jueves, 3 de marzo de 2022

GRAN CONCIERTO BEETHOVENIANO EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRD

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Orquesta Sinfónica de Viena. Andrés Orozco-Estrada, director. Vilde Frang, violín,

Auditorio nacional de Música. 2 de marzo, 2022

Programa

Ludwig van Beethoven (1770 - 1827)

Concierto para para violín en re mayor,

op. 61 (1806)

I. Allegro ma non troppo

II. Larghetto

III. Rondo. Allegro

Sinfonía núm. 7 en la mayor, op. 92 (1811 - 1812)

I. Poco sostenuto - Vivace

II. Allegretto

III. Presto

IV. Allegro con brio

La Filarmónica, en su décimo aniversario, con una nueva velada en el Auditorio Nacional, ha acertado plenamente en la elección del repertorio (siempre Beethoven), la Orquesta Sinfónica de Viena dirigida por su nuevo gestor titular desde el año pasado, Andrés Orozco-Estrada y una violinista de gusto y excelente saber hacer musical: Vilde Frang.

Efectivamente, la Orquesta Sinfónica de Viena (en alemán Wiener Symphoniker) es una formación sinfónica austriaca, la más importante de la ciudad de Viena tras la célebre Orquesta Filarmónica. Fue fundada en 1900 por Ferdinand Löwe con el nombre de Wiener Concertverein (Sociedad vienesa de Conciertos).

Después de las vicisitudes sufridas durante la II Guerra Mundial, el primer concierto tras la guerra tuvo lugar el 16 de septiembre de 1945, con la interpretación de la Sinfonía nº 3 de Gustav Mahler dirigida por Josef Krips. El director Herbert von Karajan dirigió la orquesta en giras por toda Europa y Norteamérica. En 1959 el papa Juan XXIII asistió a un concierto de la orquesta en la Ciudad del Vaticano, dirigida por un joven Wolfgang Sawallisch. Con Sawallisch, al igual que con Von Karajan, la orquesta tocó en los auditorios más importantes del mundo entero. Otros directores prestigiosos que han sido sus titulares son Carlo Maria Giulini o Gennady Rozhdestvensky. Georges Prêtre fomentó el repertorio francés de la orquesta durante su tarea como responsable.

Por su parte, la solista, Vilde frang, (Oslo, 19 de agosto de 1986) de nacionalidad noruega, estudió primero en el Barratt Due Music Institute de Oslo, con Kolja Blacher, y después en la Musikhochschule de Hamburgo y en la Academia de Kronberg con Ana Chumachenco.

A los 10 años realizó su debut con la Orquesta de la Radio de Noruega. A los 12 fue invitada por el director de orquesta Mariss Jansons para tocar con la Orquesta Filarmónica de Oslo, y actúa desde entonces con importantes grupos, como la Hallé de Mánchester, la Orquesta de Cámara Mahler, la Orquesta Filarmónica Checa, la Sinfónica de la WDR de Colonia, la Orquesta de la Tonhalle de Zúrich, la Konzerthausorchester de Berlín o la NHK de Tokio. Ha hecho varias giras con la Filarmónica de la BBC.

Realiza proyectos comunes también al lado de Gidon Kremer y Yuri Bashmet en el Chamber Music Connects the World Festival, con Martha Argerich, Renaud y Gautier Capuçon en el Festival de Chambéry, así como al lado de Leif Ove Andsnes y Truls Mørk en Noruega.

Actuó con la violinista Anne-Sophie Mutter en 2007 y 2008, en el marco de una gira por Europa y Estados Unidos, donde interpretaron juntas el concierto para 2 violines de Bach con la Camerata Salzburgo.

En 2012, Vilde Frang se produce por primera vez con la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la dirección de Bernard Haitink, con ocasión del Festival de Lucerna. Ha tocado con un violín de Jean-Baptiste Vuillaume de 1864 y ahora actúa con un Stradivarius ‘Engleman’, que data de 1709, y que le presta la Nippon Music Foundation.

La primera parte de la velada, se escuchó el Concierto para violín en re mayor, Op. 61 de Ludwig van Beethoven, escrito en 1806, el único del compositor para este instrumento. Es una importante obra del repertorio ad hoc, y es frecuentemente interpretada y grabada hoy en día.

