Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, basado en la obra de
teatro de David Belasco,
inspirada en un relato de John Luther Long. Estrenada en el Teatro
Alla Scala de Milán, el 17 de
febrero de 1904. Viernes 30 de junio, 2017. Primer Cast. Esta
función fue retransmitida en
directo desde la Plaza de Oriente de Madrid a numerosas pantallas y
centros de toda España,
así como en Palco Digital y Facebook, también en plazas y lugares
públicos, centros culturales y
museos. 30 de junio 2017
Ficha artística
Dirección musical: Marco Armiliato
Dirección de escena: Mario Gas
Escenografía: Ezio Frigerio
Figurines: Franca Squarciapino
Iluminación: Vinicio Cheli
Dirección del coro: Andrés Máspero
Reparto
Madama Butterfly (Cio-Cio-San): Ermonela Jaho
Suzuki: Enkelejda Shkosa
Mrs. Kate Pinkerton: Marifé Nogales
B.F. Pinkerton: Jorge de León
Sharpless: Ángel Ódena
Goro: Francisco Vas
El príncipe Yamadori: Tomeu Bibiloni
El tío Bonzo: Fernando Radó
Después de haberla estrenado en 2002 y repuesto en 2007, el montaje
de Mario Gas, Ezio
Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (figurines), esa
mítica pareja italiana artística y
personal, el Teatro Real presenta de nuevo Madama Butterfly, de
Giacomo Puccini, en
dieciséis funciones, una de las óperas más visitadas y reclamadas
en los escenarios de todo el
mundo. La trágica historia de la geisha Cio Cio San, mejor conocida
como Madama Butterfly
emociona, a costa de hacer sentir en la segunda década del siglo
XXI, que en plena era Meiji,
no se había acabado el Shogunato y las mujeres continúan siendo,
geishas o no, moneda
corriente de compra y venta, sujetas al más obsoleto e inmoral
mercado de la carne. Y esto
El propio Puccini tampoco estuvo, en la maraña de sus complicados
amoríos, ausente del trato
y maltrato inmerso a veces en el tráfico de menores, como algunos
miembros del sexo
femenino del servicio de sus casas. Aparte de la ingente literatura
psicológica que podría
fabricarse en torno a esta historia vejatoria para la identidad de
la mujer, que solo se “realiza”
como se decía en tiempos, a través del orden del falo (¡ay,
Lacan!), se podría agregar a la
supremacía del deseo del hombre, la división en castas, las peores,
las inferiores o
empobrecidas y el status internacional que ya comenzaban a tener
las tropas estadounidenses
por el mundo. Organizadas hoy en día, desde hace tiempo, son los
muy reconocidos por sus
Una historia que narra la dura lucha entre dos civilizaciones
irreconocibles y que la lucidez de
Claude Lévi-Strauss, el antropólogo francés y judío, describió, con
una claridad meridiana, en
dos párrafos que aparecen citados en el programa de mano: “Son casi
países conquistados,
que tienen que adaptar su cultura a las formas de vida occidental.
La civilización occidental
tiene recursos, sucursales, soldados y misioneros instalados en
todo el mundo para imponer su
modelo cultural”. Es sorprendente y paradójico, que en la semana
del World Pride
internacional que se celebra en Madrid a bombo y platillo, salga
ahora a la luz una de las
óperas que tienen uno de los libretos más reaccionarios y terribles
de la historia del género: las
comparaciones que cita Butterfly con el trato dado a las “mariposas
pinchadas en tableros, en
ultramar”, o la conversación “de hombre a hombre” que mantienen el
cónsul norteamericano
con el aprovechado y hedonista Pinkerton, entre otras “joyas”
discursivas, son antológicas.
