J. J. ARMAS MARCELO
Foenkinos ha sentado a John Lennon en el diván: cada uno de los lectores
de Lennon (Alfaguara)
hace de psiquiatra particular al entrar en el texto del francés. Lo primero que
escribo: Foenkinos pisa un terreno que conoce como si fuera su propia vida, ese
Lennon privado, lleno de complejos humanos, inseguro, buena persona, un poco
entre envidioso y admirador de Paul McCarney, su rival y amigo. Foenkinos hace
un esfuerzo literario muy a tener en cuenta: hace hablar a Lennon, sesión tras
sesión, a lo largo de su vida, sin levantarle del diván del psiquiatra. Nos deja el juicio final, a nosotros que quisimos tanto a
Lennon que siempre lo tenemos en nuestra mente. Lennon no fue un compositor
genial solamente: fue una época, con sus tonterías (como todas las épocas) y
sus consecuencias. Fue pasando el tiempo y apareció la mujer de su vida, una
japonesa de alta extracción social y económica. En mi último viaje a Tokio,
hace tan sólo unos meses, Ryukichi Terao me contó que Kobe, el escritor japonés
que él ha traducido al español, fue una vez a Estados Unidos a hablar con no sé
que profesor norteamericano de Harvard. Les pusieron una intérprete japonesa
que conocía muy bien el inglés. Para Kobe fue una desconocida muy agresiva,
hasta que se hizo mundialmente famosa gracias a sus amores con Lennon, sus
fotografías aparentemente morbosas desde el punto de vista de la moral
dominante en Occidente y en Oriente. Entonces supo que era Yoko Ono.
En ese viaje a Tokio, Terao me llevó paseando por
la irrepetible Avenida Ginza. Durante ese paseo, de vez en cuando yo me detenía
y trataba de medir la calle interminable con mis números: mucho más que la
Quinta de Manhattan unida a la Michigan de Chicago. Mucho más. Íbamos al Café
Paulista en Ginza, donde todos los días desayunaban Yoko y John Lennon. Allí
están sus fotografías, sus sonrisas, sus juegos malabares de niños famosos
llenando una época. Al leer el Lennon de Foenkinos no he hecho otra cosa
que rendir homenaje a mi propia época, preferentemente musical. Quiero decir
que la mía es una época de cambio que no puede entenderse sin los Beatles y otros
heresiarcas de la música y del tiempo. Hasta que llegó Yoko Ono a su vida, Lennon era un loco sometido a mil
impulsos entre salvajes, lumpen y geniales. Él
era el gran cambio de su propia época: en todo. No cambió el mundo, pero cambió
la música, cambió el tiempo y sus gustos, nos cambió bastante a todos, en el
instante en que nuestros padres decían que esos cuatro peludos estaban acabando
con la música; que no sabían nada de música, que no tocaban sino que aporreaban
los instrumentos. Hoy Lennon llena el siglo XX, con su música y la de los
Beatles, los cuatro peludos que no sabían hacer música. Es él el gran
compositor de nuestro himno generación, entre otras muchas músicas únicas: Imagine.
Tengo todos los Lennon posibles en vinilo. Todos los días, cuando entro en mi anárquica e imposible biblioteca a escribir, miro hacia la izquierda y saludo a los Lennon de vinilo que sobresalen de un anaquel. Como tantos otros documentos, están aquí, conmigo, respirando más allá de la piel y en mi memoria, haciéndonos, a quienes todavía andamos anclados en nuestra generación, tal como somos. Imagine está aquí, entre nosotros, cuando lo oímos de cerca nos sentimos más jóvenes y, como dé lugar, las endorfinas cantan con nuestros cuerpos cansados una canción de amor.
La última vez que estuve en Tokio fuimos Terao, José Esteban y yo al tugurio que un hermano de Yoko (igualito físicamente a ella) tiene en Shibuya, un barrio populoso y céntrico, donde vive el mismo Terao. El hermano de Yoko se sonríe cada vez que nos ve entrar y pone a todo gas el Imagine de John Lennon. Una noche estuvimos allí, hasta las mil y quinientas, discutiendo si fue Yoko Ono quien terminó con los Beatles o fue Paul. O John. O los dos. O los cuatro peludos eternos. Foenkinos hace hablar a Lennon y el propio genio de Liverpool nos da las soluciones que hasta ahora estábamos buscado entre muchas dudas. Por cierto, no estuve nunca en Liverpool y ahora tengo a esa ciudad entre mis preferencias.
http://www.elcultural.es/articulo_imp.aspx?id=34036
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