Perrin, en su castillo de
Lagrezette, en Caillac (Francia). R. GABALDA AFP
Con el creador de la
Fundación Cartier de París iniciamos una serie de conversaciones entre Dani
Levinas, presidente del patronato de la Phillips Collection, en Washington, y
algunos de los más influyentes coleccionistas del mundo
DANI LEVINAS
A sus 75 años, Alain
Dominique Perrin (Nantes, 1942) no pierde las buenas costumbres. Este ejecutivo
francés, coleccionista de arte y creador de la Fundación Cartier, ha logrado
ser un precursor en todas aquellas áreas en las que se lo ha propuesto. Será
difícil que eso vaya cambiar a estas alturas. Algunas personas señalan el
camino, otras ayudan a demarcarlo y muchas otras lo recorremos. Y Perrin no
parece cansarse de señalar nuevas vías. Convertido en mandamás de Cartier en
1975, desde esa posición expandió la industria del lujo. Y entre sus
decisiones, la más audaz fue crear, en 1984, una fundación para el arte
contemporáneo.
Esta ilumina hoy
Montparnasse. No es solo lo que la fundación ha hecho, sino el modo en que,
mucho tiempo después, iniciativas de otras compañías referentes en la industria
del lujo fueron copiando aquellas ideas. Hoy son norma, parte de una realidad
que se financia más desde el sector privado que desde el público.
Aquel impulso extraño tuvo
que ver con el contexto político de la Francia de mediados de los ochenta. Dice
Perrin, con ese tono tan suyo que puede pasar por pedante, pero que en realidad
esconde la confianza en las ideas propias, que la tarea fue laboriosa. “Tras la
elección de Mitterrand [como presidente de Francia], los socialistas se
pusieron de moda y nos vimos ante la necesidad de transformarnos en actores
claves no ya de nuestro sector, sino de la sociedad. Así que, a pesar de que
Cartier era ya una marca de renombre mundial, decidimos enfocarnos en el
negocio y el mecenazgo. Con ese fin creamos la fundación, con la idea de ayudar
a artistas contemporáneos a encontrar subsidios y dinero del sector privado
para darles la libertad económica con la que crear, tarea ardua, porque el arte
contemporáneo no existía”.
El escultor [Cesar
Baldaccini], padrino de la fundación, fue clave desde el comienzo; eligió el
lugar adecuado para su establecimiento y ayudó a Perrin a materializar la
extravagancia décadas antes de que la fiebre por el arte contemporáneo, que hoy
se refleja en ferias, galerías, colecciones de bancos, museos y particulares,
fuera imaginable.
Por romántico que parezca,
aquella no solo era una estrategia de expansión corporativa. También era
filantropía en el mejor de los sentidos. Más allá de su utilidad para desgravar
impuestos, la sociedad a la que están dirigidas se enriquece con su acción.
Sede de la Fundación
Cartier, en París, edificio diseñado por Jean Nouvel. YVES TALENSAC
Elección del presidente
Jacques Chirac y designación del ministro de Cultura François Léotard mediante,
Perrin se volvió un hombre fundamental para lo que luego fue una ley de
mecenazgo pionera, que permitió hacer deducciones corporativas que incentivaran
la adquisición de arte contemporáneo.
“Por lo menos, abrí una
puerta, partiendo de un argumento muy simple: ¿por qué demonios puedo deducir
impuestos de mi inversión en fútbol, pero no en arte? ¿Acaso este no es un país
civilizado? Lo importante, entonces, fue elegir: ¿dónde quieres ayudar? ¿Arte,
fútbol o investigación médica?”, recuerda.
Y, socarrón, agrega: “Esto
es muy francés, pero cuando inauguré la fundación, el proyecto era único en
Europa y todo el mundo estaba esperando que fracasara. Pero les salió mal: fue
un gran éxito y todos reaccionaron. Así fue como 30 años más tarde, Bernard
Arnault eligió abrir la Fundación Louis Vuitton el mismo día en que nosotros
celebrábamos nuestro trigésimo aniversario. [El presidente François] Hollande y
los famosos estuvieron con él, pero los grandes artistas estuvieron con
nosotros”.
Perrin destaca el modo en
que es financiada la fundación: un 90% por Cartier y un 10% por proveedores que
trabajan con la marca y, naturalmente, por particulares. Comprar obra, montar y
realizar las exhibiciones y mantener el espectacular edificio que Jean Nouvel
dio a luz en 1994, es una tarea que supera los 10 millones de euros anuales
(unos 8,2 millones de euros). Con la venta de libros, catálogos y entradas, se
recuperan cerca de dos millones.
“Después de todo este tiempo,
tenemos una verdadera familia de artistas, que son nuestros amigos y comprenden
y comparten la identidad de la fundación, como Guillermo Kuitca y David Lynch”.
Cuando le pregunto cuáles
son las reglas con que se rige ese mundo cerrado, aclara: “Hervé Chandès es el
director y, si bien yo tengo derecho a veto, solo lo ejercí dos veces en 33
años, como cuando me negué a hacer una exposición del fotógrafo David Hamilton.
Esencialmente manda él”.
Sin favoritismos
Luego de formular esa
aclaración, responde con la misma firmeza con que ha tomado, ya como
estudiante, ya como gestor, ya como coleccionista y ya como hombre de negocios,
decisiones propias de un hombre al que no carcome la duda: “El presupuesto, la
contabilidad y la planificación de las exposiciones es llevado a cabo por el
Comité Ejecutivo de la fundación, donde trabajan alrededor de 40 personas,
cinco de las cuales son comisarias. Pero las reglas siempre fueron claras:
realizar una muestra temática anual totalmente abierta al público y no mezclar
Cartier con la fundación, para que los artistas no trabajen con la empresa ni
nosotros seamos sospechosos de favoritismos, de manera que los ayudemos a
promover su trabajo sin pedir nada a cambio. Eso es sumamente infrecuente y,
aunque nos copian el estilo, el hacer exposiciones temáticas con coherencia y
profundidad, como la que dedicamos en homenaje a Ferrari, al rock and roll, a
las matemáticas o a los años 60, no se le da tan bien a la competencia”,
asegura.
Dardos venenosos que van
apagando la charla con Perrin a medida que el día cae y la luz eléctrica inunda
el último piso de la Fundación Cartier con la prepotencia y la elegancia de que
solo es capaz París. Pero todavía no está todo dicho para este Comendador de la
Legión de Honor. “La industria del lujo ha puesto su dinero y su atención en el
arte contemporáneo, aunque me temo que eso puede llevar a que esté
excesivamente de moda y se vuelva demasiado caro y exclusivo”. Y remata: “Pese
a que es admirable lo que ha hecho gente como François Pinault, debemos tener
cuidado de no ir demasiado lejos ni de perder de vista que, básicamente, el
arte contemporáneo es libertad”.
Con el anhelo de que la
Fundación Cartier sea parte del ADN de la marca francesa el resto de su
historia, la conversación acaba. Siglos de sabiduría se ciernen sobre la
tarde-noche de París para repetir, al modo del militar y político José de San
Martín: “Serás lo que debas ser, o no serás nada”. La cita se antoja dicha para
Perrin.
https://elpais.com/cultura/2018/01/14/actualidad/1515947433_409922.html
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