Pero, como tenemos los humanos una enorme capacidad de reciclarlo y
recuperarlo todo, a
pesar de un texto operístico que sonroja hasta la vergüenza propia
y ajena, somos capaces de
dejarnos llevar por la envolvente música de Puccini, los decorados
giratorios llenos de ingenio,
un vestuario magnífico, narrando una geografía, la de esta geisha
que parece ser la única que
conserva intacto el territorio de su dignidad y de su honra, entre
tanto personaje flexible y
adaptativo. De hecho, la sombra del sepukku, el suicidio ritual de
“quien muere, cuando no ha
sabido conservar la vida con honor”, planea desde el primer minuto
de la representación.
Desde el comienzo, todo el drama está ya escrito y en la retina del
espectador.
La historia está situada, esta vez, de una manera diferente, a
través de la dirección de escena
de Mario Gas con la narración en un plató de cine de los años 30,
con el que consigue
desplegar tres perspectivas simultáneas, que le imprimen un
carácter activo y ágil, totalmente
cinematográfico. Con este subterfugio, casi trampantojo, la ilusión
y la inmersión en la acción
No están ausentes de la ilusión a la que nos entregamos en esta
noche, olvidando el
escandaloso discurrir de la existencia de Butterfly, el movimiento
de cámaras, gentes, dentro y
fuera del teatro, el público de siempre, el nuevo, curioso y atento
del exterior, los políticos, los
conocidos, las socialites, los que vienen a que los admiren, los
que vienen a mirar, todos
aprovechando el respiro con que las altísimas temperaturas de días
anteriores habían
sofocado a la capital de España. Se celebra como en un ritual, el
comienzo del verano, el final
del frío, la llegada de las vacaciones para algunos.
Y volviendo al territorio de la auténtica magia, la del cine dentro
de la ópera, el color, la
levedad femenina de una Ermonela Jaho que parece haber nacido
cantando este papel y con
un kimono primigenio colocado desde su cuna. Su desenvoltura en
escena es prodigiosa, así
como la capacidad que ejerce para subyugar con sus pequeños gestos
gráciles a todos los
presentes. Se engalana con una voz que tiene una muy bella línea de
canto, expresiva, de
filatos, sutil y flexible, que enciende los ardores de un Pinkerton
muy marinero, Jorge de León,
que podría jugar con más variedad de sentimientos y teatralidad, en
una prestación que no
carece de interés y seriedad, aunque todas las ovaciones fueron
para el lucimiento, la “finezza”
vocal y teatral, hasta las lágrimas, tantas y tan sentidas, de la
soprano albanesa.
Bien acompañada estuvo por otra compatriota, la Suzuki que defiende
Enkelejda Shkosa,
holgada en su papel y su desenvolvimiento vocal, igual que Ángel
Ódena, elegante, fino y
conciliador cónsul Sharpless (¡el propio apellido es una pista en
toda regla!) con una voz
reconocible aunque algo opacada por momentos en esa velada. De
todas forma , la perfección
aburre y Ódena siempre cumple con generosidad y su prestancia
escénica es sorprendente.
Alguien apuntó: “Parece Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”…
El Goro de Francisco Vas
es creativo, algo desbordado, pero cumple bien con su rol de
casamentero interesado y avaro,
así como el príncipe Yamadori de Tomeu Bibiloni y especialmente el
tío Bonzo, de Fernando
Radó,rotundo y tenebroso en sus también premonitorias maldiciones a
la mayor gloria de
Kami.
El Coro dirigido por Andrés Máspero siempre está en el lugar que le
corresponde, así como la
Orquesta Titular dirigida en esta ocasión por un Marco Armiliato
que pudo ser más fino en los
volúmenes, los tempi, en la interpretación de este Puccini lujoso y
orientalizante, con una
percusión estridente. Su entusiasmo sin embargo, y su entrega, no
defraudaron y tuvo una
empatía evidente con los cantantes y todo lo que sucedía en el
amplísimo coliseo en que se
convirtió esa representación, el marco y el corazón entregados de
todos aquellos valientes que
hacen posible cada vez, el milagro renovado del Teatro Real y su
proyecto.
Alicia Perris
No hay comentarios:
Publicar un comentario