François Hollande y Valérie Trierweiler
Aunque las separaciones sentimentales sean finalmente la historia de
un fracaso, por mucho y conveniente maquillaje con el que quieran disfrazar o
suavizar, hay espíritus racionales convencidos de que se pueden hacer
civilizadamente, guardando las formas, tragándose ambas partes o la más
perjudicada el dolor y la hiel, prescindiendo del despecho y la venganza,
aceptando la resignación, anhelando la cicatrización de la herida, imponiendo
la necesidad del olvido. Esa actitud no la comparte una señora pelirroja
llamada Valérie Trierweiler, durante varios años pareja de Hollande, ese hombre
de apariencia grisácea en cuyos cálculos para salvar a la patria al parecer
está anatemizado por anacrónico y bobo el concepto revolución. La resentida y
agresiva dama gozó de ese dionisiaco colocón (debe de serlo, cuando se echa
tanto de menos) de encarnar a la primera dama de Francia, pero un día se enteró
con estupor de que el corazón y otros órganos menos líricos de su poderoso
hombre se habían prendado de una actriz llamada Julie Gayet y que su ignorada
cornamenta era duradera.
En fin, las cosas de la vida. Y puedes entender que la engañada le
quisiera aplastar una olla en la cabeza a ese adúltero con pinta de burócrata
pulcro o que se perdiera en la Antártida rumiando su desencanto y su amargura.
Lo que resulta cutre y sórdido es que publique un libro años después contando
que el líder del socialismo francés mostraba en la intimidad su alergia hacia
los pobres y les definía jocosamente como “los desdentados”. Hollande, tan
preocupado por el bienestar de los más desfavorecidos de su pueblo, debería
saber lo caros que son los odontólogos y los implantes dentales. Y, por
supuesto, que lo último que se le puede exigir a la miseria es que sea
bondadosa, alegre y confiada. Ya lo dijo el pobre monstruo que creó
Frankenstein: “Si soy malo es porque soy desgraciado”. Bueno, no exageremos,
también hay hijoputas que son muy felices.
Seguro que la tal Trierweiler se partía de risa entre polvo y
recepción con el desdeñoso ingenio de su hombre hacía la ausencia de dientes
cuando todavía existía el esplendor en la hierba y la pasión mutua. Me da grima
esta estratégica chivata. Y a él podría ocurrirle lo mismo que hicieron los
famélicos desdentados con la despectiva María Antonieta.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/05/television/1409941840_119230.html
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