Álex Vicente París
'Bride' (1912) de Marcel Duchamp. / The
Philadelphia Museum of Art / (Scala Archives)
Marcel Duchamp
se adelantó al arte conceptual, elevó el objeto cotidiano a categoría creativa
con los ready mades y revolucionó la idea que sus contemporáneos tenían
de la belleza. Pero, antes de todo eso, Duchamp (1887-1968) fue un aprendiz de
pintor en la Francia de entresiglos. Antes de contagiar su ironía desencantada
al arte, Duchamp intentó dar con un lenguaje propio sobre la superficie del
lienzo, como cualquier otro debutante de su generación. No tardaría en entender
que la disciplina reina nunca lograría satisfacer sus necesidades creativas.
Una exposición abre sus puertas hoy en el Centro Pompidou
de París para indagar en esa semidesconocida etapa de juventud, que
concluye oficialmente tras su exilio estadounidense en 1915. Hasta el 5 de
enero, la muestra celebrará la pintura firmada por un hombre al que la historia
del arte ha tratado de asesino de la disciplina. “El objetivo no es rehabilitar
al Duchamp pintor, ni tampoco afirmar que fue un genio del pincel”, aclara la
comisaria Cécile Debray, consciente del carácter menor de muchas de sus obras.
“He querido ver su pintura como un espacio de experimentación en el que se prefigura
todo lo que vendrá después”. El museo vuelve a traer a Europa la práctica
totalidad de la producción pictórica de Duchamp, perteneciente a la colección
del Philadelphia Art Museum y expuesta en el continente en solo dos ocasiones
anteriores. La primera fue en la gran retrospectiva con la que se inauguró el
Pompidou en 1977, que restituyó a Duchamp en su propio país, seis décadas
después del rechazo que le incitaría a romper con la pintura para buscar otras
formas de expresión.
La disciplina reina no
satisfacía las necesidades creativas del francés. Incluso en sus años de
madurez, cuando Warhol
y Rauschenberg
ya lo veneraban como a una leyenda viva, Duchamp seguía recordando cómo el
círculo más ortodoxo del cubismo lo excluyó del Salón de los Independientes en
1912. El líder teórico del movimiento, Albert Gleizes, le exigió retirar uno de
sus cuadros y mandó a sus dos hermanos, pintores menos alborotados (y, al
final, menos influyentes), a comunicarle la mala noticia. “No contesté. Tomé un
taxi para la exposición, cogí el cuadro y me lo llevé. Entendí que, después de
aquello, nunca más volvería a interesarme por los grupos”, explicaría años más
tarde al crítico Calvin Tomkins. Meses después volvió a presentar ese cuadro —Desnudo
bajando una escalera, que reproducía el movimiento como en una fotografía
estroboscópica— en el primer Armory Show de Nueva York, donde fue aplaudido a
rabiar. Su destino apuntaba hacia el otro lado del océano.
Antes, ese Duchamp veinteañero experimentó fugazmente con las escuelas
de la modernidad pictórica europea. Como demuestra la exposición, fue
impresionista a los 16 años, antes de convertirse al fauvismo a los 19 y al
cubismo a los 24. “Sin embargo, nunca se ajustó del todo al dogma de cada
movimiento. Sus cuadros desprenden cierta libertad respecto a la ortodoxia de
las vanguardias. Ya tenía pulsiones iconoclastas en la búsqueda de esa voz
propia”, opina la comisaria. Sin embargo, no siempre fue un revolucionario. A
la vista de las obras expuestas, Duchamp se parece más a un copista algo
excéntrico de las tendencias en boga que al forajido del arte en el que se
acabó convirtiendo.
La muestra compara su obra con la de algunos de sus contemporáneos. El
francés pintó desnudos coloristas que recuerdan a los de Picabia y Matisse, retratos
cubistas adulterados con la influencia del simbolismo —se apasionó por una
figura marginal como Odilon Redon— y alguna ensoñación futurista que recuerda a
De Chirico y a las novelas de Alfred Jarry. Mientras su generación reverenciaba
a Cézanne, Duchamp afirmó admirar a artistas arrinconados como Eilshemius,
pintor estadounidense menor que firmó lienzos llenos de figuras flotantes,
pintadas sin perspectiva verosímil ni anatomía fiel a la realidad. “Las
palabras faltan para definirla. Es una pintura que solo habla de sí misma”, se
asombró Duchamp, inmerso en una pintura “distanciada del realismo absoluto” y
“no tributaria de las escuelas existentes”. Una pintura "de la idea"
y “al servicio del espíritu”.
Fue impresionista a los 16
años, antes de convertirse al fauvismo con 19. En 1912, en una visita a uno de
los salones aeronáuticos que fascinaron a su época, Duchamp vislumbró otro
horizonte ante una avioneta. “La pintura ha muerto. ¿Quién podrá crear algo
mejor que esta hélice?”, dijo a sus acompañantes, Léger y Brancusi. Meses más
tarde presentaría su primer ready made: una rueda de bicicleta que no
tenía nada que envidiar a la más refinada de las esculturas. Así confirmaba el
fracaso de la pintura como modo de expresión, en el que solo reincidió dos
veces más. En 1918, pintó Tu m’, misterioso encargo destinado a la
mecenas del dadaísmo, Katherine Dreier (y ausente de la muestra por la negativa
de la Yale University Art Gallery a cederlo). Duchamp tuvo problemas para
terminar el que se considera su último cuadro. Siempre que no se contabilice El
gran vidrio, obra mítica que dejó inacabada en 1923 tras trabajar en ella
una década. Sobre ese doble panel de cristal, que encapsula un dibujo inacabado
pintado al óleo que debía retratar a una novia desvestida por nueve hombres e
ha especulado durante un siglo. André Breton, quien
calificó a Duchamp como “el hombre más inteligente de su tiempo”, creyó
descubrir en la obra una “interpretación cínica del fenómeno amoroso”. Octavio Paz, que
frecuentó al artista en los cafés surrealistas, prefirió ver en ella un ejemplo
de “metafísica de origen neoplatónico”. “Para Duchamp, dejarla inacabada fue
una manera de reconocer su fracaso. Y, a la vez, ese final también es un nuevo
principio. La obra está abierta a mil interpretaciones y anuncia la importancia
que lo invisible terminará cobrando en el arte”, analiza Debray. En otras
palabras, lo que el artista no pintó tiene tanta importancia o más que lo que
vemos. Si la relación entre Duchamp y la pintura terminó, por lo menos lo hizo
con un final abierto, en el que se intuye el arte que traería el futuro.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/23/actualidad/1411490320_979637.html
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