IKER SEISDEDOS Madrid
Una de las obras de Sorolla en la exposición en
la Fundación Mapfre de Madrid. / Bernardo Pérez
La de Sorolla y
Estados Unidos, exposición de la temporada en la Fundación
Mapfre de Madrid, no es la clásica historia del exitoso artista en el
extranjero con escaso predicamento en la España eternamente cainita. El pintor
valenciano fue también profeta en su tierra. Cosa distinta es que, a partir de
cierto momento del despegue internacional de su carrera (finales de la primera
década del siglo XX), fueran sobre todo prohombres estadounidenses quienes
pudieron pagar los, pongamos por caso, 5.000 dólares en los que se vendió el
luminoso Saliendo del baño, óleo pintado en Valencia en el verano de
1908 para ser vendido en la histórica monográfica que la Hispanic Society de
Nueva York le dedicó un año después.
La exposición, y sus réplicas en Boston y Búfalo, hicieron de Joaquín Sorolla
(1863-1923), ya consagrado en plazas como Londres o París, un artista tremendamente
popular en EE UU; solo la parada neoyorquina de 1909 contabilizó más de 160.000
visitas. La muestra que ahora llega a Madrid, tras pasar por los museos de San
Diego y el Meadows de Dallas, donde batió marcas de asistencia, trata por
primera vez de desentrañar la extraña historia de amor entre las élites
estadounidenses y el pintor de espíritu mediterráneo a través de las obras
adquiridas o encargadas por coleccionistas de aquel confín del mundo. Y lo hace
con una amplia batería de préstamos excepcionales y material nunca visto en
España o directamente inédito, fruto de una investigación liderada por Blanca
Pons-Sorolla, bisnieta del artista, comisaria de la muestra y autora de un
catálogo razonado de próxima aparición cuyo inventario ya supera las cuatro mil
obras.
Aquel éxito de 1909, que tendría su continuación dos años después en
Chicago y San Luis, es el eje sobre el que gravita la propuesta de
Pons-Sorolla. Tras un preludio que refleja tempranas muestras de fervor
estadounidense por la obra del pintor, el visitante es presentado a uno de sus
más extraordinarios valedores: Archer M. Huntington, millonario con debilidad
por el alma española y fundador en 1904 de la Hispanic Society. Híbrido entre
centro de estudios literarios y museo —-en sus dependencias de la Calle 155
plasmaría Sorolla en los últimos años de su vida una visión panóptica de España
en 14 célebres murales— tenía como misión promocionar en territorio enemigo los
logros culturales de una nación en retirada.
“Por supuesto, en aquella época, la sociedad estadounidense aún
recordaba la guerra contra España”[DE 1898], explica la comisaria, “pero
Sorolla quería contribuir a la recuperación haciéndose el mejor embajador de su
país”. Cree la experta que el espíritu de su bisabuelo, “hombre optimista,
trabajador y amante de la familia”, casaba bien con el ideario “positivo e
impetuoso” de los Estados Unidos de la época.
Eso explicaría que la mecha coleccionista prendiese con rapidez
allende los mares. Al mecenas Huntington pronto se uniría el magnate Thomas
Fortune Ryan; a él y a su debilidad por el tipismo andaluz está consagrada una
de las secciones de la exposición, que preside la serie de bocetos al óleo
organizados en torno a Cristóbal Colón saliendo del puerto de Palos
(1910) por el que el industrial pagó 50.000 francos de la época. Tampoco
tardaron en multiplicarse los encargos de retratos. Tras verlos expuestos en la
Hispanic en 1909, unos quisieron que Sorolla los pintase a la manera de
Raimundo de Madrazo y otras, con las perlas, el manto de armiño o el marco
ovalado que el valenciano reservó para La reina doña Victoria Eugenia de
Battenberg. En su visita de 1911 a Estados Unidos, los ansiosos por posar
para él fueron tantos (54 en total), que el pintor debió terminar algunos de
los encargos una vez regresó a Europa.
Todo ello se cuenta en la sección de retratos, una historia que las
exigencias de las salas de exposiciones de la Mapfre, ciertamente menos generosas
que las de los museos de Dallas y San Diego, han obligado a partir en dos pisos
diferentes. De la instalación también cabe objetar que algunos capítulos y
ciertos cuadros de enorme formato hayan acabado fuera de su lugar natural o,
como en el caso de ¡Triste herencia!, un tanto encajonados entre suelo y
techo.
No son esas las únicas diferencias entre la presentación madrileña
(del 23 de septiembre al 11 de enero) y las anteriores. En la nómina de los
cuadros que estuvieron en las paradas estadounidenses cuyo préstamo esta vez no
ha sido posible, destacan dos retratos: el encargado por William Howard Taft,
vigésimo séptimo presidente de EE UU, y el de Alfonso XIII con uniforme
de húsares, que estará en la exposición de El retrato en las Colecciones
Reales que prepara Patrimonio Nacional.
Pese a esas ausencias, en la muestra, que el exdirector del Museo
Reina Sofía y experto en Sorolla Tomás Llorens califica como “una
extraordinaria investigación”, sobran los motivos para encender la curiosidad
de los amantes del pintor, incluso en una ciudad que fue testigo de una cita
histórica con su obra en el Prado en 2009 y que cuenta con un museo dedicado al
artista con 1.300 obras.
En la muestra, por la que la fundación ha desembolsado “en torno al
medio millón de euros”, según su director del Área de Cultura, Pablo Jiménez
Burillo, hay cuadros extraordinarios nunca vistos en España (Las dos
hermanas), esclarecedores inéditos, como la serie de dibujos preparatorios
de Corriendo por la playa, descubiertos en el museo de Brooklyn durante
la gestación de la exposición; así como un catálogo rebosante de información
escasamente difundida y ejemplos del mejor Sorolla experimental, que también lo
hubo (Sombra del puente de Alcántara. Toledo o El bote blanco. Jávea).
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/19/actualidad/1411151552_463898.html
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