Retirada del cadáver de Nancy Spungen, novia de Sid
Vicius. PAUL DEMARIA.
Actualizado: 14/02/2014 10:59 horas
Es imposible encontrar un edificio con una historia tan rica como el
hotel Chelsea, en cuyas estancias residieron Mark Twain, Leonard Cohen o
Andy Warhol y en cuyo primer piso encontraron desangrado el cadáver de la novia
adolescente de Sid Vicious en octubre de 1978.
El Chelsea fue adquirido hace dos años por una promotora
inmobiliaria que empezó a renovarlo pese a las protestas de sus últimos
inquilinos, atrincherados en apartamentos con contratos de renta antigua y
temerosos de que cualquier reforma eliminara para siempre el alma del lugar.
En ese entorno elegíaco, la escritora Sherill Tippins acaba de
publicar 'Inside the Dream Palace': una especie de biografía de un edificio
que nació de las ruinas del socialismo utópico europeo y se fue convirtiendo
durante el siglo XX en el hogar de los bohemios más excéntricos de Nueva York.
El libro detalla los orígenes del Chelsea, concebido en 1884 por el
arquitecto francés Philip G. Hubert, cuyo objetivo inicial era construir
una comunidad autosuficiente en el corazón de Manhattan a imagen y semejanza de
los falansterios del idealista Charles Fourier.
Una habitación de 1971. HAL GOLDENBERG.
Así fue como Hubert levantó en 1884 un edificio neogótico de 12
plantas con balcones metálicos, un jardín en la azotea y una escalinata
central. Al principio el Chelsea no fue un hotel, sino un bloque donde
residían unas 80 familias y donde había habitaciones minúsculas para la
clase obrera, estudios luminosos para los artistas y viviendas de lujo para
familias con dinero que querían vivir en el distrito donde entonces se
encontraban los teatros de Nueva York.
Entonces el Chelsea era el edificio más alto de la ciudad y uno
de los pocos que albergaban miembros de todas las clases sociales en unos años
en los que las desigualdades empezaban a exacerbarse en Nueva York. "En
cada planta había viviendas de gente con dinero y habitaciones más pequeñas
donde vivían personas que aspiraban a triunfar", explica Tippins, que
subraya que no era "un diseño fruto de la casualidad".
La utopía del arquitecto Hubert terminó abruptamente con la quiebra
del edificio en 1905. En parte por la poca destreza de los administradores
y en parte por el declive del barrio, cuyos teatros fueron emigrando poco a
poco a Times Square.
El Chelsea abrió entonces sus puertas como un hotel residencial.
Un estatus que conservó durante el resto del siglo XX y que propició su
reinvención como epicentro de la bohemia neoyorquina mucho antes de que
encontraran refugio entre sus muros personajes como el actor Dennis Hopper, la
diseñadora Betsey Johnson o el escritor Jack Kerouac.
El libro de Tippins es un pozo inagotable de anécdotas sobre los
personajes desgarrados que habitaron en el edificio, cuyas estancias define
como "una especie de caravanas desgastadas" y a cuyos
residentes se refiere como tipos a quienes no les importaba convivir con el
linóleo descascarillado de los suelos, el ejército de cucarachas de los
pasillos o los vapores de marihuana que se respiraban en el ascensor.
A finales de los años 30, el Chelsea fue adquirido por tres
propietarios de origen centroeuropeo que abrieron sus puertas a
intelectuales dipsómanos como Dylan Thomas o Thomas Wolfe. Ese prurito llevó a
la coleccionista Peggy Guggenheim a alquilar uno de sus salones para presentar
en sociedad al artista Jason Pollock, cuyo vómito sobre una alfombra conservó
durante décadas uno de los empleados con la esperanza de subastarlo un día como
souvenir.
El hotel vivió su edad dorada al calor de la revolución sexual de
los años 60 y 70. Por allí pasaron escritores como William S. Burroughs o
Arthur Miller, que recordó en sus memorias la vida en el Chelsea como
"indulgente, egocéntrica y nada libre". También el cantautor
canadiense Leonard Cohen, que describió su romance efímero con Janis Joplin en
una canción que lleva el nombre del hotel.
Unos 90 inquilinos residen aún atrincherados en el Chelsea mientras
los nuevos propietarios avanzan en su renovación. Tippins contaba recientemente
que se llevó al hotel a un amigo que presume de tener poderes sobrenaturales y
se quedó de piedra nada más llegar: "Estuvo despierto toda la noche
hablando con los fantasmas. Me contó que estaban por todas partes. En los
ascensores y en el vestíbulo. Me dijo que todos querían llamar la
atención".
http://www.elmundo.es/cultura/2014/02/14/52fdd30e268e3e79698b456b.html
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