La obra se estrenó el 23 de diciembre de 1806 en el Theater an der Wien de Viena y el músico alemán lo escribió para su colega Franz Clement, destacado violinista del momento, que anteriormente le había aconsejado durante la composición de su ópera Fidelio. Se cree que Beethoven terminó el solo tan tarde que Clement tuvo que leer a primera vista una parte de su interpretación. Quizás para expresar su disgusto, o para mostrar de lo que habría sido capaz si hubiera tenido tiempo para prepararse, Clement interrumpió el concierto entre el primer y el segundo movimiento, tocando una composición propia.

La obra no tuvo además buena recepción por parte de los espectadores, y el concierto fue ejecutado pocas veces durante las décadas siguientes. La obra fue recuperada hacia 1844, 17 años después de la muerte de Beethoven, interpretada por Joseph Joachim y con la orquesta dirigida por Felix Mendelssohn.

Vilde Frang es una joven violinista que demostró su valía in crescendo mientras se hilaban los diversos movimientos de esta pieza. Con una gran expresividad y aguda técnica concertística, compuso una totalidad que cuajó con la dirección holgada y disponible del Maestro Orozco-Estrada, respaldado por una orquesta que compone todos los planos sonoros posibles en sus diferentes secciones, con destacados instrumentistas que forman parte del conjunto.

Frang estuvo muy pendiente de la evolución de sus compañeros, buscando con la mirada al resto de músicos, mientras abría y cerraba su mano izquierda para relajarla antes de retomar la ejecución el momento siguiente.

No se produjo esa comunicación eléctrica que buscaba la violinista noruega, pero todo transcurrió como un reloj, en un mecanismo ajustado de perfección y elegancia.

Arropada por un vestido de lamé gris con zapatos a juego, breve el escote, Vilde pareció a veces con una mirada de gacela angustiada, pero, al verla en el transcurso de la noche se pudo apreciar que, lo que tal vez le ocurría, era que estaba sometida a una fuerte concentración y esfuerzo, máximos. Recibió una ovación y nos dejó  como encore una partitura dulce como ella, antes de ceder la batuta, luego de la pausa, a la orquesta y su responsable, para una gloriosa e hipnótica séptima sinfonía.

Esta partitura fue estrenada en Viena el 8 de diciembre de 1813 durante una sesión de caridad para los soldados heridos en la batalla de Hanau (la guerra otra vez…). El propio Beethoven dirigía una orquesta repleta de músicos con ilustres cualidades, tales como Louis Spohr, Giacomo Meyerbeer, Mauro Giuliani, Johann Nepomuk Hummel, Ignaz Moscheles, Domenico Dragonetti, Andreas Romberg y Antonio Salieri. Fue muy bien acogida por la crítica del momento y el allegretto tuvo que ser repetido el día del estreno.

Tras una introducción lenta (como en la Primera, la Segunda y la Cuarta sinfonías) el primer movimiento está escrito según la forma sonata y en el predominan los ritmos de danza y alegres. El segundo movimiento, en La menor, es Allegretto y a menudo se interpreta excesivamente lento debido a la tradición de escribir los segundos movimientos en tempo Adagio o Lento, aunque aquí Beethoven rompe con esta tradición debido simplemente a que para formular el contraste entre el Vivace y el Presto no es necesario bajar el tiempo hasta un Lento. La forma corresponde a un tema con variaciones de dos temas contrastantes. El primer tema comienza solo con las cuerdas. A medida que avanza el movimiento se van introduciendo los demás instrumentos de la orquesta hasta llegar al tutti en fortísimo. El ostinato (tema rítmico repetido) de una negra, dos corcheas y dos negras es oído repetidamente.

El tercer fragmento sinfónico es un scherzo que sigue la forma ternaria y el último también presenta la forma sonata. Se piensa que este movimiento puede representar una fiesta o la alegría del dios Baco, entre otros motivos. De hecho, la sensación  que transmite la sonoridad de los instrumentos es de clímax y anticlímax constantes, en un sube y baja continuo con un final esplendoroso que hace pensar en las más fervientes emociones de las capacidades humanas para amar y gozar.

