A punto de cumplir 86 años,
la pionera de la música electrónica cambia su viejo sintetizador por
instrumentos y examina las características infinitesimales del sonido
ARNAU HORTA
A punto de cumplir 86 años,
Éliane Radigue (París, 1932) publica Occam Ocean 1, una colección de cinco
composiciones en las que esta pionera del sonido electrónico prescinde del que
fuera su más fiel colaborador desde los inicios de su trayectoria: el sintetizador
ARP 2500. La decisión de componer para instrumentos tradicionales tiene su
origen en las colaboraciones con diversos músicos. “Después de años de
composición solitaria, compartir el proceso de creación con otras personas es
algo maravilloso. Me he dado cuenta de que el sonido que estos músicos obtienen
de sus instrumentos contiene aquella misteriosa y escurridiza cualidad sonora
que durante años he intentando extraer de mi sintetizador sin éxito. Después de
todo este tiempo, por fin veo realizadas mis fantasías sonoras”.
Aunque Radigue se formó en
el Conservatorio de París, su verdadera revelación musical sucedió años
después, en la década de los cincuenta, con el descubrimiento de la música
concreta de Pierre Schaeffer. Aquella revolucionaria forma de creación sonora,
basada en el montaje de sonidos fijados sobre cinta magnética, le abrió los
oídos a un mundo situado más allá de la escala cromática. “Fue como si me
hubiera caído dentro del caldero de Obélix”, recuerda. En 1957 Radigue se
incorporó al Studio d’Essai que Schaeffer había creado durante la II Guerra
Mundial y donde éste iba a desarrollar su propia versión de solfeo musical a
partir de la noción de “objeto sonoro”.
Pero la estancia de Radigue
en Chez Schaeffer fue breve. A principios de los sesenta se trasladó a Nueva
York, donde entró en contacto con John Cage y otras figuras destacadas de la
efervescente escena musical de Manhattan. A partir de entonces, el imaginario
musical de Radigue iba a situarse en la órbita de la vanguardia americana:
“Siempre me he sentido más cerca de la sensibilidad musical americana que de la
francesa. Me interesa más examinar y comprender el carácter de un sonido, su
comportamiento y sus características internas, que emplearlo de una manera u
otra. La máxima de Cage según la cual deberíamos dejar que los sonidos sean
ellos mismos tiene todo el sentido para mí”.
Es una música basada en la
simplicidad que no puede ponerse por escrito porque está hecha de efectos
secundarios como resonancias
En 1967 Radigue regresó a
París y empezó a colaborar con Pierre Henry en la realización del colosal
oratorio electroacústico L’Apocalypse de Jean. Durante su estancia en Apsomé,
el estudio de Henry, Radigue descubrió que el feedback, obtenido de la
retroalimentación entre un micrófono y un altavoz, era un material sonoro
repleto de matices y posibilidades. Fue así como, en uno de los lugares más
sagrados de la historia de la música concreta, Radigue se apartó
definitivamente de la doctrina del “objeto sonoro” y se adentró en el terreno
de lo que Steve Reich denominaba “música como proceso gradual”. Cuando Henry la
invitó a colaborar en el montaje de su siguiente obra, Radigue declinó la
oferta, hizo las maletas y volvió a viajar hasta Nueva York.
Fue precisamente Reich
quien hizo las presentaciones entre Radigue y los miembros del departamento de
la New York University Art School, donde la compositora se instaló como
residente en 1971. Allí tendría la oportunidad de experimentar con diversos
sintetizadores. Chryp-tus, realizado con un Buchla; Arthésis, realizado con un
Moog, o Psi 847, creado con el ARP 2500, que iba a convertirse en su
instrumento predilecto, fueron algunos de sus primeros trabajos para
sintetizador. Ninguno de ellos (tampoco los realizados con feedback en el
periodo anterior) iba a publicarse hasta décadas después. En 1974, un año antes
de su regreso a Francia, Radigue presentó la primera parte de la magnífica
trilogía Adnos en el Mills College de Oakland.
Ya en París, Radigue dedicó
varios meses al estudio del budismo tibetano junto al maestro Pawo Rinpoche. La
influencia de estas enseñanzas ya no la abandonaría y sus obras comenzaron a
inspirarse en las escrituras budistas. La música de Radigue, sin embargo, no
experimentó ninguna transformación destacable. Al fin y al cabo, el ascetismo
de sus estructuras radicalmente lineales, así como la importancia de la
duración y la transformación gradual del sonido, se ajustaban nítidamente a la
nueva vocación espiritual de la compositora. Los años siguientes iban a ser
extraordinariamente productivos. Además de presentar la segunda y tercera parte
de Adnos, Radigue publicó Songs Of Milarepa (1983), la primera parte de una
serie sobre la vida de este poeta y santo tibetano del siglo XI que continuaría
con Jetsun Mila (1986) y Mila’s Journey Inspired By A Dream (1987). Entre 1988
y 1993 Radigue creó las tres partes de la grandiosa Trilogie de la Mort,
inspirada en el Libro tibetano de los muertos y, hasta hoy, su obra más célebre
y ambiciosa.
Realizada en el año 2000 (y
publicada en 2005), L’Île Re-Sonante fue la última composición electrónica de
Radigue antes de volcarse por completo a la colaboración con diversos
instrumentistas. El primero fue el bajista Kasper T. Topelitz, con quien
realizó Elemental II. A continuación vendrían las tres partes de Naldjorlak,
realizadas con el violonchelista Charles Curtis. Occam Ocean 1 inaugura una
nueva serie de trabajos inspirados en el océano y el principio de la navaja de
Occam donde la compositora sigue explorando la materialidad y el carácter
esencial del sonido. Para ello no emplea ningún tipo de partitura o indicación
escrita, sino una estrecha comunicación oral con cada uno de los músicos o,
como ella los llama, “guerreros de Occam”. “Estas composiciones”, explica, “se
basan en una serie de experiencias e historias compartidas. Es una música
basada en la simplicidad que no puede ponerse por escrito porque está hecha de
efectos secundarios como resonancias, interferencias, harmónicos o pulsaciones.
El sonido de los instrumentos sólo es la energía básica y fundamental de la que
surge todo lo demás”.
https://elpais.com/cultura/2018/01/18/babelia/1516293393_682775.html
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