EDUARDO SUÁREZ . Nueva York
Se podría decir que
Ernest Hemingway sufría el síndrome de Diógenes. Nunca le gustó deshacerse de
sus papeles y los guardaba como tesoros en sus casas de París, Idaho o Key
West.
En ningún lugar vivió
tanto tiempo el escritor como en Finca
Vigía: la mansión a las afueras de La Habana donde se enteró de que le habían
dado el Nobel y donde moldeó la historia de El viejo y el mar.
La quinta permaneció abandonada durante décadas y sólo empezó a recobrar parte
de su esplendor gracias al empeño de Jenny Phillips, que visitó la isla en 2001
y a la que le permitieron visitar la mansión de Hemingway por ser la nieta de
su editor.
Así fue como nació la
Fundación Finca Vigía, que ayudó a restaurar el refugio cubano del escritor con
la ayuda de varios arquitectos estadounidenses y puso en marcha un programa para digitalizar miles de
documentos escondidos durante décadas en el sótano de la
mansión.
Se trata de cerca de
2.500 papeles que, desde esta semana, pueden consultar los investigadores
gracias al respaldo de la
biblioteca presidencial de JFK, que se comprometió a
custodiarlos por la mediación de un congresista de Boston y por la tenue
relación del presidente demócrata con la familia del escritor.
Unos meses después del
suicidio de Hemingway y de la invasión fallida de Bahía de Cochinos, su viuda
Mary solicitó permiso a Kennedy para viajar en secreto a La Habana y reunirse
con Fidel Castro. El objetivo era negociar un acuerdo que le dejara llevarse
los enseres más valiosos de la quinta. A cambio, Mary se comprometía a donar el
edificio y sus alrededores al Gobierno cubano, que había empezado a expropiar
mansiones como la del escritor.
El régimen abandonó
Finca Vigía a su suerte durante décadas y los papeles de Hemingway
permanecieron olvidados en el sótano a merced de las termitas y de la humedad.
Los rescató el empeño de la fundación creada por Phillips, que adiestró a
varios cubanos para digitalizarlos y ponerlos a disposición de los filólogos y
los mitómanos del escritor.
Entre los papeles de
Finca Vigía hay postales
navideñas, pólizas de seguros y bitácoras de Hemingway. También
se encuentran los cuadernos escolares de uno de sus hijos, las entradas de
varias corridas de toros y sus pasaportes cuyos sellos detallan su espíritu
viajero y cuyas fotos detallan cómo envejeció.
"No hay ninguna
bomba", decía esta semana a 'The New York
Times' la profesora Sandra Spanier, que dirige un proyecto sobre las
cartas del escritor. "El valor de los papeles se encuentra en la textura
de la cotidianeidad, en la forma en la que trazan un retrato de Hemingway.
Cuando se fue de Cuba, él no sabía que nunca iba a regresar. Sus zapatos siguen
allí. Es como si se hubiera marchado para volver dentro de un momento".
Aun así, los papeles
esconden alguna joya. Por ejemplo,
el telegrama en el que Ingrid Bergman felicita a Hemingway por
el Nobel en octubre de 1954. "Después de todo, los suecos no son tan
tontos", escribe la actriz sueca de ¿Por quién doblan las campanas?
Hemigway en el salón de su casa de Cuba en 1953. JFK PRESIDENTIAL LIBRARY
Entre los documentos
está también la nota en la que un agregado naval de la Embajada de Estados
Unidos autoriza a Hemingway a utilizar un aparato de radio en su barquito de
recreo para captar las señales de los submarinos alemanes durante los meses más
difíciles de la II Guerra Mundial.
Los papeles de Finca
Vigía aportan luz también sobre la figura de la cuarta esposa de Hemingway.
Entre los documentos digitalizados se encuentran los pedidos de caracoles
franceses y sopa de tortuga que hacía a una tienda neoyorquina y las cartas que
escribía a unos viveros de Pensilvania preguntando cómo cultivar rosas en aquel
clima tropical.
Ninguno de estos
detalles habrían emergido si no fuera por Jenny Phillips, que visitó Finca Vigía por
primera vez hace 12 años e inició con su esposo Frank un proyecto para
restaurar la mansión. Dentro permanecían unos 9.000 libros varados desde 1960,
un disco de Glenn Miller en un fonógrafo de época y varios licores con
etiquetas ajadas y a medio terminar.
La restauración fue
obra de arquitectos de los dos países, que sellaron las goteras, renovaron los
marcos de las ventanas y cambiaron el estuco de los muros de la mansión. Pero
su trabajo no habría sido
posible sin la ayuda del mayordomo de Hemingway, René Villarreal,
que desde hace décadas vive en un vecindario cubano a las afueras de Nueva
York. «[Hemingway] solía esconder los manuscritos en una maleta en el estante
más alto del armario de su estudio", recordaba René hace unos años.
"Los manuscritos estaban envueltos en un papel marrón y luego en una
toalla que metía dentro de un maletín. Era la forma de asegurarse de que les
entraba la menor humedad".
http://www.elmundo.es/cultura/2014/02/16/52ffe4a9ca4741ce558b4577.html
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