Juan José Millás
"¡QUÉ SOLOS SE quedan los muertos!”, decía Bécquer en un poema
memorable. El animal acababa de ser sacrificado en una matanza celebrada en un
pueblo de Toledo, según rezaba el pie de foto. Tal vez agonizó sobre el mismo
banco de madera sobre el que ahora descansa, desprovisto al fin de las
tensiones propias de la vida.
Sorprende que no haya nadie alrededor del
cadáver, como si hubieran ido todos a cambiarse de ropa, pues tenemos entendido
que los cochinos, además de gritar como cerdos, sangran mucho cuando se les
corta la yugular, y lo ponen todo perdido con la agitación y los estertores que
preceden al óbito. En ocasiones, cuatro o cinco hombres no bastan para
mantenerlos quietos. Quizá los ejecutores estén, pues, recuperando el resuello
o echando un cigarrillo mientras comentan las incidencias del holocausto. La
ventana de la derecha tiene el párpado echado, como si fuera la hora de la
siesta. Combinan bien la siesta y la muerte, sobre todo en los días de calor
durante los que conviene mantener la casa oscura. También los colores de la
pared, con sus manchas de humedad y la textura del suelo, algo grosera,
colaboran a crear esa atmósfera de soledad a la que nos referíamos más arriba.
Nada que decir, pues, de la composición, del diseño, ni del punto
de vista elegido para obtener la imagen. De hecho, el día que tropezamos con
ella en una página del periódico dedicada a la triquinosis, nos detuvimos un
rato en su contemplación, en parte conmovidos por el sentido artístico del
fotógrafo y en parte identificados con el abandono del puerco. La vida es
difícil para todos
https://elpais.com/elpais/2019/08/12/eps/1565604660_403735.html
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