Álex Vicente Venecia
Willem Dafoe y Abel Ferrara, ayer en Venecia. / Andrew
Medichini
Igual que esos personajes que suelen experimentar la redención en sus
películas, Abel Ferrara regresó ayer al festival que lo encumbró durante los
años noventa para expiar pecados cinematográficos más recientes. Su estudio
biográfico sobre Pier Paolo Pasolini, esperado con expectación pero también con
malos presagios, fue acogido entre aplausos en la Mostra de Venecia. Fuentes
mal informadas habían asegurado que la película se centraría en teorías
conspirativas sobre el asesinato del escritor y cineasta, lo que había hecho
esperar algo muy distinto a lo que se terminó proyectando ayer: un estimulante biopic
que recorre las últimas 48 horas de su vida, ahondado en sus obsesiones y
dibujando un retrato poliédrico del personaje.
“Nunca declaré eso. Nunca he dicho saber quién lo mató. ¿Quién de
ustedes me citó mal?”, respondió ayer Ferrara, algo molesto. “La intención
siempre fue centrarnos en su vida, su trabajo y su pasión”. El protagonista de
la película, simplemente titulada Pasolini, ha contado con un retratista
con el que guarda algún parecido. Uno creció en el Friuli italiano y el otro en
el Bronx, pero ambos demuestran una obcecación similar por los bajos fondos, el
erotismo de la marginalidad y la provocación como estilo de vida, a menudo a
partir del imaginario católico. Ferrara minimizó ayer las semejanzas: “Fue un
hombre de otro tiempo, que convivió con el fascismo en un país que le quería
destruir. Pasolini habitó en Salò cada día de su vida. Pero formaba parte de la
generación de mi padre, que creyó ciegamente en la personalidad propia”.
Su largometraje se distancia de las convenciones de este socorrido
subgénero, cada vez más emparentado con las vidas de santos. El cineasta
traduce en imágenes el universo de su protagonista, a través de un relato no
lineal y ligeramente onírico, que alterna fragmentos de sus películas,
dramatizaciones de las últimas entrevistas que concedió, imágenes de la
intimidad familiar en casa de su famosa mamma y secuencias extraídas de
su guion inacabado, Porno-Teo-Colosal, en las que participan Ninetto
Davoli, uno de sus actores fetiche, y Riccardo Scamarcio, sex symbol del
cine italiano actual. Este conglomerado permite revisar la fascinación de
Pasolini por las clases populares y la marginalidad, su visión del sexo homosexual
como acto de resistencia o su fanatismo confeso por el fútbol, al que Pasolini
definió como “última representación sagrada de nuestro tiempo”, además de su
tercer placer favorito, “tras la literatura y el eros”.
El triunfo no es solo del director y de su meticuloso montaje, sino
también de un guion extremadamente documentado, obra de Maurizio Braucci,
escritor y poeta napolitano, además de impulsor de laboratorios de creación
artística en cárceles y escuelas de barrios marginales, lo que le acerca al sujeto
en cuestión. “El cine no es solo una experiencia lingüística, sino también
filosófica”, escribió Pasolini en Poeta de las cenizas. Colaborador
habitual de Matteo Garrone, el guionista parece haber seguido el mismo consejo.
El Pasolini de Ferrara lleva
las mismas gafas oscuras que el de verdad y tiene un rostro anguloso casi
idéntico, pero habla con acento de Wisconsin, lo que disgustó ayer a parte de
la crítica italiana. “He tenido que justificarme mil veces por eso”, protestó
Ferrara. “Somos estadounidenses y el inglés es nuestra lengua materna. Cuando
veo a Willem Dafoe actuando no veo a Pasolini en 1975, sino a un hombre que
lleva un tipo de vida determinado, ya sea en Roma, en el bajo Manhattan o en
una barriada de Rio de Janeiro. Para mí, todo eso es igual. Cambiar de lengua
ha sido nuestra forma de hacer nuestra la película”. No habrá vuelto a
encontrar aquel lejano vigor de Teniente corrupto o The funeral,
pero sí una fórmula acertada y personal para acercarse a un personaje casi
imposible de descifrar.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/04/actualidad/1409858365_722035.html
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