasampliar foto
Sala de las
Cariátides, en el Museo de la Acrópolis de Atenas. NURPHOTO
La iniciativa que
impulsa Frezadou ha llegado incluso al Consejo de Estado, la más alta instancia
judicial del país. “No somos unos ilusos, y reconocemos que Atenas necesita
buenos hoteles, pero no a expensas de la Acrópolis, nuestro mayor monumento.
Seguiremos haciendo campaña para que el edificio [inaugurado] no sea demolido,
pero sí para que reduzca su altura en al menos dos plantas”, cuenta Andreas
Papapetrópulos, el abogado que, contratado por suscripción popular, se encarga
del caso. Pero el cambio político en el país ha dejado en un limbo los
propósitos de unos y otros: mientras el nuevo Gobierno desea incentivar las
inversiones para crear puestos de trabajo, está pendiente la constitución de un
comité interministerial encargado de revisar la normativa urbanística del área,
mientras las autoridades arqueológicas —un poder casi absoluto en un país que
vive en gran parte de su pasado— remiten al Ministerio de Medio Ambiente y
eluden pronunciarse sobre los nuevos permisos de obra.
Frezadou ha hallado
un aliado en Elinikí Etería (Sociedad Griega), el capítulo local de Europa
Nostra. “Pensábamos que los dos barrios estaban protegidos por su proximidad a
la Acrópolis, pero hay permisos de construcción porque la ley permite levantar
nuevos edificios. Nos sumamos rápidamente a [la campaña de] los habitantes y
hablamos con todos los responsables de todos los ministerios. Así logramos que
se parara la construcción del otro hotel”, explica Lydia Carras, presidenta de
Elinikí Etería, que ocupa un bello edificio neoclásico en el corazón de Plaka.
“Pero no se trata solo de paralizar construcciones, lo que pretendemos es una
ley de protección urbana para zonas de interés arqueológico que no dependa del
ministro del ramo, ni cambie según el partido en el poder. Queremos una ley
general de protección arquitectónica y urbanística al servicio del patrimonio,
y no de las personas”, concluye.
“Impresiona lo poco
que sabe la gente acerca de la protección del patrimonio común, pero aún más su
empeño en movilizarse por preservar el pasado, que es también movilizarse por
el futuro. Porque la Acrópolis no es solo un monumento, es nuestra identidad,
lo que nos define como atenienses, como griegos y como europeos. En ese sentido
somos muchos más los concernidos, no solo los locales”. La frase tiene dos
madres: en dos lugares y dos momentos distintos la pronuncian como una
profesión de fe dos mujeres que, junto a miles de vecinos, han hecho de la
visión de la Acrópolis la bandera de una lucha para que una ciudad no pierda su
alma.
15 MILLONES DE
VISITAS Y UNA ESPERA
En diez años de
existencia, el Museo de la Acrópolis ha recibido 15 millones de visitas, pero
aún espera la definitiva: la llegada de los mármoles robados del Partenón por
lord Elgin a principios del siglo XIX, que se exhiben en el Museo Británico de
Londres y que Atenas reclama desde hace décadas. “Elgin arrancó alrededor del
50% de las esculturas originales, y en el museo mostramos, con copias de las
piezas sustraídas, cómo era el original para subrayar la importancia de la
reunificación de los mármoles”, explica Dimitrios Pandermalís, director del
museo. En una doble perspectiva, que es también un diálogo de cristal y piedra
—el Partenón puede verse desde las salas acristaladas del museo—, dialogan el
pasado y el presente. “En la sala dedicada al Partenón el visitante tiene la
oportunidad de recorrer el templo reconstruido con todas sus esculturas y a la
vez contemplar, en lo alto de la Acrópolis, el templo real”. Las amplias
cristaleras, además, “revalorizan las piezas sin necesidad de recurrir a luz
artificial”.
Porque ni el museo
es un museo cualquiera —se concibió con el propósito de albergar un día las
piezas robadas—, ni el Partenón un recinto arqueológico más. “Las esculturas
del Partenón tienen un significado muy simbólico: en ellas está la primera
representación de la primera democracia del mundo, porque el arte griego fue
una expresión de la política de su tiempo”. Pero el signo de los tiempos es
ahora el virtual, y el museo recurre a las nuevas tecnologías para recrear la
historia del monumento y explicar su significado. “En estos diez años he
comprobado que los visitantes cada vez saben menos de mitología, de historia o
cultura clásica. Por eso el museo debe suplir esas carencias y enseñarles no
sólo lo que se ve, sino el contexto necesario para entender la visita. Para
finales de año todo el contenido del museo estará disponible online, para
profanos y para expertos”. Para explicar, entre otras cosas, por qué los
estudios clásicos deberían tener (o recuperar) relevancia, “porque pueden
explicar cuestiones contemporáneas”.
Coincidiendo con el
décimo aniversario del museo, que se celebró en junio, se abrió al público una
excavación de 4.000 metros cuadrados en los mismos cimientos del mismo, que
permite recorrer un antiguo barrio ateniense y ver las casas, talleres y baños
que le dieron vida desde la Grecia clásica hasta el periodo bizantino. Lo
local, lo popular, frente a la universalidad elevada del Partenón. Porque “el
museo nos devuelve nuestras raíces europeas, nuestra memoria. Por eso la
cuestión del retorno de los mármoles no es solo cultural, sino altamente
simbólica: el Partenón es el emblema de la civilización occidental, el logro
culminante de un mundo que dio origen al nuestro".
https://elpais.com/cultura/2019/07/31/actualidad/1564588440_472385.html
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