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Orquesta Sinfónica de Viena. Andrés Orozco-Estrada, director. Vilde Frang, violín,
Auditorio nacional de Música. 2 de marzo, 2022
Programa
Ludwig van Beethoven (1770 - 1827)
Concierto para para violín en re mayor,
op. 61 (1806)
I. Allegro ma non troppo
II. Larghetto
III. Rondo. Allegro
Sinfonía núm. 7 en la mayor, op. 92 (1811 - 1812)
I. Poco sostenuto - Vivace
II. Allegretto
III. Presto
IV. Allegro con brio
La Filarmónica, en su décimo
aniversario, con una nueva velada en el Auditorio Nacional, ha acertado
plenamente en la elección del repertorio (siempre Beethoven), la Orquesta
Sinfónica de Viena dirigida por su nuevo gestor titular desde el año pasado, Andrés Orozco-Estrada y una violinista
de gusto y excelente saber hacer musical: Vilde
Frang.
Efectivamente, la Orquesta Sinfónica de Viena (en alemán Wiener
Symphoniker) es una formación sinfónica austriaca, la más importante de la
ciudad de Viena tras la célebre Orquesta Filarmónica. Fue fundada en 1900 por
Ferdinand Löwe con el nombre de Wiener Concertverein (Sociedad vienesa de
Conciertos).
Después de las vicisitudes sufridas durante la II Guerra Mundial,
el primer concierto tras la guerra tuvo lugar el 16 de septiembre de 1945, con
la interpretación de la Sinfonía nº 3 de Gustav Mahler dirigida por Josef
Krips. El director Herbert von Karajan dirigió la orquesta en giras por toda
Europa y Norteamérica. En 1959 el papa Juan XXIII asistió a un concierto de la
orquesta en la Ciudad del Vaticano, dirigida por un joven Wolfgang Sawallisch.
Con Sawallisch, al igual que con Von Karajan, la orquesta tocó en los
auditorios más importantes del mundo entero. Otros directores prestigiosos que
han sido sus titulares son Carlo Maria Giulini o Gennady Rozhdestvensky.
Georges Prêtre fomentó el repertorio francés de la orquesta durante su tarea
como responsable.
Por su parte, la solista, Vilde frang, (Oslo, 19 de agosto de 1986)
de nacionalidad noruega, estudió primero en el Barratt Due Music Institute de
Oslo, con Kolja Blacher, y después en la Musikhochschule de Hamburgo y en la
Academia de Kronberg con Ana Chumachenco.
A los 10 años realizó su debut con la Orquesta de la Radio de
Noruega. A los 12 fue
invitada por el director de orquesta Mariss Jansons para tocar con la Orquesta
Filarmónica de Oslo, y actúa desde entonces con importantes grupos, como la
Hallé de Mánchester, la Orquesta de Cámara Mahler, la Orquesta Filarmónica
Checa, la Sinfónica de la WDR de Colonia, la Orquesta de la Tonhalle de Zúrich,
la Konzerthausorchester de Berlín o la NHK de Tokio. Ha hecho varias giras con
la Filarmónica de la BBC.
Realiza proyectos comunes también al lado de Gidon Kremer y Yuri
Bashmet en el Chamber Music Connects the World Festival, con Martha Argerich,
Renaud y Gautier Capuçon en el Festival de Chambéry, así como al lado de Leif
Ove Andsnes y Truls Mørk en Noruega.
Actuó con la violinista Anne-Sophie Mutter en 2007 y 2008, en el
marco de una gira por Europa y Estados Unidos, donde interpretaron juntas el
concierto para 2 violines de Bach con la Camerata Salzburgo.
En 2012, Vilde Frang se produce por primera vez con la Orquesta
Filarmónica de Viena bajo la dirección de Bernard Haitink, con ocasión del
Festival de Lucerna. Ha tocado con un violín de Jean-Baptiste Vuillaume de 1864
y ahora actúa con un Stradivarius ‘Engleman’, que data de 1709, y que le presta
la Nippon Music Foundation.
La primera parte de la velada, se escuchó el Concierto para violín
en re mayor, Op. 61 de Ludwig van
Beethoven, escrito en 1806, el único del compositor para este instrumento.