Herbert von Karajan con la Berliner Philharmoniker, en 1976 Carlos Kleiber con la Wiener Philharmoniker, Leonard Bernstein o Claudio Abbado la han grabado en unas reproducciones imprescindibles del corpus beethoveniano.

Profusamente citada y escuchada, a menudo esta creación ilustra obras de arte de otro tipo de lenguaje, como el cine y así, apareció en la película El discurso del rey, donde se escucha un fragmento del segundo movimiento de esta sinfonía durante el discurso final que da Jorge VI del Reino Unido (representado por el actor Colin Firth). Y en la recordada película Los unos y los otros, de Claude Lelouch, el bailarín argentino Jorge Donn interpreta una coreografía de danza clásica con el último movimiento de esta joya sinfónica.

Qué decir de la orquesta, cuya prestación ejemplar se daba por supuesto y cumplió con creces, con una capacidad de interpretar nada rutinaria, nada convencional, a pesar de lo reiterado de las escuchas del repertorio de Beethoven. Hicieron una ofrenda idiosincrática y personal como ensemble.

Capítulo aparte merece la labor de conjunto del maestro Orozco-Estrada en su éxito para, destacar, señalar, pasar volando las páginas de una partitura que se sabía de memoria con la izquierda y obtener una respuesta de sus músicos única, entregada, cómplice, hasta donde pueden llegar formaciones tan protocolarizadas, históricas y germánicas. Camisa blanca impoluta y frac abreviado, zapatos cómodos, desarrolla una energía avasallante que imprime al movimiento íntimo y también hacia el exterior, trayendo y llevando a la orquesta a auténticos paroxismos sonoros (en el último movimiento de la séptima, por ejemplo).

Su afán por diferenciar cada sección de la formación alcanza su plenitud casi todo el tiempo y parte del buen rapport entre los intérpretes y el maestro a cargo que escucha todo, que ve todo y pule una y otra vez, el ya satinado suelo de un podio de madera noble, agotado y lustroso. Su apasionamiento se ha visto en otros directores, pero no uno mayor, desde luego.

Gran cierre con propina incluida y la audiencia puesta en pie, casi dos horas de velada y la sensación de que con esta música y con estos artistas, los presentes habían, por lo menos artísticamente, hecho brillar su condición noble y planetaria de seres humanos. ¡Brindemos por la vida!

A pesar de escuchar unas partituras divinas, por lo sobrehumanas y la identidad que tienen para abstraer y transportar al oyente a mundos más diáfanos, fuera, en Europa, se está desarrollando una guerra. La invasión ucraniana, cuando apenas se habían comenzado a valorar las secuelas de la pandemia, ha azotado otra vez las conciencias de todos aquellos que, de alguna manera, piensan o sienten que la humanidad es un corpus del que cada uno de los habitantes del planeta forma parte.

Así pues, asistir a una velada de Beethoven y sobre todo con Beethoven, más que un acto social de autoafirmación o regodeo estético, podría vincularse a la búsqueda de consuelo metafísico o de compasión por el sufrimiento de quienes, de una manera involuntaria e inútil, rinden su vida en aras de la defensa de no sabe muy bien qué intereses. En general, eso sí, inexplicables y espurios. Las patrias se cobran un precio fantástico.

La vinculación a un compositor que admiró al joven Napoleón cuando todavía no había decidido controlar los destinos de Europa y le dedicó una de sus preciosas sinfonías, la tercera, la Heroica, para quitarle posteriormente el regalo con uno nuevo, filoso, “A la memoria de un gran hombre”, nos acerca inevitablemente a la preocupación de muchos artistas y audiencias por conectar con la empatía y la suerte de los que, aunque desconocidos, sufren, somos conscientes de ello (o deberíamos) serlo.

Ojalá pueda el maestro de Bonn confortarnos en ese sentimiento, nada desconocido, de impotencia y rabia ante la destrucción de unos ideales que a veces habíamos conseguido defender a lo largo de la Historia: el respeto por los derechos humanos, en especial, la libertad y la vida.

Alicia Perris 

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