Se edita en castellano
'Diarios de la princesa', el último capítulo de la autobiografía de Carrie
Fisher. Muere Carrie Fisher días después de sufrir un infarto
ISMAEL MARINERO
04/04/2017 03:05Hace apenas
tres meses que se fue rumbo a una galaxia muy, muy lejana y ya la echamos
terriblemente de menos. Somos incapaces de ponernos de acuerdo en lo que
respecta al fútbol, la política o los límites del humor, pero existe unanimidad
en torno a la princesa Leia y Carrie Fisher, personaje y actriz, indivisibles
desde que George Lucas eligió a una inexperta intérprete de 20 años para
encabezar la Alianza Rebelde.
Mientras los fanáticos de la saga galáctica secan
sus amargas lágrimas por la pérdida (y esperan el Episodio VIII con
impaciencia), se publica en España su último libro, El diario de la princesa
(Nova), una nueva muestra de su notable talento como escritora y su inexistente
pudor. Porque Leia y Carrie, Carrie y Leia, se muestran aquí más desnudas, al
menos sentimentalmente hablando, que cuando lucieron el famoso bikini metálico
de El retorno del jedi. Entre anécdotas, páginas de su diario y dardos
envenenados, Fisher decide contarle al mundo, muy a su manera, su affaire con
Harrison Ford, por entonces casado y con dos hijos, a lo largo de los tres
intensos meses que duró el rodaje de la primera entrega de Star Wars.«Me perdí
en el vertiginoso ascenso de mis padres», cuenta en el primer capítulo, Mi vida
antes de Leia. Sus guapos progenitores eran, por aquel entonces, «los novios de
América», pero tenían un reverso tenebroso: Debbie Reynolds, estrella del
Hollywood de los 50, le administró somníferos desde que tenía 10 años y la
obligó a dejar los estudios para hacer de corista en sus espectáculos de
cabaret; Eddie Fisher, cantante melódico de gran éxito, abandonó a ambas para
tener un efímero romance con Elizabeth Taylor. Luego llegaron las drogas, la
caída en desgracia, la bancarrota. De una infancia tan expuesta a las miradas
ajenas, Carrie aprendió a ver el mundo del espectáculo como «una ocupación
veleidosa que te exponía al desasosiego y la humillación, alimentados por el
descenso casi imperceptible de la popularidad a lo largo del tiempo». Algo que
más tarde viviría en primera persona, asediada por sus propias adicciones, su
trastorno bipolar y la alargada sombra de Leia Organa, cuestiones que ya abordó
en Wishful Drinking, el primer volumen de sus memorias.¿Dónde empezó todo? En
una incómoda audición frente a los rostros barbudos de Brian de Palma y George
Lucas, que buscaban a una actriz con su físico y edad para protagonizar Carrie
y Star Wars, respectivamente. Cuando su agente la llamó para decirle «te
quieren a ti», Carrie cuenta que estalló en una risa nerviosa y echó a correr
por la calle. «¡Llovía en Los Ángeles y yo era la princesa Leia! Nunca antes
había sido la princesa Leia, y ahora lo sería eternamente. Nunca dejaría de
serlo. Entonces no sabía cuán profundamente cierto era eso, ni cuánto duraba la
eternidad».Ya en el set de rodaje, a las afueras de Londres, se topó con quien
sería su pareja en la ficción, Harrison Ford: «La primera vez que lo vi,
sentado en la cantina del plató, recuerdo que pensé: 'Ese tío será una
estrella'. No sólo una celebridad: una estrella de cine. Parecía un icono, como
Humphrey Bogart o Spencer Tracy. Lo rodeaba una suerte de energía épica, como
una multitud invisible». Tras la fiesta de cumpleaños de George Lucas, Harrison
y Carrie, Han y Leia, se besaban por primera vez en el asiento trasero de un
taxi. En el libro, palpitando tras el sarcasmo, se percibe la zozobra emocional
de Fisher: su inseguridad, su talento con las palabras, su frustración ante la
indiferencia con la que Ford la trataba. Destruida la Estrella de la Muerte, ya
en el avión de vuelta a Los Ángeles, Carrie relata la despedida, una que sólo
podrían tener la princesa rebelde y el cazarrecompensas:-Soy una paleta
-recuerdo que le dije-.-No -contestó Harrison-. Te subestimas. Si acaso eres
una paleta lista. Tienes los ojos de una cierva y las pelotas de un samurái.El
último tramo del libro está dedicado a su ambivalente relación con los fans.
Fisher se muestra agradecida por su fidelidad a prueba del paso del tiempo,
pero también mordaz en cuanto a sentirse como un objeto en venta, un recuerdo
congelado en ámbar que no cuadraba con su imagen actual. «Se suponía que las
películas debían quedarse en la pantalla, planas, grandes y vistosas, sumiendo
al espectador en su historia, y después devolviéndolo a su propia, inalterada
vida. Pero esa película se portó mal; se filtró fuera del cine y afectó tan
profundamente a tantas personas que estas necesitaron interminables talismanes
y artilugios para permanecer conectadas a ella». Perfecto diagnóstico de lo que
ocurrió con una película de serie B para devotos de la ciencia ficción que se
convirtió en el fenómeno cultural más popular del último medio siglo. Y lo que
nos queda.
http://www.elmundo.es/cultura/2017/04/04/58e2acb0ca4741a67b8b460a.html
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