Es una importante obra del repertorio ad hoc, y es frecuentemente interpretada
y grabada hoy en día.
La obra se estrenó el 23 de diciembre de 1806 en el Theater an der
Wien de Viena y el músico alemán lo escribió para su colega Franz Clement,
destacado violinista del momento, que anteriormente le había aconsejado durante
la composición de su ópera Fidelio. Se cree que Beethoven terminó el solo tan
tarde que Clement tuvo que leer a primera vista una parte de su interpretación.
Quizás para expresar su disgusto, o para mostrar de lo que habría sido capaz si
hubiera tenido tiempo para prepararse, Clement interrumpió el concierto entre
el primer y el segundo movimiento, tocando una composición propia.
La obra no tuvo además buena recepción por parte de los
espectadores, y el concierto fue ejecutado pocas veces durante las décadas
siguientes. La obra fue recuperada hacia 1844, 17 años después de la muerte de
Beethoven, interpretada por Joseph Joachim y con la orquesta dirigida por Felix
Mendelssohn.
Vilde Frang es una joven violinista que demostró su valía in
crescendo mientras se hilaban los diversos movimientos de esta pieza. Con una
gran expresividad y aguda técnica concertística, compuso una totalidad que
cuajó con la dirección holgada y disponible del Maestro Orozco-Estrada,
respaldado por una orquesta que compone todos los planos sonoros posibles en
sus diferentes secciones, con destacados instrumentistas que forman parte del
conjunto.
Frang estuvo muy pendiente de la evolución de sus compañeros,
buscando con la mirada al resto de músicos, mientras abría y cerraba su mano
izquierda para relajarla antes de retomar la ejecución el momento siguiente.
No se produjo esa comunicación eléctrica que buscaba la violinista noruega, pero todo transcurrió como un reloj, en un mecanismo ajustado de perfección y elegancia.
Arropada por un vestido de lamé gris con zapatos a juego, breve el
escote, Vilde pareció a veces con una mirada de gacela angustiada, pero, al
verla en el transcurso de la noche se pudo apreciar que, lo que tal vez le
ocurría, era que estaba sometida a una fuerte concentración y esfuerzo,
máximos. Recibió una ovación y nos dejó
como encore una partitura dulce como ella, antes de ceder la batuta,
luego de la pausa, a la orquesta y su responsable, para una gloriosa e
hipnótica séptima sinfonía.
Esta partitura fue estrenada en Viena el 8 de diciembre de 1813
durante una sesión de caridad para los soldados heridos en la batalla de Hanau
(la guerra otra vez…). El propio Beethoven dirigía una orquesta repleta de
músicos con ilustres cualidades, tales como Louis Spohr, Giacomo Meyerbeer,
Mauro Giuliani, Johann Nepomuk Hummel, Ignaz Moscheles, Domenico Dragonetti,
Andreas Romberg y Antonio Salieri. Fue muy bien acogida por la crítica del momento y el allegretto
tuvo que ser repetido el día del estreno.
Tras una introducción lenta (como en la Primera, la Segunda y la
Cuarta sinfonías) el primer movimiento está escrito según la forma sonata y en
el predominan los ritmos de danza y alegres. El segundo movimiento, en La
menor, es Allegretto y a menudo se interpreta excesivamente lento debido a la
tradición de escribir los segundos movimientos en tempo Adagio o Lento, aunque
aquí Beethoven rompe con esta tradición debido simplemente a que para formular
el contraste entre el Vivace y el Presto no es necesario bajar el tiempo hasta
un Lento. La forma corresponde a un tema con variaciones de dos temas
contrastantes. El primer tema comienza solo con las cuerdas. A medida que
avanza el movimiento se van introduciendo los demás instrumentos de la orquesta
hasta llegar al tutti en fortísimo. El ostinato (tema rítmico repetido) de una
negra, dos corcheas y dos negras es oído repetidamente.
El tercer fragmento sinfónico es un scherzo que sigue la forma
ternaria y el último también presenta la forma sonata. Se piensa que este
movimiento puede representar una fiesta o la alegría del dios Baco, entre otros
motivos. De hecho, la sensación que
transmite la sonoridad de los instrumentos es de clímax y anticlímax
constantes, en un sube y baja continuo con un final esplendoroso que hace
pensar en las más fervientes emociones de las capacidades humanas para amar y
gozar.
Herbert von Karajan con la Berliner Philharmoniker, en 1976 Carlos
Kleiber con la Wiener Philharmoniker, Leonard Bernstein o Claudio Abbado la han
grabado en unas reproducciones imprescindibles del corpus beethoveniano.
Profusamente citada y escuchada, a menudo esta creación ilustra
obras de arte de otro tipo de lenguaje, como el cine y así, apareció en la
película El discurso del rey, donde se escucha un fragmento del segundo
movimiento de esta sinfonía durante el discurso final que da Jorge VI del Reino
Unido (representado por el actor Colin Firth). Y en la recordada película Los
unos y los otros, de Claude Lelouch, el bailarín argentino Jorge Donn
interpreta una coreografía de danza clásica con el último movimiento de esta
joya sinfónica.
Qué decir de la orquesta, cuya prestación ejemplar se daba por supuesto y cumplió con creces, con una capacidad de interpretar nada rutinaria, nada convencional, a pesar de lo reiterado de las escuchas del repertorio de Beethoven. Hicieron una ofrenda idiosincrática y personal como ensemble.
Capítulo aparte merece la labor de conjunto del maestro
Orozco-Estrada en su éxito para, destacar, señalar, pasar volando las páginas
de una partitura que se sabía de memoria con la izquierda y obtener una
respuesta de sus músicos única, entregada, cómplice, hasta donde pueden llegar
formaciones tan protocolarizadas, históricas y germánicas. Camisa blanca
impoluta y frac abreviado, zapatos cómodos, desarrolla una energía avasallante que
imprime al movimiento íntimo y también hacia el exterior, trayendo y llevando a
la orquesta a auténticos paroxismos sonoros (en el último movimiento de la
séptima, por ejemplo).
Su afán por diferenciar cada sección de la formación alcanza su
plenitud casi todo el tiempo y parte del buen rapport entre los intérpretes y
el maestro a cargo que escucha todo, que ve todo y pule una y otra vez, el ya
satinado suelo de un podio de madera noble, agotado y lustroso. Su
apasionamiento se ha visto en otros directores, pero no uno mayor, desde luego.
Gran cierre con propina incluida y la audiencia puesta en pie, casi
dos horas de velada y la sensación de que con esta música y con estos artistas,
los presentes habían, por lo menos artísticamente, hecho brillar su condición
noble y planetaria de seres humanos. ¡Brindemos por la vida!
A pesar de escuchar unas partituras divinas, por lo sobrehumanas y
la identidad que tienen para abstraer y transportar al oyente a mundos más
diáfanos, fuera, en Europa, se está desarrollando una guerra. La invasión
ucraniana, cuando apenas se habían comenzado a valorar las secuelas de la pandemia,
ha azotado otra vez las conciencias de todos aquellos que, de alguna manera,
piensan o sienten que la humanidad es un corpus del que cada uno de los
habitantes del planeta forma parte.
Así pues, asistir a una velada de Beethoven y sobre todo con Beethoven, más que un acto social
de autoafirmación o regodeo estético, podría vincularse a la búsqueda de
consuelo metafísico o de compasión por el sufrimiento de quienes, de una manera
involuntaria e inútil, rinden su vida en aras de la defensa de no sabe muy bien
qué intereses. En general, eso sí, inexplicables y espurios. Las patrias se
cobran un precio fantástico.
La vinculación a un compositor que admiró al joven Napoleón cuando
todavía no había decidido controlar los destinos de Europa y le dedicó una de
sus preciosas sinfonías, la tercera, la Heroica, para quitarle posteriormente
el regalo con uno nuevo, filoso, “A la memoria de un gran hombre”, nos acerca
inevitablemente a la preocupación de muchos artistas y audiencias por conectar
con la empatía y la suerte de los que, aunque desconocidos, sufren, somos
conscientes de ello (o deberíamos) serlo.
Ojalá pueda el maestro de Bonn confortarnos en ese sentimiento,
nada desconocido, de impotencia y rabia ante la destrucción de unos ideales que
a veces habíamos conseguido defender a lo largo de la Historia: el respeto por
los derechos humanos, en especial, la libertad y la vida.
Alicia Perris
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